3. Jardín de hadas

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A pesar de la insistencia de Casio, Dion no estaba seguro de qué reclamar como pago por sus servicios

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A pesar de la insistencia de Casio, Dion no estaba seguro de qué reclamar como pago por sus servicios. Por ahora se contentaba con sus historias, y escuchó a Casio hablar del enfrentamiento contra la reina y su extraña hechicera albina con interés. Casio contó que a veces las hechiceras más experimentadas acompañaban a los reyes en batalla, pero esto no era lo más común. Nora, que trabajaba para él, no estaba preparada. Ella era quien le había sugerido el ritual de invocación de hadas. ¿Estaría Dion dispuesto a conocerla? También tenía la llave a la cámara del tesoro, si Dion quería elegir alguno de allí. O, si así lo prefería, podría mostrarle más de su castillo.

—Me pregunto si podría hacerme pasar por humano mientras lo recorro contigo —dijo Dion, tentado por la idea de interactuar con más personas.

Siguiendo una sugerencia de Casio para humanizar su apariencia, Dion trató de disimular el color de su cabello con magia, y lo llevó del verde claro a un tono ocre, similar al de las hojas de otoño. No creía poder cambiar radicalmente cómo se veía, pero crear pequeñas ilusiones estaba dentro de sus habilidades. Casio le ofreció también ropas más adecuadas, de entre atuendos que le quedaban de cuando era más joven y mucho menos robusto. A pesar de que le quedaban holgadas, Dion encontró el peso de la tela algo asfixiante.

—Perdona que no tenga algo mejor para ofrecerte —se lamentó Casio, mientras le ajustaba una de las mangas.

Apenas amaneció, Casio mandó avisar que tenía visitas inesperadas: un noble llegado de un reino lejano, lo cual no era del todo mentira.

El castillo contaba con un fastuoso jardín que crecía en un gran patio interior. Las enredaderas subían por las paredes que lo rodeaban, y las plantas y los arbustos se expandían en una frondosidad maravillosa. Había flores plantadas en distintos niveles colgantes, y en el centro se levantaba una fuente con una estatua que representaba a una doncella con alas de mariposa.

—¿Supongo que esperabas que me viera así? —preguntó Dion, señalándola.

—Supongo. Es que no sabía que las hadas podían ser varones también.

—No somos varones ni mujeres.

—¿No? ¿Qué son?

—No lo pensamos en esos términos —respondió Dion, encogiéndose de hombros—. Supongo que me da igual, si es como quieres llamarme.

—Lo que sea que eres, eres perfecto así.

Dion sonrió, y se detuvo frente a unas flores de alhelí que crecían entre la vegetación.

—Mira, aquí hay una de las hadas que tú esperabas ver.

Si a Casio le quedaba un remanente de su magia, quizás pudiera verla. Era del tamaño de una abeja, con la apariencia de una especie de muchachita de piel verde, y estaba sentada en el borde de uno de los pétalos, con las piernas colgando en el aire. Miraba a Dion con ojos asombrados.

El príncipe de las hadas (completa)Where stories live. Discover now