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"Prefiero ser el cazador que la presa"

"Prefiero ser el cazador que la presa"

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Corea del Sur, Seúl: año 2001.

Oscura, fría y tenebrosa. Así describía Jimin la mansión de los Park, su propio hogar.

La cuál era una de las pocas mansiones que quedaban en Corea del Sur con su legítimo dueño, su familia era poderosa y dueña de una extraordinaria riqueza. Así qué, los Park eran respetados por las personas hasta de la más alta sociedad.

Salta, salta sin parar el pequeño de tan solo seis años iba por el largo y desolado pasillo dando pequeños saltitos mientras cantaba una canción — Corre, corre o te atrapará.

Sus pequeños piecesitos adornados con unos zapatos de charol se detuvieron ante la puerta que tenía delante, esa puerta qué: de día, era un paraíso para él pero de noche, se volvía el mismísimo infierno.

Se acercó a ella y miró por la pequeña rendija que habían dejado al no cerrarla correctamente. Y allí estaban, sus padres, las personas que más amaba en todo el mundo. Su madre estaba sobre la cama, con su vestido azul terciopelo y su cabello recogido en un alto moño muy bien hecho, tan bella y delicada y en frente, su padre. Un hombre alto y robusto con su barba bien afeitada y su cabello peinado hacia atrás perfectamente.

— Levanta ya de ahí, los invitados nos esperan. Mas te vale no dar de hablar o si no ya sabes lo que va a pasar — su voz era aguda, tan fuerte y demandante que erizaba la piel de su hijo al escucharlo hablar.

El hombre salió del cuarto sin darse cuenta de la presencia del pequeño quién se había quedado parado detrás de la puerta, esperando la partida de este para poder ver a su amada madre.

Jimin abrió la puerta y se acercó al pie de la cama dónde se hallaba recostada sollozando en silencio, el pequeño trepó hasta llegar arriba y se acostó a su lado para abrazarla.

— Oh, mi pequeño ángel — lo apretó contra su cuerpo y besó su frente — Eres lo más hermoso de este mundo, mamá te ama.

— Mami, has vuelto a llorar, y es por culpa de papá — susurró él, con miedo a ser escuchado. Ella negó — Dime entonces, ¿por qué llora mami?

— No estoy llorando mi pequeño Jimin, mamá está sonriendo, mira — llevó su vista hacia un lado, donde se encontraba una pequeña mesita y tomó una máscara. La misma que usaría hoy en su fiesta y se la puso.

Jimin abrió sus ojos sorprendido y su corazón latió rápidamente, estaba sintiendo algo al ver frente a él esa sonrisa que reflejaba esa máscara sonriente, una fría y gélida sonrisa, pero no sabía aun que era. Tal vez era felicidad por ver a su madre sonreír.

— Mami, tus lágrimas se han secado, es como magia. Ahora mami está feliz.

Y la volvió a abrazar, envolviéndose en ella como un pequeño cachorro. A él le gustaban y quería una, quería un poco de esa magia.

— Pequeño Jimin, ¿dónde has estado? — la Señora Lee, su abuela, lo miró con una sonrisa cómplice — Te he estado buscando desde hace tiempo, el juego de las escondidas no era hoy. Ven, vamos. Es hora del cuento.

— ¡Sí!

Festejó animado, los cuentos de su abuela eran los mejores. Jimin se bajó de la cama y corrió hacia su abuela quién lo esperaba con los brazos abiertos y aunque ya era demasiado vieja para cargar a su pequeño nieto, lo abrazó al tenerlo en sus brazos.

— ¿Cuál quieres que te cuente hoy?

— Mm, no lo sé. Uno nuevo abuelita — respondió con voz alegre y al sonreír sus gorditos cachetes se hicieron realmente bonitos.

— Está bien, te contaré el de una bella princesa que vivió hace mucho, pero mucho tiempo en una mansión como esta, ¿quieres escucharlo? — le preguntó y el de cabellos azabache movió su cabeza eufórico asintiendo a su propuesta — Bien, entonces vamos a tu cuarto.

Dijo y se giró para marcharse, no sin antes darle una pequeña mirada a su hija que se encontraba tendida en esa cama sin fuerzas, maltratada. Y no puedo evitar sentir como si un cuchillo fuera clavado en su corazón y lo retorcieran dentro de ella. Y más porque no podía hacer nada, ella había escogido esa vida y ahora tendría que vivirla, porque si no lo hacía su esposo no la perdonaría y como si fuera un consuelo, miró a su nieto, tan pequeño y lleno de luz, solo esperaba que nadie la apagara.

— Abuelita, ¿podemos pasar a ver a los invitados de papá? — preguntó este y ella se desvió por un momento hacia las escaleras que daban al gran salón, donde sonaba música clásica y se escuchaban las voces de personas hablar y reír sin parar.

El niño quedó impresionado al ver a todas esas personas con máscaras en sus rostros.

Todos tenían magia.

Pensó y sonrió al imaginar un mundo lleno de ellas, en donde solo se apreciaran sonrisas, sin lágrimas, sin gritos y sin lamentos.

— Son todas falsas — escuchó a su abuela — Esas Jimin, son sonrisas falsas, devoradoras de almas. Esas, te queman desde adentro sin dejarte escapar.

Jimin no había entendido lo que le había querido decir su abuela, pero tampoco le prestó atención, ahora, lo que más él quería y lo que más deseaba eran esas sonrisas.

(...)

Jimin estaba en el patio trasero jugando en la tierra, descalzo y con sus pantalonsitos subidos hacía arriba mientras su madre lo miraba desde la terraza tomando el té.

Su padre llegó y se acercó al pequeño.

— Jimin, ¿qué estás haciendo aquí afuera en esas fachas? — le regañó él con un tono molesto - ¿Dónde está tu madre?

— Papá, yo solo estaba jugando — sus ojos se cristalizaron, estaba a punto de llorar por haber sido regañado.

Su corazón latía asustado porque sabía que podía pasar algo malo si su padre se molestaba, él podría castigarlo. Y a Jimin no le gustaba ser castigado, era feo y lo asustaba.

— ¿Jugando? — repitió con furia — Jugar es para los niños débiles, ¿acaso eres un niño débil, Jimin?

Negó repetidas veces con la cabeza

— No, soy fuerte.

— ¿Y qué hacen los niños fuertes?

— Destruyen a su presa.

Recuerda Jimin, prefiero ser el cazador...

—  ... que la presa.

 que la presa

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Mask; pjmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora