Capítulo 18 (mini)

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¡Otro capítulo!


Después de haber ejercitado los músculos con la esgrima, fue hacia los vestidores para cambiarse. Mientras se estaba vistiendo, Edward le preguntó cómo se encontraba. Se colocó la camisa y se la remetió en la cintura.

— ¿Por qué te interesa de cómo me encuentre si me dejaste claro que no la buscara?

Oyó un suspiro cansado de su amigo.

— Oliver, entiéndeme. Me preocupo por ella, y la situación en la que está, es difícil. Mis tíos están bastante disgustados con la actitud rebelde de mi prima. 

— No hace falta que me lo repitas de nuevo.

— Oliver...

— Tranquilo, puede decirle a Sophie que no la voy a buscar más — recogió la bolsa de la ropa de esgrima y la que estaba usada —. La estoy olvidando.

O eso creía que estaba haciendo.

— Gracias, amigo.

Él no replicó; las gracias eran como serrín en su garganta. No era el alivio que debería sentir. Se marchó sin despedirse, dándole entender que era mejor que no le dijera nada. 

***

Una cosa que no le gustaba de sí mismo era no poder controlar sus emociones. Había quedado con su amigo para distenderse del asunto, pasando por el alto su rencilla que tuvieron la última vez que se vieron. La puntilla de que él sacara el tema, preguntándole sobre cómo se encontraba, lo puso de mal humor. Tampoco, que no pudiera parar dichos sentimientos negativos, ni siquiera en el trabajo, hacía acrecentar dicha frustración e impotencia. Lo intentó, y fue mala idea en dar la clase a lady Stranford, pero la otra vez la había cancelado, no podía permitirse una segunda vez.

Parecía ser que se había esfumado por arte de magia ese momento inusual que compartieron los dos en un salón de baile. Había pasado una semana desde aquello y era, como... sí, se hubiera borrado de sus mentes y de sus cuerpos. 

— Buenas tardes, señorita Stranford — la saludó nada más entrar en la sala de música.

Para sorpresa suya, no la tuvo que esperar, la muchacha estaba ya dentro. Ella asintió con un movimiento de cabeza. No lo insultó, ni le dijo un comentario sarcástico. Perfecto, no estaba de humor.

— Como comprenderá, no voy a enseñarle piezas que ya sabe — Gigi se sonrojó. En su última clase que tuvo con su profesor, con la pretensión de que él renunciara, le mostró que era capaz de tocar el piano con soltura —. Improvisaremos, ¿le parece?

— Sí.

— De acuerdo — frunció el ceño y la miró —. Siéntese, por favor, mientras busco unas partituras en mi maletín. 

La joven aprovechó para observarlo desde su oposición. No pudo evitar preguntarse si estaría bien, si estaría pensando un día más en ella, si habría notado que estaba más callada que de costumbre. Esto último, seguramente, era que no. Tragó la bilis que se le subió a la garganta y cuadró hombros. 

¿Por qué tenía que fijarse? ¿Qué más le daría si estaba tranquila, y con la boquita cerrada?

Cuando él se volvió, ella había apartado la vista posándola en sus manos. Se sentó en el mismo banco y con la misma distancia que las otras veces. 

— ¿Quiere empezar y la escucho? 

Eso le dejaba a ella en una posición vulnerable. 

De todas formas, no se amedrantó y lo hizo. No dijo palabra, aferrándose a su mutismo. Ella, tampoco, se entendía. Solo que en ese día, no quería discutir con él. Ni pelear. Comenzó deslizando las manos sobre el teclado, iniciando así una canción. Aunque su corazón tronaba en sus oídos, lo ignoró. Aunque cada terminación nerviosa era consciente de él, no lo miró. Él le ayudaba a pasar de partitura cada vez que terminaba con una hasta que ya no hubo más y se instaló el silencio que se rompía con sus respiraciones. Y fue ahí, cuando se atrevió a mirarlo.

Su corazón tronó más, cabalgando más fuerte, no porque se había topado con sus ojos, no, que los tenía cerrados. Sino porque estaba casi "dormido", ajeno a ella y a lo que le rodeaba. No se mosqueó, ni se sintió ofendida.

 Sí, estaba tranquilo.

 Lo podía oír respirar profundamente. Se vio así misma acercarse a él y alzar una mano para acariciar la piel de su mejilla. No se había afeitado ese día por lo que podía observar. Le estaba naciendo una barba incipiente y rasparía, pero no le importaría acariciar ese trozo de piel. Pero la bajó al minuto cuando notó que pestañeaba y lanzaba un suspiro.

Se alejó antes de que él se percatara de su acercamiento.

— Lo siento.

Gigi arrugó el ceño al oírlo.

¿Por qué se disculpaba?

— Creo que aún no estoy en condiciones de dar la clase. Si me disculpa, la finalizamos ahora. 

Se fue sin oír su respuesta. Un nudo se le creó cuando lo vio marchar, sin dignarse a tener una palabra de despedida.

Sabía la razón de su marcha.



Mírame a mí  © #2 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora