Perdiendo la cabeza.

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Todos dormían cuando sus pies descalzos tocaron el frío suelo. Acarició el filo de la daga de arcángel, fundiendo su mente en la nada para no pensar en lo que estaba a punto de hacer. Abrió la puerta de su habitación, en la absoluta oscuridad.

Podía escucharlo silbar una canción que no lograba reconocer. Apartó los pensamientos que lo aferraban a su lugar en el piso y camino hacia la habitación en la que tenían preso a Lucifer.

No existía ni un solo ruido más que el silbido suave del rubio, que probablemente solo Castiel escuchaba. Sin saber cómo, inconsciente de su entorno por completo, llegó a la puerta que lo separaba del arcángel.

El chirrido de la puerta silencio la canción silbada. Cas cerró la puerta tras él, siendo solo una sombra en la habitación, inmune a la luz sobre la cabeza del rubio.

- Pero mira quien viene a visitarme. – Fingió sorpresa. – ¿Jugo o café?

El ángel no dijo nada, pero entonces Lucifer notó el brillo de la daga en sus manos.

- ¿Cas? ¿Qué haces con eso, sweety?

Luci era consciente de la respiración entrecortada, de cuanto le costaba al menor estar ahí parado. Avanzó hasta ser un poco más visible para el encadenado, permitiéndole advertir sus ojos enrojecidos por las emociones contenidas y el temblar de sus manos.

- Tengo que hacerlo. – Susurró, más para sí mismo que para el arcángel frente a él. – Tengo que...

- ¡No, no, no! Tú no tienes que hacer nada, Cassie. Tú no tienes ni quieres hacer esto.

Cas bajo la mirada, como sopesando las palabras del otro. Algo dolía en su interior y se sentía tan desconcertado y temeroso. Apretaba la daga con más fuerza, pero aun así no la creía segura en su mano, deseando dejarla caer.

- Cas, mírame. – Pidió el arcángel.

El nombrado se negó, mordiéndose los labios.

- Castiel.

La azul mirada se elevó hasta toparse con la de Lucifer, terror en ambas.

- Comprendo que esto es una mierda, lo es también para mí. No pedimos esto, pero no tienes por qué obligarte a hacer...

La respiración del rubio se detuvo cuando vio al ángel abalanzarse sobre él y cerró los ojos esperando la estocada final. Pero nunca llegó.

El sonido metálico de la daga chocar contra el suelo de cemento. Lucifer abrió sus ojos con lentitud, topándose con un mar de lágrimas y sollozos que era Castiel. Cortó las cadenas en pies y manos, que jamás habían sido un impedimento para él, aunque lo sellos sobre su cuerpo sí. Lucifer se puso de pie, acogiendo entre sus brazos al menor.

Esto realmente era una mierda, pero enemigos o no, estaban atados por ella. Condenados a amarse por mucho que desearan odiarse. Estaban contagiados por una enfermedad llamada amor, y padeciendo todos los síntomas de un enfermo terminal.

- Estoy perdiendo la cabeza. – Susurró Castiel, ya más calmado pero aun aferrado al rubio.

- Pues ya somos dos. 

Incontrolable.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant