CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO

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Ella miraba todo a su alrededor y él la miraba a ella. Así habían atravesado la Estación Central y caminado hacia el lugar donde Ramiro había estacionado al llegar. Hugo Farías avanzaba tras ellos, vigilante, cargando las dos maletas de Frank mientras Manuel hacía lo propio con las maletas de la niña. 

Porque era una niña, de eso no cabía duda. Una niña tal vez cinco años menor que él. Bueno, quizás estaba exagerando. Si la estudiaba con atención (que era lo que venía haciendo desde hace más de cinco minutos),  se hacía evidente que solo le llevaba dos o tres. La sensación de que era menor vino de su estatura, ya que fácilmente la superaba por una cabeza. También contribuyó la expresión de total asombro de ella, como si en vez de llegar a una nueva ciudad acabara de pisar otro planeta. En un momento la había visto contemplar concentrada un semáforo y a punto estuvo de lanzarle una broma al respecto. Justo entonces, sin embargo, ella lo miró. Tenía los ojos de un tono oscuro de, muy brillantes. Manuel sintió que con esa mirada no le costaría demasiado leerle la mente y saber de inmediato lo que estaba pensando. 

—¿Quieres que te lleve el bolso? —preguntó por decir algo, al tiempo que señalaba el bolso de cuero que ella cargaba. 

—Tú eres Manuel, ¿cierto? —respondió ella, sin quitarle los ojos de encima. A pesar de no ser de Santiago, no parecía tener problemas para esquivar instintivamente a la gente que se le cruzaba en el camino. 

—Sí. —Se giró para mirar a Hugo. El hombre sonreía de lado, observando la escena—. Soy Manuel. Ese es mi nombre. 

—Yo soy Gabriela. 

—Lo sé. 

La niña se volteó para mirar a Hugo.

—Y usted es Hugo Farías. Frank me dijo que era detective. 

—Así es. 

—Qué genial. Yo siempre leo de detectives, pero nunca había conocido a un de verdad. 

—Los de verdad somos más entretenidos, aunque ganamos peor. 

Gabriela soltó una carcajada, sonido que dibujó una sonrisa instantánea en la boca de Manuel. Cuando este se dio cuenta del gesto, se puso serio de nuevo. 

—Ya estamos por llegar —dijo Hugo, adelantándose un poco. Antes de llegar al auto, cruzó una mirada con Manuel y alzó las cejas en un gesto que el muchacho interpretó como "manténte alerta". 

Giraron en una esquina, lo que les permitió ver por fin el automóvil en el que habían llegado. El primero en alcanzarlo fue Hugo, que abrió la puerta trasera para que Gabriela se subiera. Manuel, con la maleta aún en la mano, se quedó en la vereda. 

—Deja la maleta en el suelo y súbete —ordenó el detective, rodeando el auto. 

—No, yo le ayudo. 

—Súbete, dije. 

Manuel frunció los labios, pero obedeció. Dejó la maleta en el piso y ocupó el extremo opuesto del asiento trasero. Gabriela miraba la calle donde se encontraban por la ventanilla, inclinada hacia el vidrio hasta casi tocarlo con la punta de la nariz. 

—¿Nunca habías venido a Santiago? —le preguntó en voz baja, esperando que Hugo no lo escuchara en el exterior. 

—Sí. Es muy feo. 

—No es feo. 

Gabriela se enderezó al tiempo que daba un suspiro. 

—Bueno, no es feo. Solo es gris es tristón. 

Cadáver sin nombre (Saga de los Seres Abisales II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora