VII • De peligro en peligro

92 15 10
                                    

El sonido de los tenis rechinando se entremezclaba con el rebote constante del balón. Jóvenes sudorosos corrían tras el objeto esférico de un lado al otro del campo. Estaban fatigados, pero no cesaban el movimiento, no se daban por vencidos.

-Así somos nosotros - Explicó el jóven de brazos totalmente abiertos, agrupando a todo participante entre ellos. No señalaba a ninguno en concreto.

La sonrisa llegaba hasta sus ojos, era con pura emoción que le hablaba sobre su equipo.

-Jamás nos damos por vencidos, aunque tengamos la derrota asegurada - Al mencionarlo apretó los puños, asfixiando un sentimiento de pura frustración - Hemos perdido en los cuatro años de secundaria y el primero de bachillerato, ¡Pero este año ganaremos!

Lo último lo gritó como si tratara de convencerse a sí mismo.

-O eso me gustaría decir...

Sus brazos se desplomaron junto con la extensa sonrisa que había estado adornando su rostro.

Léon tomaba su merienda, prestándole debida atención, pagándole de ese modo el enorme favor que le había hecho al esconderlo, aunque no es que estuviera totalmente tranquilo. Bestia parecía estar obsesionada por él hasta el punto de buscarlo hasta en el más recóndito rincón de la institución.

-Pero no tenemos miembros suficientes para participar... La mayoría de nuestros integrantes son novatos - Comentó con pesadez, perdiéndose en el tenaz empeño que ponía un nuevo jugador en concreto - Me hace realmente feliz que halla personas que muestren interés por el baloncesto, pero se requiere de tiempo para entrenarlos, tiempo que a mí y a varios de mis compañeras no nos queda...

Léon permaneció en silencio, apenas masticando la comida. Por veces su mirada escapaba al campo y se perdía en el movimiento de un estudiante en concreto, uno cuya habilidad destacaba entre todos.

-Es él - Dijo repentinamente el muchacho.

Sin soltar ninguna cuestión, Léon ojeó al jóven, hallando en él una nueva sonrisa. Admiración, era la razón del brillo que latía en su mirada.

-Sebastián Océan, el mejor jugador que tenemos en el equipo. ¿Verdad que es maravilloso?

-Es notable su habilidad.

Como un zorro habilidoso, de ese modo se movía el reconocido deportista. Los mechones negros de su cabellera se perdían como una sombra al traspasar a sus contrincantes, y decía traspasar porque así se veía desde su lugar como público. La estrella del equipo era dueño de un trabajado cuerpo y su envidiable altura era un gran aliado que tenía a su favor, especialmente contra los menores. En sus manos el balón duraba como máximo tres segundos y no había lanzamiento que no encestara.

-¡Muy bien lanzado, Sebastián! - Chilló repentinamente el muchacho a través de un círculo que formó con sus manos.

Sebastián se detuvo y enarcó una ceja viendo en su dirección. Quizás pretendía con ese gesto parecer enfadado, pero la sonrisa permanente no estaba de su lado.

-¡No quiero que me animes! ¡Quiero que vengas a jugar! ¡Ven, Adrien!

Adrien, así se llamaba el chico que lo había atosigado aquella mañana nada más abordó el espacio estudiantil. Solo entonces lo supo. Era tanta la obsesión que tenía por aquel deporte que incluso se había olvidado de presentarse. ¿Es que acaso en aquel lugar no había nadie mediamente normal?

-¡Ahora voy! Hey, Léon - Le pinchó dos veces el hombro izquierdo - ¡Mira qué bien juego!

Fingió colgarse medallas en la camiseta y salió disparado hacia la pista, donde fue recibido con el balón.

Coleccionista de desastres [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora