III: La verdad no duele

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   Al llegar a casa, mamá estaba en la habitación que llamaba su oficina, su santuario aislado de sonidos externos, donde mantenía todos sus instrumentos musicales perfectamente ordenados, escribía melodías y tocaba el chelo. Sonreí al verla porque me acordaba de lo que había sucedido donde Mikey.

- ¿Y esa sonrisa? – preguntó curiosa

Negué con la cabeza y me acerqué a ver lo que estaba haciendo

- Supongo que te divertiste mucho con Mikey si traes esa sonrisa – volvió a lo mismo

- Sólo sonrió porque nunca pensé que tener "oído musical" me serviría de algo – me encogí de hombros dejándome caer en un sillón junto a su chelo

Tomé una guitarra acústica y comencé a rasguear vagamente, una melodía conocida.

- ¿Por qué nunca quisiste seguir mis pasos? Cuando eras adolescente eras apasionada, amabas cantar y tocar esa guitarra que me obligaste a comprar- señaló la danalectro – y no es cualquier guitarra.

Una extraña nostalgia me invadió en ese momento, sentía que una parte de mí se recogía pensando en tiempos menos complicados, sin responsabilidades reales, problemas que arruinaran tu vida, malas decisiones, ni adultez. Deslicé mis dedos por la guitarra que tenía desde mi adolescencia y que mamá había cuidado de ella cuando comencé a asistir a la universidad, la miré con melancolía.

- No lo sé, a estas alturas ya no sé qué me apasiona, buenas noches – respondí desanimada dejando de lado la guitarra, y me dirigí a mi habitación.

Reconocía mi falta de interés por las cosas que antiguamente me apasionaban, esos pequeños detalles que crean pequeños placeres, como la sensación tibia de una taza de té antes de dormir, el crujir de las hojas secas en otoño, crear retratos de personas, el sonido de la lluvia, largas caminatas, tomar fotografías, el aroma de un chocolate caliente.

Sentir un mínimo de motivación durante el último tiempo se había vuelto algo complicado, una realidad lejana a lo que vivía en ese momento, la angustia me invadía de noche mientras me revolvía en mi cama pensando de más al recordar una y otra vez el incierto futuro que tenía por delante, como el hecho que no tenía empleo, que había sido expulsada a meses de graduarme en la escuela de Bellas Artes y aceptar que todo lo que de alguna forma me daba alegría ya no parecía ser suficiente para llenar la desmotivación que sentía en mi interior.

Era lo suficientemente tarde como para dormir, pero yo no dormía del todo... simplemente me acostaba en mi cama, bombardeaba mi cabeza con distintos pensamientos que me hacían sentir asfixiada en ansiedad. La rutina de entumecer mi mente viendo una serie, un reality show o lo que estuviese en mi poder para así aplacar esos desagradables pensamientos intrusivos me estaba aburriendo. Y esa noche en particular fue algo diferente, vestí la vieja camiseta de The Smiths y el desteñido pantalón de pijama a cuadros de franela que usaba desde hace ya casi un año, entré a la cama y todo lo que venía a mi mente era la sensación placentera de la admiración que percibí por parte de Mikey y Ray. Si bien no estaba acostumbrada a ser el centro de atención, mucho menos a destacar de sobremanera, se sentía bien para mi ego el hecho de verlos embobados por un rasgueo que había aprendido en minutos a simple oído.

Me sentía mareada en la oscuridad de mi habitación, y la última imagen que tenía en mi mente antes dormir era el rostro de Frank, ebrio, sus ojos rojos y su rabia en mi contra.

***

Despertar nunca es fácil cuando duermes poco, aunque esa noche descansé más de lo habitual. Una ducha y desayuno rápido fue todo a lo que pude optar esa mañana, no tenía tiempo para llegar atrasada a la primera sesión con la terapeuta con quién trataría "mis problemas de ira y consumo de drogas". Bajé la música de mi auto para dar con la dirección del edificio, era una costumbre ridícula y lo sabía.

𝐘𝐎𝐔𝐍𝐆 𝐀𝐍𝐃 𝐃𝐎𝐎𝐌𝐄𝐃Donde viven las historias. Descúbrelo ahora