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Octubre del 2008

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Octubre del 2008

—¡Feliz cumpleaños, chiquita! —así comenzó el día del cumpleaños de Eugenia. Su mamá apareció en su habitación con una torta en sus manos. Madrugar no es de las cosas favoritas de Acuña pero cuando de fechas importantes se trata es la primera en despertar. Su cumpleaños número veinte había llegado y estaba muy contenta por eso.

—Gracias mamá —respondió ella y apagó las velas con un soplido para después pasar el dedo por la cobertura de la torta—. Chocolate, mi favorita.

—Por eso le pedí a Elisa que la vaya a comprar, papá está abajo esperándonos para desayunar —después de darle un beso y un abrazo a su hija, Fabiola bajo y se sentó en la mesa del comedor donde estaba su esposo Claudio leyendo el diario. Dos minutos después, Eugenia estaba con ellos.

—Feliz cumpleaños, hija —habla Claudio dejando un beso en la frente de su hija—. Ya veinte años, ¿Cuando pensas hacer algo de tu vida?

Las muecas de disgusto aparecieron en las mujeres presentes, siempre era la misma pregunta sobre su futuro y la verdad era que Eugenia no tenía mucha idea de qué hacer en su futuro.

—Sofía y Agustina ya están estudiando desde principios de año, con tu mamá te dejamos tomarte este año para que puedas pensar que queres hacer pero no te veo muy empeñada en eso, no te vamos a mantener toda la vida —dijo el hombre, dejando el diario de lado para mirar a su hija—. Podes estudiar contabilidad y seguir en la empresa familiar.

—No es momento para discutir eso, Claudio, es su cumpleaños, ya vamos a tener tiempo para decidirlo —respondió Fabiola defendiendo a su hija.

—No mamá, papá tiene razón, voy a empezar mi búsqueda para mis estudios, antes de que termine el año voy a tener una universidad elegida —dijo Eugenia con cierto enojo, no quería tener que pensar algo en lo que enfocarse el resto de su vida, ella quería vivir ese momento y ver después qué pasaría con su vida.

—Asi me gusta —respondió Claudio y los tres se dispusieron a desayunar. Eugenia lo único que tenía en mente era que llegara el bendito momento en el que iba a ver a Martín, el mismo que se agarró a golpes por ella y le dijo que no necesitaba su ayuda, se había convertido en una especie de mejor amigo para la chica. Se veían dos o tres veces por semana —a escondidas— y la única del entorno de Acuña que lo sabía era Sofía porque ella había logrado que se vuelvan a ver: una semana después de la fiesta, Sofía logró obtener el número de celular del hombre y fue así como Eugenia y él tuvieron contacto de vuelta.

Siempre hacían lo mismo, Martín le avisaba que la iba a pasar a buscar, ella se preparaba y se iban juntos en la moto de el. La primera vez que apareció a unas cuadras de la casa de la chica, ella se rehusó a subir a la moto y tuvieron una pequeña discusión al respecto y, a pesar de su miedo, Eugenia accedió a irse con el. No iban siempre a los mismos lugares, a veces iban a alguna plaza o algo y mientras él fumaba, hablaban de varias cosas al azar. Martín nunca le había contado de su vida en Europa ni de sus amigos alla y para él, eso era lo mejor.

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