La cena

761 66 44
                                    

Cuando llegaron a casa Elizabeth descubrió con gran alegría que todo estaba ya decorado de Navidad. En el salón se tomó con un enorme abeto repleto de luces parpadeantes y bolas centelleantes que flotaban alrededor del árbol, haciéndolo parecer un ente completamente vivo. Había guirnaldas por los pasillos y en cada habitación, un montón de figuritas con motivos navideños y en la cocina un muñeco de un elfo vestido con prendas verdes y rojas te cantaba un villancico cada vez que pasaban. También habían hechizado un par de tarjetas en la entrada que tocaban una alegre melodía relacionada con las fiestas.
Además, al abrir la puerta les embargó la calidez de la chimenea encendida, los candelabros iluminando cada estancia y el agradable aroma del asado que había preparado Dorea.
Una felicidad infantil la embargó por completo, y no pudo evitar sonreír con ganas al notar su hogar tan sumamente acogedor, en comparación al menos con la lluvia que caía en el exterior.
Ya habían pasado por el Caldero Chorreante y Sirius había alquilado una habitación (con un dinero que los Potter le habían obligado a aceptar pese a su insistente negativa), así que sólo les quedaba disfrutar de la deliciosa cena y de la calidez de las fechas.

Charlus hizo levitar los tres baúles hacia la primera planta y les pidió que se quitasen los abrigos.
—Sirius, hemos pensado que como te ibas a quedar dos semanas preferirías dormir en la habitación de James, así que os hemos puesto otra cama ahí. Como además vendrá algún día Isabelle... aunque si prefieres la habitación de invitados...
—¡No! —exclamaron Sirius y James a la vez, emocionados.
—¡Muchísimas gracias, señores Potter! No se imaginan lo agradecido que estoy en estos momentos... —añadió el chico con una enorme sonrisa.
Al escuchar esas palabras Dorea sonrió irremediablemente y abrazó al chico con cariño maternal.
Dorea Potter era la mujer más endiabladamente dulce del mundo.
James observó con felicidad la escena, y Elizabeth se limitó a mirar.
Charlus se unió al abrazó, y su hermano le siguió.
Dorea la miró desde aquella bonita estampa familiar como diciendo: Tú no te libras, ven aquí.
La morena suspiró, puso los ojos en blanco y se unió al abrazo colectivo.
Iban a ser unas Navidades muy largas.

Después de la cena los cinco estuvieron charlando animadamente en el salón con tazas de chocolate caliente alrededor de la chimenea mientras los villancicos resonaban en el ambiente.
Como James y Elizabeth no tenían más familia que sus padres (ambos eran hijos únicos y sus padres habían muerto mucho antes de que nacieran), Dorea y Charlus se habían preocupado mucho de que tuviesen desde pequeños unas Navidades muy familiares y muy, muy hogareñas, y siempre habían cuidado hasta el más mínimo detalle. Tenían sus propias tradiciones y eran unas fechas realmente especiales para los Potter.
—...así que a Sirius se le ocurrió la genial idea de lanzar aquellas bengalas, y la repipi de Evans nos castigó dos semanas por aquella tontería —relató James mientras sus padres se partían de risa.

Por su parte, Elizabeth estaba algo más alejada, leyendo un libro que le había dejado Remus. En aquella ocasión: Ana Karenina.
Al pasar una página se fijó en algo que no había visto nunca: Remus había hecho un dibujo en uno de los márgenes, seguramente inconscientemente mientras leía. Parecía la luna llena, medio escondida entre nubes. Observó el trazo distraído y errático de la tinta oscura. Pese a eso, era bastante realista. Con curiosidad, pasó más páginas hasta que descubrió otro garabato hacia el final del libro. Era una figura animal, como un perro, o tal vez un lobo. Remus no dibujaba nada mal, pensó.
—...¿Y tú, Lizzy, te has metido en muchos líos este año? —preguntó su padre con una sonrisa.
Elizabeth cerró el libro y se encogió de hombros.
—Yo nunca me meto en líos papá, soy una chica responsable.

James y Sirius se rieron por lo bajo, así que la morena les lanzó una mirada de advertencia.
—No habrás vuelto a pelear con el señor Binns, ¿verdad, cariño? —preguntó Dorea con preocupación.
Su hermano volvió a soltar una carcajada disimulada, y su hermana volvió a fruncir el ceño en su dirección.
—¡Claro que no, mamá! Eso solo fue una vez, en segundo, ha pasado ya mucho tiempo... ¿por qué no te preocupas más por el bobo de James? Le he visto más veces en el despacho de McGonagall que en el Comedor.
—Pero eso es porque me tiene mucho cariño, soy de sus favoritos —replicó el otro con seguridad, haciendo reír a sus padres y a Sirius.
—Claro que sí... —resopló la otra.

Elizabeth Potter | La hermana pequeña de James PotterTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang