Capítulo IV 'De vez en cuando'

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Irene despertó a la mañana siguiente sintiéndose poco descansada. De madrugada la había despertado un mal sueño y le costó volver a dormirse. Miró el reloj de su mesita, las 09:30. Un nuevo día comenzaba y ella se sentía anclada en el anterior, más concretamente en las palabras de Begoña. No podía dejar de pensar en lo que le dijo respecto a Inés. ¿Cómo hubiese reaccionado ella si la hubiera visto? De todas formas no quedaba mucho para saberlo pues ahora que Bego sabía que ella había llegado al pueblo, poco faltaba para que Inés se enterase. ¿Y si dejaba que Begoña le contase a Inés que la había visto? No, definitivamente lo mejor sería que fuese ella a verla, pero no tenía valor de enfrentarse a la reacción de Inés. Estaba hecha un lío.

Decidió darse una ducha rápida antes de bajar al pueblo a desayunar. Mientras se preparaba para marcharse hizo una llamada a sus tíos y les contó que estaba allí de vuelta, aunque sería por poco tiempo. Ellos la invitaron a su casa a comer al día siguiente e Irene aceptó con ganas, pues después de todo lo que sus tíos habían hecho en la casa, lo menos que podía hacer era ir personalmente a agradecerles el cuidado que le habían proporcionado a su hogar, ya que eso le facilitaba la venta.

También decidió que sería prudente si le hablaba a Pablo y le contaba que el proceso se aceleraría gracias al buen estado de la casa. Por ello le envió un mensaje al móvil, el cual después bloqueó esperando una respuesta.

Salió de casa rogando por no encontrarse con los ojos de Inés. Esos ojos color miel que echaba tanto en falta y que habían ocupado sus sueños en varias ocasiones desde su marcha del pueblo. Algunos de esos sueños no fueron precisamente tranquilos y más de una vez se había despertado agitada y algo húmeda. Ya no se sorprendía, pues desde siempre supo que lo que sentía por Inés era algo más allá de una fuerte amistad.

Entró en un bar situado en uno de los laterales de la plaza principal, no había aún mucha gente y pudo encontrar una mesa apartada de la puerta. No deseaba que se repitiera lo de la pasada noche. Pidió un café con leche, en taza, y unas tostadas con tomate. Una vez terminó de desayunar y pagó la cuenta se dispuso a ir a la ferretería más cercana para comprar el aceite para la puerta de hierro y, de paso, también se pasaría por el mercado para poder tener algo de comida en casa.

Iba distraída mirando lo cambiada que estaba la plaza cuando oyó a alguien que la llamaba desde una de las casitas bajas que había por el centro.

-¡Irene! ¡Irene!- la llamaba una anciana desde la puerta de su casa

La morena siguió la voz y entonces vio a la señora que la llamaba desde una esquina de la plaza. Cuando se fijó mejor pudo reconocer quien era perfectamente, pues a pesar del paso de los años, la anciana parecía no haber cambiado demasiado.

-¡Doña Paquita!- dijo entonces Irene con una sonrisa que ocupaba todo su rostro

Se acercó rápidamente a la anciana y esta abrió sus brazos para acoger a la pequeña de los Montero. Se quedaron así unos segundos que para Irene fueron como un soplo de aire fresco, algo que necesitaba desde hacía mucho tiempo. Cuando se separaron, Paquita rompió el silencio.

-¡Pero que mayor estás! Estas preciosa, cielo. Eres toda una mujer-Paquita no podía dejar de hablar mientras acariciaba una de las mejillas de Irene

-Bueno, bueno Paquita, que usted se conserva muy bien. ¿Se ha visto? Pero si está igual que siempre- empezó a decir Irene, que no podía ocultar la ilusión que le hacía ver a Paquita

-Que va, pequeña, una ya va para muy mayor y te aseguro que el cuerpo ya lo nota- contestó Paquita- Y dime, ¿cuándo has vuelto?

-Pues volví ayer- respondió Irene- me he encontrado con la casa bastante bien cuidada y ya tengo a alguien para comprarla así que en cuanto la venda me volveré a Madrid

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