Parte 15: Diva morena

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La música se detuvo, pero la magia no. La intriga de Verdi le quemaba por dentro. Aquel objeto brillaba y brillaba sin parar bajo el abrazo de aquella lamparita en una sala oscura y muy pero que muy misteriosa.

—Chicos, venid aquí —dijo Verdi, caminando de puntillas y acercándose a la mesilla.

—¿Qué es eso? —preguntó Armando, saltando encima de un baúl vacío para acercarse a su amigo.

Prince y Circus también partieron hacia allí, clavando la vista enfrente y sin agallas como para mirar los aparatos de música que parecían poseídos.

Verdi llegó al lado opuesto de la puerta de entrada. La lampara parecía típica de una habitación de una niña. Rosada y con dibujos de pajaros y ardillas. Sin embargo, lo que más le llamó la atención era la caja que había encima de la mesa.

—¿Qué es eso? —dijo Armando, apareciendo al lado del hombro de Verdi.

Prince y Circus aparecieron por el otro lado. Circus miraba intraquilamente atrás por si algo o alguna sombra se movía e iba a por ellos. La paranoia existía.

Sin embargo, Verdi seguía prestando atención a la caja, una caja llamativa, cuya tonalidad azul oscura combinaba maravellosidad con brujería, sobretodo con el retrato que había con ese fondo azulado, el dibujo de una bella mujer morena tanto de piel como junto a su largo cabello, recogido por un estrecho pañuelo rojo. Sus ojos eran grandes y de color azul y lucía pendientes dorados junto a un diamante chiquitito en la nariz. Encima de aquel retraro, el nombre 'Ma Chérie' en rojo resultaba como título de aquella obra de arte.

—¿Quién es esa diva? —preguntó Prince.

—Ma Chérie —dijo Circus, señalando el título en rojo de la caja.

—Ya veo que sabes leer, irmao. Aún así, seguimos con dudas.

—Callaos —expuso Armando, poniendo punto y final a aquella absurda discusión.

Cuando el silencio regresó, Verdi seguía pendiente de la mesilla y la lamparita, pero sobretodo, en lo que rodeaba con sus dedos, colocando ambas manos en cada lado, dispuesto a abrir la caja azul. ¿Qué había dentro?

No podían esperar más. Verdi la abrió. La intriga podía pasar al terror, eso pensaba Circus mirando atrás. Aún así, Armando y Prince prestaban atención a lo que iluminaba la luz. Verdi abrió la caja. No había nada. Los chicos quedaron dudosos, mirándose entre ellos y la caja sucesivamente.

—Está vacía... —dijo Verdi, fijándose bien y aprovechando la luz de la lamparita—. Qué raro... juraría que...

Sin embargo, cuando empezaba a descender con las manos la parte superior de la caja para volver a cerrarla, un nuevo mareo surgió.

Hincó las rodillas al suelo y apenas podía abrir los ojos del dolor que sentía. No obstante, eso no quería decir que no viera algo. En su mente, en su imaginación, o lo que fuera. Escuchaba voces. No entendía qué era. Era la voz de una mujer. De golpe, el fondo negro que veía al cerrar los ojos se iba haciendo más blanco y el rostro de una mujer morena permanecía en su mente como la protagonista de sus pensamientos, mirándole unos centímetros más que él y con los brazos extendidos. Hablaba en un idioma inusual para Verdi. No era español, ni inglés, ni francés ni nada por el estilo. No lo entendía. Lo más llamativo era que poco a poco contemplaba el rostro de la mujer que vestía un vestido blanco con una falda roja. Aquella mujer morena con pendientes como dos aros hablaba y la había visto hacía nada reflejada en la caja. Ma Chérie le hablaba.

A partir de aquí, en aquella escena fantaseadora donde no entendía lo que Ma Chérie le decía, notó un dolor abismal en el pecho, como si un enorme león hubiera hincado sus zarpas en su esternum. Aún así, inconscientemente, encaró su mano hacia donde venía el dolor, hacia el pecho. Al instante, inclinó su cabeza hacia abajo. Se veí agarrándose el dorado colgante con el nombre 'Diafra'.

—¡Verdi! ¡Verdi! ¡Otra vez no! ¿Qué te ocurre? —escuchaba una y otra vez, sin saber el origen concreto aunque reconociera el origen de esas voces.

Seguidamente, las voces se multiplicaron e iba abriendo los ojos. La mujer morena ya no estaban, sino sus amigos, tratando de reanimarle.

Cuando Verdi recuperó el reconocimiento, se encontraba de rodillas con parte de su flequillo entre sus pestañas y sus ojos y agarrando nada en el centro  de su cuerpo.

—Verdi, ¿y tú colgante? —preguntó Armando, levantando a Verdi del suelo.

Así fue como el muchacho volvió a bajar la vista y se veía con el puño cerrado encima de su esternum, sin sujetar... nada, pues su colgante ya no estaba. ¿Qué había pasado?

De golpe, aunque sus amigos estuvieran pendientes de él en aquella mansión de la ternura, la antiguedad y el escalofrío combinados, Verdi miró a la mesilla de antes, el único lugar iluminado salvo el móvil de Prince. La caja estaba abierta y, dentro, yacía su colgante, el colgante dorado que hacía nada tenía en su pecho.

Ma ChérieWhere stories live. Discover now