Décimo Quinto Rugido

66 6 4
                                    


En Brooklyn, las noticias corren rápido. Y en esos días la familia Furaha se había vuelto el centro de atención.
La familia siempre fue muy discreta. Se sabía que el padre trabajaba casi todo el día, que la madre a veces cocinaba en un pequeño restaurante sólo por diversión, que la hija mayor estaba por entrar a la universidad y el hijo menor era un muchacho de preparatoria. Los Furaha no eran malas personas, se sabía que sus hijos siempre discutían y que los padres eran un matrimonio tranquilo. No solían interactuar mucho con sus vecinos (en especial el padre), pero eran una familia muy discreta.

O al menos lo eran hasta que una explosión a mitad de la noche había destruido gran parte de la casa, sin contar que desde este incidente el padre y el hijo menor habían desaparecido. Muchos reporteros y simples vecinos curiosos habían empezado a aparecer en la casa para poder pedirle alguna explicación a Monica y Sally Furaha, la madre e hija mayor, pero ellas no podían saber lo ocurrido con su familia y su casa pues ambas se habían quedado profundamente dormidas por alguna razón y no había viso ni oído nada de lo ocurrido en esa noche.

La policía atribuyó el evento a una fuga de gas, lo que según ellos explicaba por qué ambas estaban tan dormidas que no pudieron notar nada de lo que pasó, y sentenciaron que la destrucción de la casa fue causada por la fuga de gas. Aún cuando esta explicación era carente de sentido, dieron por cerrado el caso y prefirieron no investigar más; culminando su trabajo al emitir el reporte de desaparecidos para Daniel y William Furaha. Algunos reporteros aun hacían acto de presencia en la casa; pero solo obtenían las mismas repuestas de siempre: Sally y Monica Furaha no tenían idea de que había pasado.

Cuatro días después de este incidente, una reportera más apareció en la puerta del edificio donde se situaba la casa de los Furaha en búsqueda de respuestas. Y de algo más...

- ¿Segura que es buena idea? - Preguntó Alya Cesaire desde la puerta principal, tocando el botón al lado del rótulo que tenía escrito el apellido "Furaha".

- Esto es necesario, Alya. Créeme. - Respondió una voz desde dentro de su gabardina que sólo ella pudo oír.

- ¿Sí? - sonó una voz femenina a través del intercomunicador.

- B-buenos días, señora Furaha. Mi nombre es Alya, soy una reportera y vine para...

- Claro. Suba... - Dijo la voz sin mucha emoción y, tras un zumbido, la entrada principal se abrió. Alya subió las escaleras hasta el departamento de la familia, ubicado en el quinto piso. A mitad del camino, la vocecita volvió a hablar con Alya, cuidando su volumen para no ser descubierta.

- Este edificio tiene un ascensor. ¿Por qué no lo usas?

- Soy más de escaleras. - Dijo Alya sin darle mucha importancia. - Me dan tiempo para pensar.

- ¿Pensar en qué? - Volvió a preguntar la voz.

- En cómo empezar esta conversación. - Aclaró la joven reportera. Al llegar al quinto piso, caminó decidida hasta la puerta y la tocó.

No tardó mucho en abrirle una mujer de mediana edad.

- La reportera, ¿Verdad? - Preguntó de forma monocorde.

-  Puede llamarme Alya. ¿Está bien si entro?

- Claro. Adelante. - Dijo la mujer mientras hacía un gesto para dejarla entrar.

Alya entró en una casa muy acogedora, con las paredes pintadas de un amarillo recatado y con muebles de un tono marrón rojizo. La televisión se encontraba sobre una cómoda y frente a sofás color negro muy bien cuidados y una pequeña mesa de centro sobre la que reposaban dos tazas con café. Podía verse como la sala era separada por un pequeño muro de la mesa del comedor, la cual estaba justo frente a la cocina y el refrigerador. Al lado de esta se veía un pasillo que parecía llevar al resto de la casa, aunque Alya solo pudo ver una puerta desde donde estaba, la cual tenía precintos policiales restringiendo la entrada.

Miraculous Chronicles - A Lion's TaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora