CAPÍTULO DIECINUEVE

1K 129 320
                                    

Hugo fue el primero en decirlo: tenían mucho trabajo por delante. Dejar la curiosidad para después y trasladar las cajas desde la supuesta casa de Daniel Martínez hasta el auto de Vicente Santander (que Hugo prefería en lugar del escarabajo de Ramiro) había sido solo el primer paso. Dejaron el resto, que no pasaban de ser algunos utensilios de cocina, la ropa sobre la cama, los libros y un cepillo de dientes viejo en el baño. No tenían la certeza de que allí hubiera vivido realmente Daniel, pero si era el caso, se les hizo más que evidente que solo era una vivienda de paso. Prestada, seguramente.

Viajaron de vuelta  a Quinta Normal en silencio, al menos la mayor parte del viaje. Como solía ser costumbre, fue Hugo quien habló primero, diciendo lo que ambos estaban pensando.

—Tenemos mucho trabajo por delante.

—Lo que tenemos que hacer es encontrar a Vicente —masculló Ramiro, con un cigarro encendido en la mano. Hugo se había alegrado al verlo fumar.

—¿Dónde? ¿Tienes alguna pista, Marlowe? —Ramiro ignoró la broma y negó con la cabeza—. Entonces viene el trabajo de escritorio, amigo mío. O sea, leer y pensar. Y tenemos mucho para leer. El tal Daniel investigó mucho antes de que lo atraparan, si es que todo eso que encontramos es realmente de él...

En esa ocasión, Ramiro tampoco no respondió. Lo que habían encontrado en esa casa podía ser útil, era cierto, pero el hallazgo había desbaratado todas las teorías que tenía. Hasta una trampa por parte de Mackena hubiese tenido más sentido para él. Si esa casa de verdad era la de Daniel, pasajera o no, y las cajas con información eran parte de un plan para ayudarles, ¿cuándo habían sido enviadas las cartas? ¿Había sido el mismo Daniel el que las envió?

No tenía respuestas para ello, así como tampoco tenía forma de saber dónde estaba Vicente. Solo esperaba que las dichosas cajas contuvieran algo que les ayudara o de lo contrario se volvería loco. A su lado, Hugo parecía intuir su desesperación silenciosa e inmóvil, marcada por el ir y venir del cigarro y el humo que expulsaba entre los labios, lo único que se permitía dejar salir libremente de su interior. Cuando escuchó la voz de su amigo, agradeció la distracción.

—¿Piensas avisarle a Francisco Rodríguez?

—Si se fue anoche aún no debe llegar a Lafken.

—Sí, pero cuando llegue. ¿Lo vas a llamar?

Ramiro dio otra calada, más profunda que las anteriores. Una parte de sí le decía que lo mejor para Frank era solucionar los problemas de su familia sin estar pensando en Santiago. Pero también sabía que el hombre nunca le perdonaría no haberse enterado de algo tan grave.

—Sí, lo llamaré. Esta noche intentaré comunicarme con él. Y hay otra cosa. —Esperó a que Hugo se girará parcialmente para mirarlo y entonces habló—. Manuel.

—¿Qué pasa con Manuel?

—A mí no me tiene mucha estima, así que tú tienes que convencerlo de no meterse más en esto.

El suspiro de su amigo le hizo saber que ya había pensado algo similar.

—¿Y si lo dejamos que nos ayude? No, no... escúchame —exclamó Hugo mientras giraba a la derecha. Faltaban unos quince minutos de viaje—. Yo sé que es peligroso para él... y también para nosotros si tenemos que preocuparnos por un pendejo. Pero, Ramiro, el cabro vio cómo se llevaban a Vicente. No se va a quedar tranquilo después de eso. Debería estar asustado y seguro que está cagado de miedo, pero con lo poco que lo conozco, te puedo asegurar que en vez de quedarse escondido en su cama va a querer hacer algo. Mejor que nosotros le digamos qué y no que ande él planeando una aventura.

—¿Entonces?

—Lo que te decía: tenemos mucho que leer y él sabe leer. Que nos ayude con eso.

Cadáver sin nombre (Saga de los Seres Abisales II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora