II • Sociedad

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Qué dolor.

Jamás imaginó que dormir pudiera convertirse en algo tortuoso. Un punzante aguijón del colchón le había atravesado las costillas.

Aun víctima de la somnolencia, buscó con su mano la campanilla de plata que sacudía todas las mañanas, cuando aún siquiera había despegado los párpados.

Al notar la ausencia del objeto, León abrió los ojos, sufriendo un terrible dolor de cabeza.

Una mesilla de madera, de construcción hortera, fue lo único con lo que se depararon sus ojos, y encima de esta, una lámpara con una tulipa de papel color violeta.

—¡Emma! —Alzó la voz, pero sin llegar a gritar.

Su mundo se había convertido en uno de los circuitos más catastróficos de todo el parque de atracciones. Su malestar era tan horrible que atacaba su visión.

Podía jurar, que nunca antes había padecido semejante dolencia.

—¿Qué sucede, hermano?

Las cejas de León se curvaron ligeramente al toparse con la imagen de su hermana luciendo un albornoz color violeta.

—¿Y Emma? —Cuestionó León, sentándose en la cama, mientras trataba de ignorar su mal estado.

Aquel colchón era indigno para cualquier ser vivo. Ni un perro callejero merecía dormir en semejante desecho.

—Hermano, Emma ya no está a nuestro servicio, ¿lo recuerdas? Fue ella la que nos ofreció su morada —le informó Aimeé con seriedad, ocultando su tristeza por dicha situación.

León estaba casi seguro, de que nunca antes una vida había dado un giro tan radical.

El solo pensar en que tendría que mezclarse con el mundo urbano, seguía siendo su peor dolencia.

No era racismo, sino intolerancia hacia su comportamiento grosero. El solo imaginar el sin número de improperios que salía a diario de sus bocas, le causaba arcadas.

Era un hecho, que no sería capaz de tolerar la vida a la que les había empujado su padre.

—¿Y nuestra madre? —cuestionó León.

Aimeé meció la cabeza y se apoyó en el marco de la puerta. Nunca antes su imagen se había visto tan desgastada, y León presintió, que, de ahora en adelante, sus vidas solo podrían caer en picado.

Aquel era apenas el principio.

Un escalofrío recorrió pecaminosamente su espina dorsal al padecer un mal presentimiento.

—Hasta que madre y padre aparezcan, yo seré la que esté al cuidado de ti. Me refiero a tus estudios, por lo demás, tendremos que aprender a cuidar de nosotros mismos.

Un reto que a León Boulogne no le importaba asumir. Jamás en su vida se había preparado siquiera un café, pero de ahora en adelante, lo haría.

—Mis estudios — reflexionó sobre ello.

Esa era otra parte de su mundo que se desmoronaba. Obviamente, sus días como estudiante en una lujosa colegiatura habían llegado a su fin, pues ya no tenían a su disposición la cantidad bárbara de dinero que su padre abonaba mensualmente.

Un nuevo retortijón volvió a consumir su ser.

Se imaginó entre bárbaros de hacha empuñada, con vestuario de licra o de algodón de la peor cualidad. Gente, que por lucir una prenda de Adidas o de Nike, ya se creían los reyes del mundo.

Unos calzoncillos suyos costaban más que todo su vestuario. Mucho más que un sencillo conjunto de deporte o cualquiera de esas marcas caras, que, para la gente común, era un lujoso capricho.

Coleccionista de desastres [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora