Parte 1

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Un lunes 23 de enero de 1995, a eso de las diez de la mañana, a orillas del pueblo, al final de una amplia calle empedrada, en casa de su abuela; una casa rodeada por un alambrado, al cual se le han entrelazado las extensas ramas de buganvilias floreadas de color morado.

El portón daba paso a un pequeño patio de escasa maleza, del lado de abajo, un cafetal de poca magnitud, del lado opuesto, —a los pies de la cerca—, un atiborrado jardín, en su mayoría de plantas de rudas y novios (Un pequeño arbusto de gran ramillete de flores). Enfrente, el estrecho corredor en pavimento con salpicaduras de un tinte rojizo, empezando el corredor está la poceta, pegado al alto y gris muro de la casa.

Desde allí se extendía la construcción de barro y guadua. Al lado derecho de la poceta, con unas plantas de ruda, se ubicaba la puerta que daba al baño. Al llegar al corredor, del costado derecho, te encontrabas con la primera habitación que te lleva a su vez a la cocina; allí un hornillo de petróleo. Siguiendo hacia el final del corredor, te encuentras con la segunda puerta que daba al último cuarto con dos camas y bajo la luz de unas velas.

En las horas de la mañana, al levantarse la niebla, se podía percibir el tenue olor a ruda, y una fragancia que surgía de las hojas y flores de los novios, abrigadas por el olor de las llantas y la fragancia a pan horneado que dejaban las panaderías del pueblo.

Allí en aquel poblado, de casas de barro, madera, ladrillos, tejas y calles empedradas. Oculto entre las montañas de Colombia, llamado Ituango, nació el pequeño Alex. Al cumplir la gran mayoría de meses y, desarrollar gran parte de sus sentidos, la primera imagen dentro en sus ojos y se quedó tatuada en su memoria, el primer gesto de espanto en su rostro; no es una expresión bonita, pero es el primer gesto.

La primera gota de agua brotando de dentro de sus parpados, el primer grito agudo de dolor revoloteando entre sus cuerdas vocales, y la primera imagen, que le daba una visión de lo que significa la palabra "feo o diablo", sí, allí estaba el pequeño Alex; un hombrecito de piel castaña, de cabello indio y negro, pidiendo con fuertes alaridos que lo llevasen de vuelta a brazos de su madre, pues es espantoso para un niño tan pequeño ver de tan cerca el rostro arrugado de la abuela; una mujer alta, delgada, de tés blanca, ojos zarcos y pelo negro e indio, de nombre María del Tránsito.

—Ay, no, qué chillón, es muy esquivo —, decía la abuela al verlo llorar en sus brazos —Hay Fidelia, tenga su muchacho, está muy consentido —Molesta, lo devolvía a los brazos de su madre

El pequeño había nacido con las mismas características de su padre; Jorge; un hombre alto, delgado, de piel canela, de ojos castaños, pelo negro y ondulado, el hijo menor de seis hijos, entre ellos una mujer llamada Graciela, los demás eran: Favio, Enrique, Darío, Rodrigo y Pedro Julio, los cuales dio vida María del Tránsito. Mujer de fuerte carácter, carácter que obtuvo del seno de una familia con fuertes principios; las mujeres eran las obreras de la casa, y los hombres, los obreros del café, maíz, tomate, papá, frijol, cacao; lenteja, alverja, zanahoria, banano, y una familia de plantas que acompañan las comidas aparte de darle una buena sazón.

Con los años, María del Tránsito se dedicó asistir los partos de las mujeres embarazadas en el pueblo, dejando en casa al menor de sus hijos —Jorge—, los demás ya habían crecido y marchado de casa. 

 

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MÓVILWhere stories live. Discover now