016.ROCK LEE

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Todos los personajes y la historia pertenecen a Kohei Horikoshi y Masashi Kishimoto

Frustración. Esa era la palabra que mejor describía el estado anímico de Bakugo. Muchas veces estuvo a punto de volver a abandonar. Pero, cuando eso sucedía, miraba el colgante que rodeaba su cuello y la motivación resurgía cual Ave Fénix. 

El colgante se lo había hecho Bakugo, justo después de la muerte del clan Uchiha, con un hilo que atravesaba una ficha de Shogi con el kanji de Rey. Cuando lo veía, rememoraba su promesa de convertirse en Hokage, el Rey, y también rememoraba a Mikoto, que fue la que le regaló el tablero de Shogi, con las fichas incluidas. El regalo que le hizo en su octavo cumpleaños, el mismo día en que sucedió la tragedia que lo cambió todo en Bakugo.

Las clases eran un suplicio para Bakugo, ya que lo peor no era sentirse un completo inútil por no poder realizar el más sencillo de los jutsus, si no las burlas de sus compañeros y la impotencia que sentía por no poder hacerles comer sus palabras. El líder que empezaba las burlas era Kiba Inuzuka. Prácticamente, toda la clase participaba en las burlas al rubio ceniza que había dejado de provocar miedo hace mucho tiempo. Y cuanto más gruñía Bakugo, más deseaban burlarse de él. Incluido las niñas. 

Estaba empezando a odiarles incluso más que a Deku. Pero al que más odiaba de todos era a Naruto. A él lo odiaba por atreverse a compartir su objetivo. Lo odiaba por ser el hijo del bastardo que le mintió acerca de los motivos de Itachi. Y lo odiaba porque, al igual que Deku, trataba de ayudarle cuando nunca había pedido tal ayuda.

Las únicas clases que toleraba Bakugo eran las de Taijutsu. A pesar de su incapacidad de moldear chakra, para aumentar la velocidad y la fuerza entre otras cosas, era el quinto estudiante más hábil en Taijutsu. Sólo estaba por detrás de Sasuke, Naruto, Kiba y Hinata.

Su vida se había convertido en una rutina. Levantarse, ducharse, desayunar, clase, comer, entrenar, cenar, entrenar, ducharse y dormir. Los fines de semana, cuando no había clase, en su rutina solo cambiaba la parte de las clases por más entrenamiento. De vez en cuando, iba al Ichiraku para comer gratis, y así de paso veía trabajar a Ayame que era muy patosa y le provocaba alguna carcajada. 

Pasaron dos años, y Bakugo seguía sin poder usar chakra. No había cambios significativos en su monótona vida. Pero hubo un día muy peculiar en la vida de Bakugo. Como todos los días después de clases, Bakugo fue directo a su área de entrenamiento para practicar con el lanzamiento de shurikens. Pero, para su desgracia, una multitud de niños estaban ocupando ese lugar para jugar al escondite. Estuvo tentado de pegar unos gritos y asustarlos, pero decidió que sería demasiada molestia, así que fue en búsqueda de otro sitio para entrenar con los kunais y los shurikens.

Bakugo iba caminando tranquilamente y despreocupado por el bosque con las manos en los bolsillos. Echaba un ojo de vez en cuando a su alrededor, en búsqueda de un tronco ideal para el lanzamiento de las armas. De pronto oyó a alguien gritar números. La curiosidad de Bakugo hizo que se acercara a donde provenían los gritos.

—¡404! ¡405! ...—gritaba un niño con las cejas pobladas, de cabello negro y largo recogido en una coleta, mientras daba patadas con la pierna izquierda a un tronco.

—Que niño más raro —pensó Bakugo arqueando una ceja confundido por la visión.

Aquel crío raro parecía de edad similar a la de Bakugo. Su cabeza le decía que buscara un sitio tranquilo y que entrenara de una vez, ya había perdido demasiado tiempo. Pero había algo hipnótico en su repetición de patadas al tronco. Así que se quedó allí observando oculto en un arbusto. Su intención era entrenar cuando acabara el crío con su entrenamiento.

Katsuki Bakugo en KonohaWhere stories live. Discover now