Capítulo III 'Volver'

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La estación de trenes de Logroño la volvía a recibir una vez más, después de mucho tiempo. Esta vez todo le resultaba más frío. Estaba sola. No le esperaban los brazos de sus padres y sus cálidas sonrisas. Irene no tenía quien la recibiera en aquel lugar. Tampoco es que hubiese avisado a alguien de su inesperada y repentina vuelta, ni siquiera a sus tíos, que tan insistentemente le pedían su visita.

Caminó con paso lento pero decidido hacia la salida, dirigiéndose hacia la zona de alquiler de coches. De entre todos aquellos vehículos escogió el que le parecía más nuevo y menos usado, el dinero que costase su alquiler le daba bastante igual y ni siquiera se inmutó al entregar la desorbitada cantidad mediante pago con tarjeta. Introdujo las maletas en el maletero. Llevaba tan solo lo imprescindible, mas no sabía cuánto tiempo iba a permanecer en el pueblo. La verdad es que en su interior deseaba que fuese el menor periodo posible y a poder ser sin tener que ver a nadie. Solo comprobar el estado de la casa, darle el visto bueno, comunicárselo a su comprador y volver a la rutina de Madrid, pero sabía que eso no iba a ser posible en un pueblo como Ezcaray.

La radio del coche parecía estar en el mismo estado de desánimo que ella, pues al encenderla descubrió que estaba rota y solo sintonizaba una emisora en la que únicamente reproducían canciones de desamor, con melodías tristes y apagadas. Finalmente optó por apagarla pero en el momento en el que iba a pulsar el botón comenzaron a sonar los acordes de una canción que la hizo estremecerse en el asiento, Volver en la voz de una chica que no reconocía, suponiendo así, que se trataba de una de las muchas versiones que continuaban haciéndose de dicha canción.

¿Cómo podía una simple canción saber expresar más de sus propios sentimientos que ella?

Se dirigía a encontrarse con su pasado, a recorrer las mismas calles que hacía diez años no pisaba, a volver a ver a las personas que había extrañado más que a nada de aquel pueblo, Inés y Bego. Se sintió rota por dentro e, inevitablemente, las lágrimas comenzaron a recorrer su rostro que antes se mostraba impasible y ahora reflejaba el dolor y el miedo de una persona compungida.

Los recuerdos pasaron a hacerla sentir culpable, se marchó sin volver la vista atrás, dejando todo cuanto conocía y no se permitió a si misma volver sobre sus pasos, a pesar de que sabía que había quien la esperaba con ansia y que podían darle apoyo.

Cuando quiso darse cuenta, la canción había terminado y ella había estacionado en una estación de servicio que encontró por el camino para intentar volver en sí y fumarse un cigarro. Solo fumaba cuando se encontraba demasiado agobiada o ansiosa y, en aquel momento, bien que lo estaba.

Perdida en sus pensamientos, recordó que debía llegar con tiempo suficiente para poder alojarse en algún hostal, ya que la casa seguramente no estaba en condiciones para pasar allí la noche. No sabía muy bien donde podía quedarse así que, con celeridad por temor a que se le hiciera de noche, volvió a emprender su marcha.

Media hora después divisó aquella señal que le indicaba que había entrado en los límites de Ezcaray, al hacerlo tragó saliva y respiró hondo un par de veces. Estaba en casa.

El camino hasta el centro del pueblo fue lento, ya que por los alrededores no podía ir a gran velocidad. Además, quería alargar lo máximo posible el momento de ver su casa. Sin embargo, este no se hizo esperar, al doblar la esquina de la última calle paralela al lugar donde se encontraba el domicilio, se encontró de frente con un portón de color gris y otra puerta, esta vez más pequeña y situada justo al lado con el mismo color. Su respiración se cortó, apagó el motor del coche tras aparcarlo en paralelo con la puerta más grande y bajó del vehículo con las piernas algo temblorosas.

Se paró en seco frente a la puerta y sintió como su pulso se aceleraba a la vez que instintivamente apretaba las llaves que agarraba en su mano izquierda. Tenía que entrar, no podía quedarse ahí parada. Introdujo la llave en la puerta de hierro y esta al abrirse hizo un chirrido que confirmaba el tiempo que había pasado desde que se abrió por última vez. Cerró la puerta tras de sí y vio el estado en el que se encontraba el pequeño jardín, estaba perfecto, el césped recortado e, incluso, había varias plantas que parecían recién plantadas. ¿Cómo podía ser aquello? Inmediatamente supo que sus tíos se habían encargado de mantener la casa, ya le habían mencionado algo sobre eso en alguna que otra llamada pero se ve que se le había olvidado. Internamente agradeció que la casa estuviera en orden para poder pasar allí la noche y así no tener que buscar un hostal o una posada. Entonces lo único que le faltaba a la puerta era un poco de aceite, lo apuntó mentalmente. Iría a comprarlo al pueblo al día siguiente.

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