Sábado | 15:24

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22.02.20

[Sábado | 15:24]


Llegó el sábado y, como habían acordado, Natalia fue a casa de Alba para pasar el día estudiando para su examen de Historia del Arte. Tenían la casa para ellas solas.

Natalia se quedó impresionada al ver la casa de Alba. No es que viviese en un duplex ni nada por el estilo, pero su piso se encontraba en una zona acomodada, era ámplio, con varias habitaciones y dos baños. Su cocina era el doble de la que Natalia tenía en su casa, y el cuarto de Natalia era la mitad que el de Alba. Natalia estaba acostumbrada a vivir en una casa mucho más humilde, con muebles viejos y alguna que otra puerta rota. Y las casas de sus mejores amigas no se encontraban en zonas tan acomodadas como la suya.


Joder... Menudo casoplón se gasta la tía.

La mía comparada con esto es una chabola.

Aunque la verdad que mi casa comparada con cualquier otra parece una chabola.



Había llegado a eso de las dos de la tarde y llevaban estudiando ya una hora cuando decidieron tomarse un respiro.

—Tía, necesito un descanso, se me va a secar el cerebro —dijo Natalia exhausta sentada en el suelo—.

—Vale, pues hacemos un mini-descanso, tenemos la tarde entera para nosotras, mi madre y mi hermana no vuelven hasts tarde.

—Graciaaaaas —se terminó por tumbar en el suelo mirando al techo—.

—¿Me vas a contar lo que ya sabes? —empezó a tantear Alba sentada en su cama, que no había olvidado que le había prometido contárselo—.

—No quiero...

—Venga ya, si te he visto. No voy a decir nada, ya te lo dije ayer. Me prometiste contármelo. ¿Vendes droga? ¿Es eso?

—No lo llames droga. Parece que esté vendiendo cocaína o algo así. Es solo maría —intentó justificarse— .

—Tía, eso es una droga.

—El alcohol también lo es, pero nadie lo pone al mismo nivel de la cocaína. La maría no es nada —dijo incorporándose—.

—Si tú lo dices... —se resignó— ¿Pero por qué lo haces?

—Pues por la misma razón que todas las personas que venden droga, porque necesito dinero.

—¿Para qué?

—Para casa. No todos tenemos la suerte de vivir en una casa tan acomodada como la tuya —contestó con molestia—.

—Oye, ni que esto fuese una mansión. No te dejes engañar, no somos ricos —contestó ofendida—. ¿Tus padres lo saben?

—Claro que no. Cuando consigo dinero lo dejo en la cartera de mi padre sin que se entere, compro lo que necesitamos directamente o digo que he dado alguna clase de piano y ya está.

—Tía, pero si te pillan te vas a meter en un lío. No solo con tus padres, si no con la policía.

—¿Qué te crees? ¿Que no lo he pensado? Claro que lo sé, ¿pero qué le hago? Hay que pagar comida, alquiler, luz, agua, internet, calefacción... En casa somos cinco personas, tengo tres hermanos —volvió a tumbarae en el suelo resignada—. Mis padres trabajan pero cobran muy poco. Y como alguno de ellos se quede sin trabajo... La hemos jodido.

—Valeeee, lo entiendo. ¿Pero por qué no pruebas a conseguir un curro legal? Trabajo de fin de semana o algo así —propuso Alba—.

—Porque es difícil. Nadie contrata a una niña de 17 años sin experiencia ninguna. Sin enfuche es imposible, aunque igualmente odio la gente enchufada. Y, además, combinar los horarios con el instituto y la EBAU es imposible.

—Entiendo... No te voy a presionar más por ahí. ¿Lo sabe alguien más?

—Mis dos mejores amigas y tú, nadie más.

—Vaya, qué privilegio.

—Ya bueno, eres la primera que me pilla.

—¿Y tú la fumas? —cambió de dirección la conversación—.

—No. Alguna vez la he probado por curiosidad, pero paso de engancharme, no es muy buena idea si soy la que vende.

—¿Me dejarías probar?

—¿Va en serio? —le preguntó sorprendida—.

—Totalmente.

—Ni hablar, que luego te enganchas y te hechas a perder, eres demasiado empollona para eso —se negó—.

—Que es solo probar, no me voy a enganchar. Además, si me engancho mejor para ti, un cliente más, ¿no? —bromeó—.

—Que no, venga vamos a estudiar.

—En el próximo descanso hablamos de esto otra vez, ¿eh?

Natalia en cierto modo se sintió aliviada por desahogar un poco con Alba, le estaba contando cosas que solo sabían sus dos mejores amigas, y tener la certeza de que no contaría nada, la tranquilizaba. Aunque no le gustaba mucho que de repente la rubia quisiese probar aquello que vendía.







SKAM AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora