Capítulo final.

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Eran alrededor de las seis cuando el alba llegó, anunciando un nuevo día con los primeros tonos de la mañana que pintaban las paredes blancas del palacio con su naranja. Se respiraba vida, los pájaros dando sus primeros cantos y la brisa meciendo la copa de los árboles del bosque que rodeaba los muros del palacio, cayendo el rocío de sus hojas verdes. Era una mañana de ensueño, como las que no se veían ni se tenía la oportunidad de atesorar con atención. Una que prometía un nuevo día próspero, de nuevas oportunidades y esperanza.

Lástima que el joven Min no pudo apreciar nada de esa bonita mañana.

Abrió las grandes cortinas, pero no echó ni una pequeña ojeada al exterior. Su mirada vagueaba entre las cuatro paredes del cuarto mientras sus pies parecían moverse solos de un lugar a otro, preso del nerviosismo. Se mordía el labio mientras hablaba entre dientes y miles y miles de pensamientos rondaban por su cabeza, atormentando su mente.

Porque pensándolo con profundidad, tal vez no hubiese hecho bien.

Tal vez estuviese arrepintiéndose a horas de concebir matrimonio con otro hombre al que no amaba, y que probablemente nunca sería capaz de amar. Tal vez.

Cuando Yoongi tomó su decisión, pensó en la inevitable posibilidad de que alguien saliese herido de todo aquello, y la tuvo en cuenta. Así que se propuso escoger con sabiduría. Se planteó: "¿Quién podría salir más afectado emocionalmente de todo esto?"

Así que pensó en su padre, en el hombre cerca de sus cincuenta, que había perdido a su predestinada en la guerra, y que aún así había salido adelante con el hijo que había dejado bajo su cuidado. Solo y perdido, pero con la voluntad de hacer a su hijo feliz con tal de cubrir toda la tragedia vivida. Pensó en el dia que el médico más cercano del reino visitó palacio, y con él tumbado en la cama, miró a los ojos de su padre con compasión y le dijo que su único hijo presentaba gran parte de los síntomas de una depresión que prometía con llevarlo al mismo abismo. Yoongi recordó como a su padre se le nublaba la mirada, y como su llanto se hacía audible para él, que no pudo hacer nada más que observar al hombre desde la cama sin moverse ni un ápice por la debilidad que envolvía su cuerpo y su mente, sintiendo como las lágrimas se deslizaban con la misma velocidad con la que lo hacían las de su progenitor.

También recordó, como limpió con suavidad sus lágrimas mientras las suyas seguían cayendo y con su voz grave le dijo que le quería y le prometió sacarlo de su situación juntos.

Y luego pensó en Jungkook. En cómo siempre mantenía los jardines impecables. En cómo podía ver el trabajo, cariño y dedicación que ponía en hacer el detalle más pequeño. En su atuendo corriente y su pelo que una vez tuvo la oportunidad de acariciar, en los labios que tuvo la oportunidad de besar y de los ojos chocolate y profundos como la noche que tuvo la bendición de mirar con aprecio, con amor y pasión sin miedo. En los pequeños encuentros y en cómo todo su ser parecía salirse de control, eufórico por su simple existencia.

En el brillo que poco a poco, por su culpa, estaba perdiendo.

Y Yoongi no podría perdonarse nunca robarle el brillo a una estrella, pues  estaba seguro de que a Jungkook se lo habían enviado desde el mismo cielo.

Su padre y Jungkook habían sufrido, y a Yoongi le carcomía haber sido partidario de ese dolor. Odiaba ese sentimiento; la culpa. Le perseguía todo el tiempo, y sentía que debía hacer algo para compensar su mal actuar.

Pero había vuelto, despertando en él esa duda que no beneficiaba a nadie, había vuelto como de costumbre, la que lo mantenía inquieto, con las manos sudorosas y con una frustración que le quería hacer llorar, ahora que aún ningún anillo rodeaba su anular.

"A mis pies, su alteza." » KookgiWhere stories live. Discover now