1. Cambio de suerte

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A Dion siempre le habían llamado la atención los humanos

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A Dion siempre le habían llamado la atención los humanos. Su madre, la reina de las hadas de ese territorio, solía advertirle que no se acercara a ellos; pero ese día, Dion se camufló entre las capas sutiles que separaban su mundo mágico del de los otros, para espiar a un grupo que se adentraba en el bosque.

No era la primera vez que lo hacía. En el pasado, incluso había intervenido para devolver alguna joya caída a su dueño, o para mostrarle el camino de vuelta a algún niño perdido. En general, se contentaba con observar a los viajeros que pasaban en sus caravanas, o que se sentaban a beber alrededor del fuego.

Lo que no era común era que uno de ellos le hablara directamente, pero eso fue lo que ocurrió aquella mañana.

—¡Hadas! —dijo una voz grave proveniente del nivel del suelo—. ¡Casio, el rey de Forestia, necesita de su ayuda! 

Dion, que descansaba sobre la copa del árbol más alto del bosque, miró hacia abajo y vio a un hombre joven de ojos café, cabello oscuro, y piel morena, montado sobre un caballo blanco. Detrás de él se acercó cabalgando una segunda persona, una chica regordeta que vestía ropa más sencilla. A pesar de que tenía un tono de piel similar al del hombre, no parecían ser familiares.

—Majestad —intervino ella, frunciendo el ceño—, así será difícil llamar su atención. Es recomendable hablarles con respeto y humildad, y estar dispuesto a ofrecer algo valioso a cambio de su ayuda.

Los caballos relincharon, y levantaron la vista en dirección a Dion. Ellos, al contrario que los humanos, podían verlo. Dion les hizo un gesto para que se calmaran, y siguió prestando atención a la escena. El rey miró a la chica, respiró hondo y habló de nuevo:

—Hadas, ruego su asistencia. Estoy dispuesto a realizar el antiguo ritual de cambio de suerte, para ayudar a mi gente. Necesito defenderla en una batalla que se avecina. A cambio, ofrezco cualquier tesoro de mi reino, o cualquier otra cosa que ustedes consideren un precio justo —declaró el rey.

Al escuchar aquello, la muchacha que acompañaba al rey se llevó una mano a la boca para contener una exclamación de sorpresa y luego murmuró, con voz trémula:

—Ofrecer cualquier cosa no es lo más aconsejable, Majestad. Es necesario tener mucho cuidado al hacer tratos con los seres del mundo feérico...

El rey Casio asintió y le dedicó una sonrisa triste antes de responder:

—Asumiré la responsabilidad. De todas formas, si perdemos ahora, no nos quedará nada.

Aquel intercambio no hizo más que avivar el interés de Dion, que contemplaba la escena desde lo alto del árbol. El bosque mismo parecía intrigado. Ya no corría ningún tipo de brisa, y hasta las hojas de las plantas y los pétalos de las flores se detuvieron a escuchar lo que los visitantes tenían para decir.  Algunas criaturas mágicas, mucho más pequeñas que Dion, comenzaron a congregarse alrededor de él para preguntarle si pensaba intervenir. Pronto, Dion se encontró rodeado por diminutos puntos de luz. 

El príncipe de las hadas (completa)Where stories live. Discover now