#Ganadora: Azzaroa

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El mundo es un pañuelo

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El mundo es un pañuelo. Eso es algo que mi abuela me repetía una y otra vez, y que jamás llegué a comprender hasta este mismo instante. 

 Admiro babeante como trota hacia mí y yo me quedo exhausta. Me hago la loca, mirando de un lado a otro como si me diera exactamente igual que su cuerpo esculpido por los mismísimos dioses del Olimpo venga dirección hacia el mío, sin anestesia ni nada. 

 Trago saliva mirando al frente, aunque mi subconsciente lo observa atentamente por el rabillo del ojo. Mi corazón sabe que está ahí, ya que no para de bombear más sangre de la permitida. ¡Maldito traidor! Una pareja juguetea, perfecto, justo la visión que necesito para que mi cuerpo se relaje. Se besan y se acarician de modo que dejan claro que no llevan más de cuatro días juntos. ¡Puaj! Odio esas parejas ñoñas e insoportables que necesitan pasarse las veinticuatro horas del día toqueteándose. 

 Aunque... uf. Desvío la atención a la otra punta del paseo. Genial, una mujer de avanzada edad paseando un carrito. La observo, ya que al parecer es lo único que consigue que deje de prestar atención al hombre que viene directo a mí. No lo veo y aun así siento como los pasos cada vez lo separan menos de mí. Aunque tal vez esté siendo una puta flipada de mierda y ahora siga recto, pasando de la idiota que se cree el centro del universo. 

¡Seguro que ni se acuerda de mí! 

¿Y si la señora es su madre que está cuidando a su bebé? Seguro, estará casado. Como si lo viera: con una top model, preciosa, ojos verdes, pelo rubio y largo hasta el culo. ¡Maldita con suerte! Pataleo en el sitio, dándole un golpe a una piedra que termina bajando hasta la playa. Refunfuño por lo bajo, pero no es hasta que siento una mano golpeándome en el hombro cuando me quedo sin respiración. 

 —Hola, tú —me saluda sonriente, sacándose uno de los auriculares y regalándome una estampa digna de alguna revista para mayores de dieciocho años como mínimo—. ¿Qué te trae por aquí?

 No me queda más remedio que volver toda mi atención sobre él, aunque como si en algún momento estuviera yo pendiente de otra cosa. Intento no fijarme, juro que lo hago, pero la vista se me va de forma muy poco discreta a una diminuta gota de sudor que parece querer desembocar en el elástico de sus pantalones. «Coño, Rebeca, ¡céntrate!» 

 —Pues ya ves, aquí ando —respondo a duras penas en un débil balbuceo. Elevo la vista y la clavo en sus ojos. No me pasa desapercibido el vacile en su mirada. Meneo la cabeza de un lado a otro para conseguir centrar mis ideas y así dejar de pensar en cosas indecorosas—. ¿Y tú? —pregunto en cambio—, no jodas que vives por aquí. 

 Ya sería lo último que me faltaría, tener que verlo cada vez que me acerque a ver a Vane. En fin, tendría que cambiar de amigas porque yo a este hombre no podría verlo a diario, me volvería loca de remate. Me complace darme cuenta de que niega con la cabeza, ¡menos mal! 

—Ojalá —musita sonriente—. Vivo hacia el otro lado de la ciudad.—«Con tu mujer supermodelo y tu hijo digno de anuncio de potitos, claro»—, pero el paseo es una verdadera maravilla para correr —admite—. Si viviera aquí no pisaría mi casa en todo el día. 

 Se ríe, llevándose una mano a la frente para limpiarse el sudor. Y yo... yo literalmente me derrito viendo como lo hace. Babeo, juro que tengo que estar regalándole una estampa tan ridícula que hasta yo me avergüenzo de mí misma. 

 Bajo la vista hacia su abdomen sin ningún tipo de vergüenza, y me recreo en la tableta de chocolate que se le dibuja, de forma tan marcada y apetecible que me tengo que contener para no darle un bocado. ¡Pero si a mí ni me gusta el chocolate! 

Siento como se me suben los colores, respiro hondo para intentar relajarme y elevo la vista. Tan pronto lo hago me doy cuenta de que estoy siendo observada. Pillada infraganti, ¡perfecto!, cinco puntos más para mí. 

 —Y... ¿vienes caminando desde tu casa? —pregunto, intentando que el cerebro me vuelva a funcionar a un ritmo normal, o tal vez simplemente intentando desviar la atención. 

 Él solo me dedica otra sonrisa matadora mientras niega. 

 —Vengo en bici. —«Genial, gracias por la visión. Ya veo lo mucho que me va a costar conciliar el sueño durante las próximas semanas»—. Así en menos de diez minutos ya estoy en casa. 

 —Oh, qué bien. Qué deportista. 

 Asiente, aunque a mí el hecho de que haga deporte me tira de un pie, para qué fingir otra cosa. No me gusta correr, lo detesto con todas mis fuerzas. Lo único que hago que se podría considerar deporte —o no, la verdad es que ni lo sé ni me importa— es bailar. Bailar me flipa, bailo de todo, desde zumba hasta merengue, pasando por la bachata. ¡Soy una maestra en mover las caderas!, una faceta de mí que, sin ninguna duda, le mostraría encantada. 

 —Tengo que seguir para no enfriarme. —«El detalle que me faltaba para que mi mente se relajara»—. ¿Te veré un día de estos? 

 Me encojo de hombros. Mi cuerpo me pide que le grite que sí, mi cabeza que me niegue en rotundo, pero lo cierto es que no tengo ni idea. Me regala otra de sus sonrisas terribles, de esas que hacen que se me caigan las bragas hasta los tobillos. Suspiro viendo como comienza a trotar de nuevo. Pasa de largo de la mujer con el carrito, lo cual me alegra sobremanera. 

 Respiro hondo y, antes de darme cuenta, estoy sonriendo como una colegiala a la que le regalan una chuchería. 

Niego con la cabeza antes de mirar hacia atrás y observarlo cruzar la calle.

Niego con la cabeza antes de mirar hacia atrás y observarlo cruzar la calle

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Desafíos de Chick LitWhere stories live. Discover now