Parte 16: Alma del alma.

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A la mañana siguiente...

—Pues eso, Armando. Soy muy pesado con mis presentimientos, pero tengo otro, y es que puede que tengamos una ventaja para detener al brujo malvado —comentó Verdi, sentado uno de los escalones que separaba la arena de la playa con el paseo.

—Que Dios te oiga, hermano —dijo Armando, delante de Verdi, escuchándolo meintras practicaba sus saltos y mortales sin camiseta y a la luz del sol. Saltaba y saltaba mientras miraba a Verdi en cada caída—. Que Dios te oiga.

Aunque hiciera un calor despampanante, allí estaba bailando el chico de la barba y lados degradados de su peinado. Verdi, con la misma camisa granate con la parte superior desabrochada, conversaba con Armando mientras fumaba un cigarro y se peinaba el cabello movido por el viento.  Por otro lado, no podía obviar ojear a sus otros amigos, Prince con el acordeón y Circus tratando de vender un cenicero con la bandera de España y un toro a unas turistas que mojaban sus pies en el agua. No podían ignorar el trabajo, si es que podía llamar trabajo. Aún así, Armando acompañaba a su amigo mientras practicaba más pasos de baile imposibles ante la mirada de los que pisaban la arena por primera vez en la mañana.

—En serio. ¿Y sabes en qué lo sé? —preguntó Verdi, agarrando su colgante dorado del pecho.

—Sí, ya lo vimos. Que terminara en aquella caja fue muy raro. Aún estoy alucinando.

—Escucha, Armando. Tuve una visión. Un ser el cual no me atrevo a decir maligno pero si fantaseoso me lanzó indirecta. Ma Chérie, la mujer de la caja, apareció en mi visión y me dio a entender que con el colgante podía ayudarnos con el mago, que tiene poder.

—¿Y cómo sabes que realmente quería decirte eso? ¿Cómo sabes que Ma Chérie no es otro ser más que busca asesinar gente por la puta cara? Me encantaría decir que nos puede ayudar tan sabiamente, de hecho, desconozco por qué tiene forma de mujer gitana cuando es un espectro, pero sin duda es muy atractiva. Aún así, ¿cómo estás convencido de que quería decirte eso?

—Porque... el mago ya intentó matarme —dijo Verdi, haciendo que Armando se detuviera en seco—. Fue una noche que iba borracho, como de costumbre.

—Sí, creo que algo nos contaste —comentó Armando, pensativo mientras que quitaba el sudor de la frente.

—Pues eso, que me miraba, me señalaba, pero no acabó conmigo, quizá porque notaba magia en el colgante, que de hecho, fue bañado con agua bendita cuando lo obtuve y posee un gran valor sentimental, por lo menos para mí.

En ese momento, Armando fue a sentarse al lado de Verdi. Chorreaba sudor por todas partes, por eso cogió una lata de coca-cola que había dejado a un lado de los escalones que hacía sombra, justo al lado del gato bigotes, quien descansaba tumbado y tratando de lamer una mariposa que se había puesto en su patita.

—Verdi, quisiera hacerte una pregunta —dijo Armando, tras darle un trago a su preciada bebida—. Sé que va a ser complicado, pues puede suponer un impedimento emocional para ti, pero... ¿Qué quiere decir el término 'Diafra' que pone en tu colgante?

Verdi miraba el fondo del paisaje litoral, miraba los barcos navegando, los cuales parecían juguetes de huevo kinder desde su distancia, miraba el cielo azul claro contraponiéndose con el azul oscuro del mar... Simplemente, se mantenía reflexivo mientras miraba la nada y fumaba despacio.

—Pues... —dijo Verdi, soltando el humo y acordándose de que Armando no era un extraño ni un conocido a secas. Era su amigo, un amigo que le había ayudado desde que llegó a la ciudad. Eso pensaba seriamente. Tenía derecho a saberlo—. Diafra fue un amigo que tenía en Marbella. No teníamos mucho dinero ni lujos innecesarios como la mayoría de actores, futbolistas, poLíticos corruptos o turistas salidos que iban allí a pasar unos días, pero nos teníamos el uno al otro, junto a un tal Baka, otro amigo que emigró a Francia con sus primos por motivos laborales. El caso es que Diafra... murió.

—¿Qué me dices? —comentó Armando, a punto de atragantarse con la bebida.

—Le dispararon. Vivía en un barrio poco agradable. Fue a comprar el pán para su tía y un tipo absolutamente borracho se cruzó con él y le pegó siete tiros. El tipo era supuestamente el amante de la chica que a Diafra le gustaba, una chica que también murió pero por razones más difíciles de explicar. Apenas pude desperdirme de él. Cuando me despedí de él por la tarde tras dar un paseo, no me imaginé aquel final. Diafra era una persona que no merecía ese castigo.

—Vaya, lo siento en el alma, Verdi, hermano —comentó Armando, con la voluntad de colocar su brazo en el hombro del muchacho con los ojos lagrimosos, pero no lo hizo puesto que aún tenía la piel sudada.

—Aún así, como no podía imaginarme vivir sin su presencia, fui a la iglesia el día de su entierro y bautizé este colgante tras grabar su nombre en él, para saber que siempre estaría conmigo. La idea del colgante fue de Baka, que todavía no había emigrado al país vecino. Él quería que yo lo llevara puesto y... es lo mejor que tengo.

—Por eso crees que tiene poder contra demonios, como tú has dicho antes —expuso inesperadamente Armando—. Porque está hecho a razón de una persona que ahora está en el cielo.

En ese momento, Verdi sonrió y, ante un momento de debilidad emocional, abrazó a su amigo sin importar que tuviera el cuerpo como una stripper en una jornada completa.

—Tranqui, illo. Para eso estamos —dijo Armando—, aunque sería mejor que nos metiéramos entre la arena otra vez —dijo, señalando al fondo donde Circus se peleaba con cuatro senegaleses que también vendían en esa zona aunque Prince intentara poner paz—. Creo que nuestros amigos necesitan un descanso. Luego iremos a otro rincón donde por las tardes se llenan de danesas con pasta. Vente tú con la guitarra, hermano. Ya sabes que eres bienvenido desde el primer día.

—Bueno, aunque ya sabes de mi negativa cada vez que me lo dices, mantendré tu sugerencia archivada —comentó Verdi en broma para tapar su tristeza por acordarse de Diafra.

Ma ChérieWhere stories live. Discover now