#Ganadora: Bitter_Sweet26

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Cayó la noche, se cernía la oscuridad sobre los edificios

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Cayó la noche, se cernía la oscuridad sobre los edificios. El bullicio de la ciudad era estresante a plena salida del trabajo, demasiadas personas en la calle. Como todos los días, la migraña estaba presente el único alivio era saber que era viernes.

Ella compraba flores para la tumba de su hermano que como cada sábado temprano visitaba. Un nudo se instaló en su garganta aún era reciente. Dolía como una herida latente. Despertaba cada noche con su recuerdo, la realidad se volvía difusa ante sus perjuicios. El terapeuta decía que la medicación ayudaría con las alucinaciones. Ella no estaba tan segura de ello.

Caminaba de prisa a la estación del metro, siempre era la misma rutina. Despertaba en la madrugada, lloraba hasta el amanecer y luego se encerraba ocho horas en una cabina para convencer a ilusos de que un producto solucionaría todos tus problemas. Los insultos telefónicos iban y venían también eran parte de la cotidianidad. Debía sobrevivir, las cuentas no se pagaban solas, y aunque para su hermano se había apagado la luz para ella seguía encendida, solo que pocas veces lo notaba.

Mientras esperaba su turno para comprar el boleto contemplaba su reflejo a través de la ventanilla, lo deplorable que lucía por fuera no era ni la mitad de lo rota que estaba por dentro, el peine y el maquillaje hacía meses que dejaron de ser una opción matutina. Pasó la mano por su cabello intentando acomodar los mechones sueltos que se escaparon de su coleta, probablemente cuando el supervisor tocó la pizarra por tercera vez indicándole que ya era medio día y aún no había vendido nada.

Su mente era un complejo revoltijo, un laberinto sin salida. Aún cuestionándose, porque él y no yo. Lo único que le hacía olvidar todo era verlo. El final del día era la mejor parte, el atractivo chico que se sentaba a unos cuantos sillones de Ella en el metro. Siempre en el mismo vagón, siempre en el mismo asiento, siempre con la congoja de no haber respondido su saludo una noche que lo vio de cerca en la fila de los boletos. Esa noche no hubo pesadillas, cerraba los ojos y solo encontraba esos ojos pardos y esa hermosa sonrisa. Observarlo cada noche de camino a casa, la relajaba, imaginaba la posibilidad de poder conocerse, pero le faltaba voluntad. Algo muy ausente en los pacientes con depresión.

La fila era enorme en los días de sueldo, todo mundo iba de aquí para allá, Ella se abrazó a su mochila y esperó el metro, cuando el tren se acercaba se dio cuenta que no estaba parada en el mismo lugar de siempre sino que las puertas se abrieron al final del vagón, donde estaba él, con su impecable vestuario de oficina, Ella siempre tuvo la curiosidad de saber cómo en tan comprimido espacio y repleto de personas su camisa no se arrugaba. El atisbo de una sonrisa surcó sus labios y se puso de pie al verla, era extraordinariamente perfecto, inalcanzable. Con un educado gesto le ofreció su asiento.

—No, gracias —musitó en voz baja, sin poder evitar que se le escapara una sonrisa nerviosa, no supo qué otra cosa decir. La multitud se aglomeró en la puerta, haciendo que Ella diera un paso más cerca de él. Su carné le colgaba del cuello debajo de su foto estaba su nombre. Jayson.

El metro se detuvo y más personas se apresuraron en entrar. Dio dos pasos más cerca de él, apretó las flores con sus manos sudorosas, le temblaban las rodillas y él solo mantenía la sonrisa en sus labios como si se estuviera divirtiendo del posible ataque de claustrofobia que Ella estaba a punto de sufrir. Quien dijo de las mariposas en el estómago no conocía a Jayson. Porque Ella sentía como si una estampida de elefantes revolearan su estómago. Tan distinto, como si de pronto la sensación de vacío comenzara a llenarse.

—¿Estás nerviosa? —preguntó en voz baja, con su aterciopelada voz. Dando un paso más cerca de Ella, contuvo su respiración, se miraban a los ojos, Ella era mucho más baja que él. Jayson inspeccionaba su rostro, se sintió abochornada, las marcas en sus ojos cansados se notaban a kilómetros. Debió de haber reconsiderado sus opciones matutinas.

—No.

—¿Por qué tu labio inferior está temblando? —otro susurro, más cerca de Ella, solo centímetros separaban sus rostros. Ella miró sus pies, pensó en alejarse, pero no quería hacerlo. Mucho tiempo sintió miedo de tenerlo cerca, de hablarle, esa vez se estaba tornando diferente, quería intentarlo y enmendar su interior o apostar todo y fallar. Ya no le quedaba mucho que perder.

Tan cerca de él se sentía cálido, tan diferente a ese húmedo y frío baño, donde se solía mutilar. Prometió sobre la tumba de su hermano no volverlo a hacer, pero la soledad le incitaba a fallarle una y otra vez. Hacía meses que no sentía su corazón acelerado, esta vez no era una mala noticia, eran emociones. Él le causaba esas emociones, no podía seguir ignorándolo.

—Es sed —fue lo único que pudo inventar al levantar la vista, su rostro ardía enrojecido. La sonrisa en su rostro reapareció, Ella también sonreía. Él se acercó más, sus narices rozaban. Su aliento a chicle de fresa llenó sus pulmones. Ella cerró los ojos, no sabía que iba a pasar, temía de su reacción. Temía de su valentía, hacía mucho tiempo que había dejado de confiar en sí misma.

—Eres tan hermosa —su voz le hizo abrir los ojos, dejó un pequeño beso en la punta de su nariz, las mejillas de Ella se humedecieron, no sabía razón o quizás habían demasiadas y no tenía con cual excusarse; sus ojos la contemplaban como si fuera una muñeca de cristal a punto de quebrarse, pero no había lastima, solo conmoción. Sus pulgares acariciaron sus mejillas y musitó—: Déjame secar tus lágrimas.

Desafíos de Chick LitWhere stories live. Discover now