CAPÍTULO ONCE

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Frank pensó que Vicente se quedaría quieto mirando hacia la puerta, tal vez corroborando por el sonido de los pasos de Ramiro su partida. Pero no. En vez de eso Vicente se fue hacia su dormitorio y, tras encender la luz, revisó que todo estuviera en orden. Con ademanes bruscos tomó varias prendas de ropa de encima de su cama e hizo una bola con ellas. Tenía el rostro tan tenso que Frank se obligó a apartar la mirada.

—Puedes buscar lo que necesites para dormir... —comenzó el joven, sin quedarse quieto. Se había acercado a su maleta para abrirla y hurgar en su interior—. Es tarde... deberíamos...

Al verlo tan desesperado por hacer como que nada pasaba, Frank se sintió sumamente cansado. De repente, toda la espera y la pena parecía haberse convertido en agotamiento. El hombre sabía que le esperaban muchas cosas aún en ese viaje, pero ese instante, con Vicente incapaz de mirarlo a la cara mientras él se erguía en una casa extraña, demasiado lejos de su hogar y de su gente, le supo a una pausa sin sonido ni el suficiente aire. Necesitaba sentarse, de modo que caminó hacia el sofá y se tiró en él con brusquedad, logrando que este emitiera un crujido que alertó a Vicente. El joven, por fin, se volteó hacia él y lo observó con una mezcla extraña de sentimientos.

—Lo siento... —murmuró Frank—. Todo esto es tan...

No fue capaz de encontrar la palabra indicada. No importaba que la escritura fuera su trabajo y su rutina; en esas situaciones nunca sabía qué decir. El silencio se alargó hasta que el sonido de los pasos de Vicente rumbo al sofá lo rompió.

—Lo sé —dijo con la voz grave, más grave de lo normal. Frank supo al escucharlo que estaba conteniendo muchas cosas.

—Vicente... deberías hablar con él.

El abogado se estremeció junto a él, para luego tensar los brazos, que tenía sobre las rodillas. Cuando alzó la cabeza para mirar a Frank de costado, este vio que tenía los ojos enrojecidos.

—No. No tengo nada que hablar con él.

—Es evidente que sí. —Frank, antes de seguir hablando, se limpió de las mejillas las pocas lágrimas que se había permitido derramar tras la revelación de Ramiro—. Me gustaría preguntarte qué pasó entre ustedes. Sé que no es el momento y que no tienes por qué contármelo... Pero, me gustaría saber.

Vicente, con cierta dificultad, se puso de pie. Era igual de alto que Frank y solo un poco más delgado. A pesar de ello, era fácil ver en él al niño de doce años que había sido. Su pelo castaño mantenía la costumbre de elevarse en la zona de la frente, ayudado por la tendencia que tenía el joven de pasarse las manos por él cada vez que estaba ansioso. Su rostro, más alargado y menos lleno que en sus años en Markham, seguía teniendo ese aire de niño sorprendido y risueño, sobre todo por los ojos, grandes e inquietos. Ojos que casi siempre parecían a punto de brillar a causa de una sonrisa, excepto en ese momento. Allí, en medio del silencio de su departamento, Vicente solo parecía a punto de llorar.

—¿Es por lo ocurrido en Markham?

—No... —respondió el joven tras unos segundos—. Sí... En realidad, sí. Todo tiene que ver siempre con ese lugar, ¿cierto?

Vicente se acercó a la puerta de su habitación y miró el interior, como si buscara algo. Frank no contestó, porque no necesitaba hacerlo. Ambos conocían la respuesta demasiado bien.

—No insistiré para que me cuentes nada. Entiendo que es difícil para ti hacerlo. Es solo que... aún recuerdo los buenos amigos que ustedes eran. Pero también sé que es muy diferente tener un amigo a los doce, a los diecisiete o a los veinticinco. Parecen solo años, pero es mucho más que eso...

Cadáver sin nombre (Saga de los Seres Abisales II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora