Parte 6

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Jorge vendió los dos terrenos, y le llevo a su madre la gran cantidad de dinero que había recibido por la granja. Dinero que de apoco fue a dar a los bolsillos de yerbateros, culebreros y hechiceros, a quienes María acudía para que la libraran del maleficio (María del Tránsito, empezó a sentir que alguien en las horas de la noche, se acostaba al lado de su cama mientras dormía), al fin de cuentas se escaseó el dinero, pero su maldición nunca seso.

A diferencia de su madre, Jorge empaco todos sus corotos los montó y amarro a las ancas de los caballos, y se marchó con su familia por las trochas dejando la hacienda totalmente disponible para el comprador que muy pronto la ocuparía.

Portugal era una hacienda que se ubicada cerca de una carretera muy transitada por comerciantes, la habían construido en una pequeña llanura, entre el cultivo de café y el llano donde las vacas pastaban; saliendo de la casa, seguido del delgado corredor; se extendía un amplio patio de gravilla, hasta llegar a la carretera, al lado de la casa, se encontraba, la despulpador, y de esta se desprendía, unas estrechas canoas de hormigón, que iban y venían en zigzag, por las que corría las semillas de café descascarado que con ayuda del agua, corría hasta llegar a un estanque tapado por una rejilla; de allí, el grano era llevado en canecas hasta una plancha de madera, para el proceso de secado.

Julio como agradecimiento a Jorge por aceptar el trabajo, le ofreció dos vacas de leche para su consumo; Fidellia preparaba la leche para hacer queso, y comer con plátano asado, acompañado de una buena tasa de chocolate. Fue allí, entre comerciantes, los grandes cultivos de café, el bramido de las vacas y el relinchar de las mulas, que nació el segundo hijo, dado el nombre de Luis Humberto; un hombrecito blanco como la leche, de cabellos dorados y ojos azules; mismos rasgos de su abuela, María del Tránsito, quien al verlo quedo encantada con el pequeño, y sin excusa alguna asistió a su bautizo.

Fueron muchas las veces que salía de viaje a Portugal, solo para ver al pequeño Luis; cada día se veía más alentado, con los cachetes sonrojados, en piernas y brazos se notaban más las comisuras o anillos, era todo un orgullo para la madre, padre y abuela tener un bebe tan bien alimentado. Pero su motivo de orgullo, empezó a cambiar, a motivo de preocupación.

Fidellia, para que el niño la dejara completar sus labores de la casa, llevo a su bebe hasta una hamaca, ubica entre dos grandes postes de madera a mitad del corredor, se fue a sacudir las sábanas y tender camas, mientras que Luis, se chupaba los dedos y la hamaca se mecía de lado a lado. Cuando Fidellia, barría el patio, una mujer delgada alta de gran cabellera oscura, con cara calavera. Había llegado hasta el pequeño niño, sin que Fidellia se dice cuenta

 Había llegado hasta el pequeño niño, sin que Fidellia se dice cuenta

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—Ay que niño tan hermoso, míralo tan gordo, y mira que ojos azules tan lindos. ¿Es tuyo? —le decía a Fidellia, mientras tocaba los cachetes del pequeño

—Si señora —contestó Fidellia, un poco sorprendida por aquella mujer, que no se sabía, de donde provenía

—Y esta belleza, esta hermosura, ¿cómo se llama? —le hacía muecas

—Luis

—Hola Luis hermoso, preciosura, ¿cómo estás?

Fidellia podía ver, como le brillaban los ojos a aquella mujer, que no dejaba, ni por un instante de mirar al niño

—Hasta luego, niño hermoso

—Adiós —contesto Fidellia, mientras veía como esa rara mujer —a diferencia del viajero que le había regalado las fotografías a su hijo Jorge—, se marchaba dejando una sensación de silencio y vacío en la casa. No basto más de tres días, para que Luis, empezara a decaer; cada vez que Fidellia lo cargaba en sus brazos, podía sentir que pesaba menos, de día en día, el color de su piel, fue tomando un tono amarillento, y a enflaquecer, Jorge y su madre María del Tránsito, al verlo así le reclamaban a Fidellia

—Usted está dejando aguantar hambre el niño —le decía Jorge con cara de preocupación

—No, como lo voy a dejar aguantar hambre, no es mi hijo pues, si fuera hijo ajeno tal vez, aunque tampoco lo haría —contestaba Fidellia

—¿Y porque esta tan flaco? —le reclama María del Tránsito

—Yo no sé, el desde hace días viene así, cada día pesa menos y cada vez más pálido, yo no sé qué paso

Fidellia le daba buena comida, pero al pequeño solo se le veía el estómago inflamado, lleno de comida, pero lo demás seguía igual. Jorge se tomaba los días para salir al pueblo a comprar tarros de milo, la abuela le preparaba leche con panela, y el pequeño cada vez más delgado y con ojos de mapache. Al ver que ninguno de los remedios y medicamentos surtían efecto, Jorge y su madre, al igual que la abuela perdieron las esperanzas.

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