cap. 1 El Billete de 20 dolares

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Pensamiento de Lorenzo :

Escuchaba villancicos a la lejanía. Unos niños cantando, tal vez. Seguro que esperaban alguna propina a cambio de compartir sus angelicales voces y seguro que ellos tendrían más suerte que él. La gente de bien daba dinero a niños rubios de mejillas sonrojadas que cantaban de forma adorable con sus bufandas y sus guantes a juego. La gente de bien no le tiraba ni un mísero centavo a un pordiosero.

Sentado sobre un cartón mojado con la cabeza gacha debía parecer la clase de "persona" indeseable que los padres definían a sus hijos para que tuvieran cuidado por la calle. Sus vaqueros que una vez fueron unos Levi's auténticos ahora estaban desgastados, viejos y rotos. Sus botas de Gucci están embarradas e irreconocibles. Su camisa de Calvin Klein hacía tiempo que dejó de oler a nueva y pasó a oler a sudor y a sangre seca. El abrigo de Prada que en su día le pareció digno de alguien de su clase, ya no le daba tanto calor como aquel entonces. Su marca había perdido todo su valor a medida que el tiempo transcurria.

¿Cuándo fue la última vez que probó un bocado de cualquier comida? Ya no lo recordaba. Su última comida fue lamer un brik de leche que alguna adorable familia habría tirado al contenedor de la esquina en una de esas carísimas bolsas reciclables que él mismo ayudó a patrocinar con su difunta empresa. Tenía hambre, estaba famélico y no existía un solo alma caritativa que le diera algo de dinero para comprarse un simple pedazo de pan. Tampoco podía culparlos a ellos. Durante sus días de vacas gordas, él no fue precisamente el hombre más caritativo sobre la faz de la tierra. La caridad era una palabra sin sentido para él. Donaba dinero a muchas organizaciones porque era conveniente para su imagen pública pero nada más. Escogía una asociación al azar sin pararse a pensar, escribía una ridícula suma de dinero que posteriormente descontaría de las mejoras para las condiciones de sus trabajadores y sonreía para una fotografía que aparecería en primera página del periódico. Necesitó perderlo todo para darse cuenta de lo egoísta e hipócrita que era.

- ¡Feliz navidad!

Escuchó el tintineo de las monedas cayendo al suelo y no pudo evitar girar la cabeza para ver esas relucientes circunferencias acumulándose a los pies de los niños. Robarle el dinero a unos niños sería mezquino, sucio y poco cristiano. Él estaba sucio y no era un devoto cristiano pero tampoco era mezquino ya. Así pues, apartó la mirada y apretó los puños a los costados pensando en toda la comida que podría comprar con eso.

- ¡Gracias!

Él no conoció el auténtico significado de esa palabra hasta que ya era demasiado tarde para empezar a utilizarla. Decía "gracias" en los eventos públicos y por convención social pero nunca antes lo había dicho sintiéndolo de corazón hasta que otro vagabundo le ofreció un trago de su coñac para entrar en calor. Fue un acto totalmente desinteresado y para aquel experto vagabundo tan normal, tan asumido que casi se le saltaron las lágrimas.

Volvió de nuevo la cabeza para ver a uno de los niños recoger la última moneda del suelo y después se cogieron todos de la mano para volver a sus casas. Él los miró envidiando su suerte. Llegarían a sus bien decoradas casas, con sus amorosos padres, al calor de la calefacción o incluso con chimenea. Muchos de ellos tendrían un perro; otros un gato. Seguro que verían alguna película o algún programa navideño en familia, esperando impacientemente a que llegara la noche buena. Aún quedaba una semana para que Papa Noé, o su padre disfrazado de él, dejara los regalos bajo el árbol.

¿Qué pensarían sus padres de él y sus hermanos si lo vieran en ese momento? De hecho, ya debían saber que estaba en la más absoluta ruina. Ellos le advirtieron sobre su propia avaricia, intentaron que se cuidara, quisieron apoyarlo pero él los desdeño por un poco de dinero,
un Ferrari y unas cuantas modelos.

El Pordiosero y Su ÁngelWhere stories live. Discover now