Parte 11: El lugar del crimen

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—Os lo vuelvo a repetir. Armando, qué peinado más raro llevas. Parece que te raparon los lados con un tractor para duendes. Y Prince. ¿Esa camiseta del Barcelona? ¿De qué año es? ¿De cuándo Hitler declaró la guerra? —decía Circus, de forma bufónica, mientras caminaba con su bandeja y sus tres amigos hacia... el lugar del crimen. Concretamente, la calle Condomina.

Al fin, llegaron a la escena, o mejor dicho, al edificio blanco donde el único lugar en cuarentena era la puerta 2-A, cubierta por dos tiras policiales y plegables en forma diagonal cubriendo toda la puerta para impedir su acceso, pues había sido una escena poco afable. No obstante, Verdi junto a sus tres amigos se encontraban enfrente, buscando el modo de anteponerse a ese "cordón".

—Vale, hemos logrado entrar al bloque y ahora queréis entrar al piso de la muerta. ¿Y he aceptado esto antes de irme a vender a la playa? —expuso Circus.

—Tampoco ibas a vender una mierda. Bien has hecho —contestó Prince, antes de que Armando hiciera gestos con los dedos para que se callaran ambos.

—El caso es que, chicos —comenzó a exponer Verdi, delante de la puerta blindada por las tiras policiales—. Que necesito entrar aquí. Quizá no entenderéis por qué pero tengo un presentimiento —giró su cabeza, mirando a su amigo del polo rojo—. Armando, ¿tú podrías? —comentó, señalando el paño.

—Bueno —expuso Armando, tirándose el pelo hacia un lado de forma automática mientras pensaba cómo abrir la puerta hasta que se fijó en la bandeja de Circus—. Quizá esto me sirve.

Acercó su brazo a la bandeja ante el asombro y la sorpresa de Circus. Cogió un clip que había allí encima.

—Oye, no lo estropees. Que lo necesito para amarrarme el pelo cuando hace viento —comentó.

Así fue como Armando, sigilosamente, acercó su cintura al paño con la mano pegada en la cintura, arrancó parte de las tiras y, mirando a izquierda y derecha, colocó suavemente el clip dentro del hueco de la llave, colocando su cuerpo delante con su polo de colores llamativos para dejar su intento de forzar la cerradura en un segundo plano.

—Listo —dijo, pasados unos segundos tras escuchar el sonido de la puerta abriéndose.

Ya sí, todos cuatro entraron, com mucho sigilo y tacto. El piso estaba todo a oscuras. Los muchachos sentían un inusual frío en el interior. Caminaban con cuidado hasta que, poco a poco y a medida que se adentraban, el suelo estaba cada vez más pegajoso. Todo indicaba a que se acercaban a la cocina, el lugar donde la sangre bañó el suelo.

—Tened cuidado, caralho. Detrás de mí —expuso Prince, dando un paso al frente y encendiendo la linterna de su teléfono.

—Okai, ve con cuidado —susurró Verdi.

De hecho, sus susurros se escuchaban como si estuvieran en un lugar sagrado ante tanta silencio en un espacio tan cerrado. Verdi se separó un momento y partió hacia una habitación nmucho más individual, más... solitaria. Dentró, se percató a través del tacto de que había una pequeña lamparita, la cual encendió. Se encontraba en una sala personal con un sofá verde, una estantería llena de libros, películas antiguas y un tierno televisor antiguo.

—¿Estáis todos bien? —preguntó Prince, deambulando por el pasillo del piso.

—Sí, creo que estoy por... qué raro —expuso Circus dejando su bandeja en un mueble improvisado—. Prince, enfoca aquí.

Aquí fue como el tipo moreno se dejó influenciar por la aguda voz de Circus y enfocó hacia él y luego, posteriormente, hacia donde él señalaba.

Caralho, ¿qué ocurre? —preguntó el chico moreno, atrayendo a Armando con su voz.

—Fijaos —expuso Circus—. Mirad en esa mesilla al lado de la cocina. ¿No os suena de algo esa carta?

Ma ChérieWhere stories live. Discover now