Parte 3: El Heredero de Nostradamus

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—¿Un mago? ¿Eso es un mago? ¿Qué cojone... —se preguntaba Verdi, desde su cuarto, sin apartarse de la ventana.

Dejó la botella por un momento, milagro. No obstante, el milagro se encontraba en la acera, pasando de farola en farola. Ni un alma más paseaba cerca de aquella presencia, aquel señor. Aquel ser. Todo azul, vestimenta azul con un tono más oscura, un vestido largo hasta el suelo junto a su largo sombrero con el que apuntaba a las estrellas. Lucía una larga barba blanca hasta su cintura. Su mirada, fría y perversa, tanto que Verdi lo notaba desde las alturas. El supuesto mago le miraba y notaba una sensación de inquietud. Le señalaba. El mago le señalaba. ¿Por qué?

No se lo pensó Verdi. Bastante melancolía recorría en sus venas para más paranoias. Agarró la botella y, como un auténtico hijo de puta, bebió hasta que no quedó más vino. Luego, miró al mago. Lanzó la botella desde su paso al suelo, apuntando al extraño señor. La botella volaba hacia el mago como el águila a punto de cazar una hiena desde el cielo hasta el más seco de los safaris. Pero la botella jamás alcanzó aquel hombre.

Antes de la botella alcanzar el objetivo de un atormentado y borracho Verdi, una explosión sonó y un vapor blanco rodeó al mago. La botella entró dentro del voluminoso vapor, como en una burbuja de intriga. El sonido del cristal rebentándose en el suelo sonó. El vapor, al cabo de pocos segundos, desapareció entre el aire. Verdi no pestañeaba desde su piso. Miraba la acera. No había nada salvo cristales rotos por el suelo. El señor no estaba. ¿Era un mago de verdad o eran alucinaciones del muchacho? No lo sabía, pero regresó al interior de su piso, no por voluntad propia. El televisor se encendió.

Verdi no sabía por qué. Su anticuado aparato de forma cúbida y más pequeño que una gallina permanecía encendido. Él no lo había encendido. En el aparato, salía en blanco y negro un señor, bien elegante él y bien repeinado, con un fino bigote y una mirada hacia Verdi, hablando en inglés. Verdi no entendía nada. No sabía inglés Verdi, menos en ese instante, aunque sabía que era una entrevista de hacía años, muchos años, y no a un tipo cualquiera. El hombre seguía hablando, pero Verdi no prestaba atención. Buscaba el mando a distancia entre su cuarto. Miraba por debajo de la mesa, entre los colchones del sofá, debajo de su cama... tampoco era muy grande el dormitorio, pero el mando no aparecía y Verdi ya se estaba mareando fruto del vino.

De golpe, aunque no prestaba atención ante el monólogo en inglés del señor elegante, del televisor sonó, inesperadamente, una frase en español que resonó más fuerte por todo el piso. Verdi lo escuchó. Quitó el brazo de debajo de sofá, se repeinó el flequillo que caía en su frente hacia atrás y prestaba atención al televisión como un adicto al sexo prestaria atención a Angelina Jolie. No olvidó las palabras procedentes del televisor.

—Ten cuidado con el heredero de Nostradamos —dijo el señor elegante de la televisón.

Al instante, el televisor se apagó y la oscuridad volvía. Verdi se levantó sin saber qué cojones acababa de pasar.

Ma ChérieWhere stories live. Discover now