CAPÍTULO DOCE

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Le dedico este capítulo a Edward, el gato de @Juri-Di-Lammermoor , que está enfermo. Ojalá te recuperes pronto, Edward <3


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Vicente no necesitaba releer la carta que Daniel Martínez había escrito para él porque ya se la sabía de memoria, pero lo hizo. Tenía la absurda impresión de que estaba pasando algo por alto, que no se había grabado con la suficiente fuerza en su cerebro. Que con solo pensar en otra cosa las frases se desvanecían. Por eso miraba cada pocos minutos la hoja y leía su contenido como los niños pequeños, pronunciando las palabras en voz baja. Lo cierto, sin embargo, es que con la primera lectura había bastado. Hubiera podido recitarla sin dudar a cualquiera que se lo pidiera y le bastaba con cerrar los ojos para ver la letra de Daniel hablándole directamente a él.

¿Por qué?, se preguntó cuando Manuel le quitó el papel de las manos al ver que él no reaccionaba. ¿Por qué me escribió a mí? ¿Qué significa todo esto? Luego, cuando la carta regresó a sus manos tras ser leída por su ayudante y por Frank, él tuvo el impulso de hacerla pedazos o aplastarla hasta que no fuera más que una bola sin nada que decir. Pero no lo hizo. Lo que hizo fue leerla por segunda vez.

Desde entonces tenía la sensación de que era lo único que había hecho, lo que tampoco era cierto. Solo había transcurrido un día desde la llegada de la carta y muchas cosas se habían sucedido unas a otras. Lo primero fue la llamada de María José Martínez, quien le informó que había recibido su propia carta, firmada por su hermano. La mujer lloraba y Vicente sintió cada una de sus palabras estranguladas por la pena como un golpe directo a la cara.

—En la carta dice... dice que va... —María José dejó salir libremente los sollozos antes de parar y quedarse en silencio por casi un minuto. Cuando volvió a hablar, se escuchaba tranquila, lo que le pareció muchísimo peor a su interlocutor—. Tiene que encontrar a mi hermano... por favor...

Vicente, en ese momento, apretó con tanta fuerza el auricular que le pareció escuchar que sus nudillos crujían. Tenía la respuesta que la mujer merecía en la punta de la lengua, pero era incapaz de decirle la verdad. "Aún hay esperanzas", se repetía a sí mismo, sumido en la negación y necesitaba que otra persona compartiera su fe. Frank, frente a él, no lo hacía, mucho menos Manuel y Hugo Farías, de pie en el umbral de su oficina, mirándolo.

—Señora Martínez... María José, su hermano...

Frank dio un paso hacia el escritorio, lo único que lo separaba del abogado, y estiró la mano hacia él.

—Dámelo. Yo se lo diré. —Vicente apenas tuvo tiempo de salir del shock cuando Frank le quitó el teléfono. Tras respirar profundo una vez, se lo puso en el oído derecho—. María José, soy Francisco Rodríguez... Sí, el mismo. No, no... vine a Santiago porque Vicente me lo pidió. —El hombre hizo una pausa que se extendió mientras la voz de la mujer al otro lado de la línea se escuchaba parcialmente a causa del silencio. María José casi gritaba y a pesar de eso Frank la escuchó con calma y el rostro inmóvil—. Sí... sí, estoy aquí por eso. Ahora, escúchame... tú no me conoces, pero sabes que soy amigo de tu hermano. Te ayudaré en lo que sea, pero tienes que escucharme. —Una nueva pausa, esta vez más breve. En esa ocasión Vicente no alcanzó a oír nada proveniente del auricular—. Primero, ¿qué dice tu carta? Léela con calma...

Frank tomó un papel y una pluma del escritorio y escribió con rapidez. Al terminar deslizó la hoja en dirección a Vicente, pero este fue incapaz de mirar otra cosa que no fuera su rostro.

Cadáver sin nombre (Saga de los Seres Abisales II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora