-Capítulo 17-

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*Resentimiento*

 —Isa, ya revisé tus últimos análisis y por fin saliste en rangos normales. Tu cuerpo está en franca mejoría en todos los sentidos. De ahora en delante solo tienes que cuidarte mucho y terminar de recuperarte. Comer bien, no fatigarte, dejar que todo lleve su curso. Carmen ya tiene todas las indicaciones, así que... mañana sales de aquí.

Paco la estaba dando de alta. Carmen, Raúl y sus hermanos estaban ahí siendo testigos de la noticia y la veían llenos de felicidad.

–Gracias.... por todo, Paco —agradeció con una sonrisa triste.

Esas paredes la habían hecho sentir de alguna manera que podía fugarse de la realidad, que afuera la vida seguía pero mientras ella estuviera ahí, no podría alcanzarla, el miedo regresó. Raúl se percató de su gesto, apretó su mano, guiñándole un ojo.

—Gracias a ti, pusiste todo de tu parte —expresó entusiasmado, comprendiendo lo que en realidad ocurría en su mente. Esperaba que su interior sanara tan bien como su exterior. Isabella estaba deprimida, decaída, su mirada era triste y ausente, la chica que conoció se esfumó, en su lugar estaba una joven inexpresiva y taciturna. Sólo esperaba que Sebastián pudiera llegar de nuevo a ella, aunque comenzaba a creer que eso no sucedería. Isabella sufrió demasiado y por mucho que pudiera darle la vuelta a la hoja, la desconfianza seguiría ahí, ahora esa era su forma de observar, de dirigirse y ¿quién podría juzgarla? La vida se había empeñado en hacerle ver que no debía creer en nada, ni en nadie–. Ojala que todos mis casos fueran como tú, cuídate y no exageres, sé que no sabes estar tranquila pero es por tu bien. ¿De acuerdo?

La paciente asintió ruborizada.

—No te preocupes, Paco. Entre todos nos vamos a encargar de que esta muchachita siga tus instrucciones al pie de la letra —aseguró Carmen tomando con dulzura la barbilla de la paciente.

Más tarde, Isabella veía un programa en el televisor, minutos atrás apremió a todos para que fueran a comer, deseaba un momento de soledad. Estaba a un día de salir y se sentía bien físicamente y un poco más tranquila mentalmente. Una escena cómica logró, para su asombro, hacerla sonreír.

—Así que tú sí supiste sacarle partido a esa cara, Isabella. –Esa voz la alertó de inmediato. Se irguió como un resorte sobre la cama. Un sudor espeso, miedo y asombro aparecieron en su sistema. No, no podía ser. La mujer sonrió con cinismo—. Me reconoces, creí que me habías borrado de tu cabeza, hijita. –Aferró las sábanas, temblando.

—¿Qué quieres? ¡Vete! –exigió intentado sonar firme. Su madre avanzó sin detenerse. Al estar cerca, Isabella retrocedió pero no lo suficiente como para no recibir de ella una bofetada que la dejó tumbada sobre la cama. Abrió los ojos de par en par, llevándose la mano a la mejilla, adolorida—. ¡Qué te sucede! ¡Estás loca! ¡Vete! –ordenó asustada, no tenía todavía fuerzas para hacerle frente, aun así, se incorporó furiosa. Sabía todo lo que había hecho, y si creyó que no podría odiarla más, se equivocó.

—No te bastó arruinarme la vida cuando llegaste a este maldito mundo, lo has hecho de nuevo. Ese hombre me dejó sin un centavo, no tengo nada, así que tú, hija mía, debes devolverme ahora algo de todo lo que di por ti. –Isabella, sudorosa, retrocedió. Su mirada desorbitada, su frente perlada, sin embargo, bien peinada, bien vestida. Estaba drogada, reconoció de inmediato evocando aquellos días espantosos.

—Yo a ti no te debo nada, no después de lo que nos hiciste pasar. Lárgate o gritaré –La mujer le importó poco, riendo.

—Te parece poco existir, no brindar tu apoyo para que las cosas en nuestra casa mejoraran, jamás ayudaste.

Vidas Cruzadas © ¡ A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora