Prólogo

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Ezcaray, La Rioja, verano de 2009

Era la mañana del 1 de julio, Clemente y Adoración se preparaban para ir a buscar a su hija a la estación de trenes de Logroño para, una vez allí, llevarla en coche hasta su casa, en pleno corazón de Ezcaray.

Irene era su única hija la cual, tras haber cursado sus estudios obligatorios y bachillerato en el instituto, había decidido trasladarse a Madrid para estudiar empresariales. Sus padres estaban verdaderamente orgullosos de ella. Durante los dos primeros años de carrera les resultó bastante duro a ambas partes verse tan lejos. Se echaban mucho de menos ya que la familia estaba muy unida.

Ahora, al comenzar el verano tras finalizar su tercer año de estudio, Irene, con 21 años recién cumplidos, era toda una mujer adulta que había aprendido a compaginar estudios con trabajo. Sus calificaciones eran dignas de reconocer dado a su esfuerzo y dedicación y por ello había conseguido prácticas extra en una empresa antes de lo previsto en el plan de estudios.

Adoración y Clemente llegaron a la estación donde, tras esperar escasos diez minutos, apareció su hija con una sonrisa que iluminaba todo su rostro y con dos enormes maletas que casi podían con ella. Rápidamente, Irene divisó a sus padres y no dudó en correr hacia ellos como pudo, ya que, debido al peso de las maletas, le costaba andar con normalidad. Al llegar a la altura de sus progenitores, Irene soltó las maletas y abrió ambos brazos para envolver a sus padres en un abrazo, a través del cual los tres, sin decir ni una palabra, se transmitieron todo el afecto y se dijeron todo aquello que callaban en su interior.

Clemente ayudó a su hija con una de las maletas y Adoración se enganchó al brazo que quedó libre de Irene y comenzó su ronda de preguntas y de comentarios. Que si cada vez estaba más guapa pero que la veía muy delgada, que si estaba contenta con las prácticas en la empresay que si había encontrado ya pareja. A esta última pregunta, Irene no dudó en añadir con una carcajada una negativa acompañada de un gesto de resignación. Estaba claro, su madre no iba a cambiar.

Una vez en el coche Irene quiso conducir, pues sabía que su padre, a pesar de tener el carnet desde hacía años, odiaba tener que ir al volante. El trayecto, que en un principio tendría que haber sido de unos tres cuartos de hora se volvió un poco más largo ya que Irene quiso disfrutar de la conducción, del hilo musical de los discos que compartía con su padre y del monólogo que llevaba su madre desde hacía rato en el asiento trasero del vehículo contándole todo aquello que había pasado en el pueblo desde la última vez que ella estuvo allí.

Llegaron al fin a casa, Adoración abrió la puerta mientras Irene y su padre sacaban las maletas del maletero. Irene al entrar respiró hondo, al fin estaba en casa.

-¡Qué bien huele!- exclamó Irene

-He hecho crema de verduras, tu favorita- le respondió su madre

Irene subió las maletas al piso de arriba donde tenía su habitación, la casa constaba de tres plantas e Irene usaba la tercera solamente para ella, allí había un amplio baño y una habitación de grandes proporciones que Irene había ido decorado durante todos los años de su vida.

En el segundo piso se encontraba la habitación de sus padres con el baño incorporado y una habitación más pequeña que Clemente utilizaba como despacho. Y finalmente en la planta de abajo estaban la cocina-comedor y un amplio salón decorado al gusto de los tres miembros de la familia y adornado con infinitud de fotografías que narraban la historia de los Montero-Gil al detalle, pues Clemente era muy aficionado a la fotografía y de su pasión había hecho su trabajo.

Una vez Irene deshizo ambas maletas, lo que le llevó más de lo que solía tardar pues, aunque en otras ocasiones había llevado menos cosas, esta vez tuvo que traer todo consigo ya que el siguiente curso tenía previsto cambiar de piso en Madrid. Cuando ya hubo terminado bajó a cenar con su familia.

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