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Mostrar debilidad no era una opción

Me venían muchas ideas a la cabeza, todo lo que había ocurrido hasta ahora me tenía muy preocupada. Lo que había dicho Elías era incluso aún más extraño para mí, ¿su madre comiendo lombrices? ¿algo así tenía sentido?

¿Exactamente qué había visto Elías?

¿Qué comportamiento estaba tomando su familia para llevarlo a pensar que algo no andaba bien en el vecindario?

Necesitaba saber a detalle todo lo que me había contado, por lo tanto me bañé y alisté lo más rápido que pude para dirigirme al invernadero de sus padres.

No me quedaba de otra, los principales sujetos en mi lista de sospechosos se habían marchado: mi familia.

Cuando ya estuve lista bajé las escaleras y rápidamente pasé por la cocina a prepararme unos sándwiches, estaba bastante apresurada pero no quería salir con el estómago vacío. La hora en mi celular mostraba la 1:11p. m. Los rayos del sol entraban por las puertas corredizas de cristal que daban hacia el jardín trasero y la piscina; la lluvia había cesado por completo dejando subir la temperatura considerablemente.

***

Con el estómago lleno salí de la casa para caminar varios metros hasta la verja e ir a donde tenía pensado.

La casa de Elías quedaba a unas cuantas cuadras pero mayormente se la pasaba en el invernadero como ayudante del lugar, quería pasar naturalmente y ver si aún seguía allí o si había ido a otra parte. Ya que no había quedado con él por impulsiva, y para qué llamarle si necesitaba verlo a la cara para terminar de creérmelo he intetar digerirlo.

Unas pocas personas se encontraban fuera de sus casas, dos señores mayores con trajes empresariales muy elegantes charlaban normalmente mientras uno de ellos surtía una bolsa negra en un contenedor de basura, también vi a varias señoras montando sus autos para ir que sé yo, ¿de compras?, mientras caminaba a paso rápido por la acera. El sol calentaba débilmente y aunque ya eran exactamente la 1:45 p. m. podría decir que el calor era suficientemente tolerante.

Mi cabello ondeaba un poco a los laterales de mis orejas por el movimiento al caminar y una pequeñísima brisa pasajera. La camisa de franjas negras y blancas que vestía hacían juego con mis converse provocando que me sintiera sencillamente fresca, como si caminara por las nubes para provocar el atardecer con mi falda roja y mi cabello cobrizo.

Constante iba caminando a paso apresurado por la acera, una silueta delgada y bohemia muy peculiar me sacó de concentración.

Mierda, qué suerte tengo el día de hoy.

El sarcasmo nunca se escuchó mejor en mi cabeza.

La colega más cercana de Murries venía tomando la misma ruta que yo pero en dirección opuesta, cuando la tuve cerca se sorprendió al ver mi pálida y pecosa cara con una expresión de alegría bastante, pero bastante, falsa.

—¡Pequeña, Tomoe...! —me saludó de la mejor manera alargando mi nombre para sonar carismática.

—¡Señora, Lasbernig! —saludé con el mismo entusiasmo pero muy fingido, sin embargo no se notó— Qué alegría verla después de tanto tiempo —añadí sonriente correspondiendo su apretón de manos suavemente.

Acendrada Oscuridad ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora