Capítulo I 'Volverte a ver'

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10 años después...

Madrid, verano de 2019

El sonido del despertador de su teléfono móvil inundó toda la habitación sobresaltando a Irene, la cual trató de encontrar el aparato para apagar la alarma. Llevaba un buen rato buscando entre las sábanas cuando una voz a su espalda la asustó.

-Quieres apagar ya el maldito teléfono- dijo una mujer que estaba al otro lado de la cama y de cuya presencia Irene no se había percatado hasta entonces

Un poco confundida y mareada por el dolor de cabeza encontró al fin su teléfono para apagar la alarma. No recordaba muy bien lo que había pasado la noche anterior, pero por su inminente dolor de cabeza sí supo que tenía una resaca del quince. Miró la hora y después miró a su alrededor buscando algo que ponerse para tapar su desnudez a la vez que alentaba a aquella rubia que había aparecido en su cama a que se vistiera para irse. Ni siquiera recordaba por qué la llevó a su apartamento y mucho menos cómo se llamaba.

-Oye tiene que irte ya, tengo que irme a trabajar- sentenció la castaña

-Está bien, está bien mandona, pero bien que querías anoche que me quedara para no dejarte sola- le recriminó la chica

Irene cada vez estaba más cabreada, quería que esa tipa se fuese lo antes posible pues, en un momento de lucidez que tuvo, recordó que hoy tenía una reunión importante en su trabajo, a la cual no podía faltar.

Como vicedirectora de la segunda cadena de hoteles más importantes del país, Irene tenía muchísimo trabajo por delante, y en la reunión que tendría lugar en unas horas debía firmar para fusionarse con otra empresa más pequeña y aumentar así el capital y las posesiones de su cadena.

Una vez consiguió sacar de allí a la muchacha rubia fue directa a la cocina a prepararse una aspirina y, seguidamente, fue al baño a darse una larga ducha de agua caliente para destensar todos los músculos de su cuerpo. En su cabeza comenzaron a reproducirse imágenes de la noche anterior que llegaban a modo de flashes. Recordó como su amiga Gara la había convencido para ir con ella de cañas y la cosa se fue desmadrando hasta que acabó en una discoteca en el centro y, después, en los baños de la misma encerrada con la mujer que había despertado a su lado. Irene no podía más, llevaba un tiempo haciendo lo mismo y aún así se sentía vacía, se lo pasaba bien sí, pero no era lo que ella quería.

Perdida en sus cavilaciones, se vistió con su mejor traje y cubrió su rostro con una fina capa de maquillaje para tratar de ocultar los signos del cansancio y la resaca.

Finalmente y ante su propio asombro consiguió llegar a las oficinas a tiempo, se fue a su despacho y preparó los papeles de la fusión. La reunión transcurrió tal y como se había prestablecido. El director de la cadena estaba verdaderamente contento con su trabajo y, tras estas últimas semanas de intensa dedicación, le había prometido que tendría unas merecidas vacaciones. Ante esto Irene no pudo negarse, pues llevaba ya bastante sin poder disfrutar de tiempo para ella.

Al llegar a casa dejó su maletín en la entrada tirado de cualquier manera, al fin y al cabo no tendría que volver a preocuparse por su contenido hasta dentro de un mes. Un mes. ¿Qué hacer durante todo un mes? Había estado tan involucrada en su trabajo en estos últimos años que no recordaba lo que era pasar tiempo libre y menos tan seguido.

Decidió pedir algo de comida a domicilio, pues no tenía ganas de cocinar y mientras esperaba a que llegase encendió su ordenador. El correo de la empresa estaba lleno de notificaciones sobre la nueva fusión y las nuevas tareas que eso iba a otorgarle, mas en ese momento ella estaba liberada de preocupaciones laborales así que no se molestó en abrir los mensajes.

Pasó a abrir el correo personal, entre las notificaciones de Netflix y Spotify le sorprendió encontrar un mensaje de alguien que no conocía. Un tal Pablo Iglesias le había enviado un correo hacía un par de días.

No supo de qué se trataba el mensaje hasta que lo abrió y se quedó petrificada en el sitio. Su casa, bueno la casa de sus padres, la que ella había puesto en venta cuando se marchó del pueblo, el tal Pablo la quería comprar.

Diez años hacía que Irene no pisaba Ezcaray, diez amargos años en los que había reprimido sus sentimientos de angustia, encerrándose en sí misma e implicada en terminar sus estudios y seguidamente en su trabajo. Tuvo suerte pues la empresa en la que comenzó las prácticas cuando aún era universitaria había decidido que se quedase fija en su puesto y fue escalando hasta que llegó a vicedirectora, su puesto actual.

¿Qué se suponía que tenía que hacer ahora? La casa había permanecido en venta estos diez años y nadie se había interesado por ella, a pesar de la cantidad de anuncios que había puesto en varias páginas web. Y ahora, ahora alguien quería comprarla. Eso solo significaba una cosa: tenía que volver para poder adecentar la casa y venderla finalmente. Tan solo había una cosa que le impedía regresar, el miedo.

El duro golpe que supuso para ella la muerte de sus padres en aquel accidente de tráfico la llevó a no querer volver a su pueblo por un tiempo, mas ese tiempo se ha visto convertido en diez largos años. En todo este tiempo solo unos tíos lejanos que tiene se preocuparon por ella, sin embargo, se negó a volver anteponiendo siempre su trabajo y alegando que este ocupaba tanto tiempo de su vida que no podía ir a verles. No tenía más familia y por ello no tuvo que soportar la lástima que sentían sus tíos por ella por parte de más personas. Eso es lo que ella pensaba, que solo lo hacían por lástima, por cumplir.

Tras pensárselo un par de días, Irene al fin se decantó por responder el mensaje de Pablo. Le dijo que tendría que ir a ver el estado de la casa y que entonces le daría una respuesta. Intercambiaron el número de teléfono para comunicarse de ahí en adelante y poder avisar a Pablo de cuando estaría la casa lista para que la visitase.

Buscó en Internet viajes en tren para esa misma semana, ya que quería aprovechar sus vacaciones para zanjar el tema de la venta cuanto antes. Encontró un billete bastante bien de precio, aunque el dinero a ella poco le importaba, pues tenía demasiado para una persona sola y nunca tenía caprichos caros, no como algunos de sus compañeros y compañeras que en cuanto hacían una nueva fusión o abrían un nuevo hotel se iban a celebrarlo con sus familias por todo lo alto a alguno de los hoteles de la cadena. Ella no tenía familia con la que celebrar por lo que no hacía tal cosa. Compró el billete fechado para dentro de dos días y se dejó caer en el sofá, suspirando, tratando de mantener la calma. Se imaginaba todo tipo de escenarios posibles ante su llegada de vuelta a su hogar, tenía ganas de ver a sus amigas, mas no tenia fuerzas para dar la cara por estar tanto tiempo ausente. Tras su huida Bego e Inés la habían llamado hasta quemar los teléfonos e Irene nunca se atrevió a contestar, primero por estar dolida y después por vergüenza del tiempo que había pasado.

Irene sabía la magnitud de lo que suponía el hecho de volver a su pueblo natal, volver a ver a sus vecinos, a sus amigas y, sobre todo, volver a verla a ella, volver a ver a Inés.

Donde sea, contigo Where stories live. Discover now