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—¿Se puede saber porque me estás llamando? —preguntó Siena al poner el teléfono en su oído

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—¿Se puede saber porque me estás llamando? —preguntó Siena al poner el teléfono en su oído. La chica no sabía como su mejor amigo había logrado hablar con ella.

—Un poco de cariño, ¿no? —respondió Martín soltando una risa—. ¿Ya están dentro de la Fábrica?

Del otro lado, Berlín miraba a su novia mientras intentaba escuchar de qué estaban hablando, cosa que obviamente era imposible. Denver gritaba una y otra vez enojado por lo que Tokio había hecho. Siena rogaba internamente que se callen, quería poder hablar en paz con Martín.

—Acabamos de entrar —respondió ella sin prestar atención a sus compañeros—, y ya la cagaron, ¿podes creerlo?

Tokio abrió sus ojos y miró a la argentina atentamente. Denver seguía gritando que tendría que haber seguido el plan. Río estaba mudo, estaba muy asustado, podría haber muerto si la bala iba dirigida cuatro centímetros más de donde la había dado, justo en el medio de su cabeza. Berlín fue pidiendo los pequeños auriculares que tenían para comunicarse con el profesor a los atracadores para después tirarlos en la pequeña pecera que había allí: desde ese momento la única comunicación sería por medio del teléfono color rojo que Siena estaba usando para hablar con su mejor amigo.

—No me digas eso, por favor. Mínimo si la van a hacer, haganlo bien —comentó Martín. Quería saber cómo estaba la chica y tambien quería saber como estaba Andrés, aunque sólo preguntó por ella—-. ¿Vos estás bien?

—Sí, por suerte sí —Siena vió como Nairobi terminaba de curarle la herida a Río. Denver no gritaba más, se había sentado en uno de los sillones de la sala, sin dejar de mirar al más chico de la banda. Tokio estaba en una de las sillas mientras que, Nairobi se había ido a hacer un recorrido por la Fábrica para poder encontrar el lugar de las máquinas para, en unas cuantas horas, empezar a producir su propio dinero.

—Bueno, perfecto. Escuchame petisa, te pido por favor que te cuides y que cuides a Andrés, ¿si? No sé si voy a poder volver a llamarte, en cualquier momento tienen a toda la policía de España ahí fuera vigilandolos las veinticuatro horas del día. Para cuando termine todo, ya sabes donde estoy, te espero petisa —le dijo Martín por teléfono antes de que varias lágrimas caigan de sus ojos, estaba roto y no podía disimularlo.

—Bueno, quedate tranquilo. Vos tambien cuidate, chau —respondió ella y se despidió de su mejor amigo una vez más. Colgó el teléfono color rojo y se acercó a Tokio, sabía que Denver y Nairobi ya le habían dicho lo que pensaban después de lo que pasó pero ella no. Y lo iba a hacer—. Disculpame Tokio, te hago una pregunta.

—Dime —dijo la de pelo corto, los tres hombres miraban a las dos mujeres. Berlín estaba esperando para poder llamar al profesor.

—¿Qué carajo tenes en la cabeza, eh? No puede ser que a la primera de cambio, te mandes una flaca —respondió ella de mala manera. Tokio como primer impulso se levantó de su silla para enfrentar a la argentina.

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