4. Al final de la fiesta

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La fiesta comenzó al atardecer

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La fiesta comenzó al atardecer. El epicentro era en un amplio salón en la planta baja del castillo, y de allí se extendía con todos sus colores y sonidos hacia el jardín, adornado con grandes antorchas que iluminaban el ambiente.

Dion tomó la mano de Casio para no perderse entre los concurrentes, que iban de un lado a otro riendo y bailando, al son de la música. Casio lo miró sorprendido al principio, y cuando comenzaron los murmullos curiosos a su alrededor hizo un movimiento instintivo para soltarse, pero al final no lo hizo.

—Espero que se acabe pronto y se vayan de mi jardín —dijo una pequeña voz gruñona. Era Alhelí, el hada de las flores, y estaba trepada a la oreja de Dion—. Hacen mucho ruido.

Era verdad. El alboroto era apabullante por momentos. Una tragafuegos pasó a su lado escupiendo llamas de su boca como si fuera un dragón, y Dion dio un respingo. Un grupo se acercó y rodeó al rey, cada persona luchando por felicitarlo con más intensidad que la anterior, hasta que repararon en Dion y empezaron a preguntar por él.

—¡Qué belleza! —dijo una de ellas, poniendo su mano sobre la cabeza de Dion, que se echó hacia atrás, crispado. Sus atenciones no le hacían sentir lo mismo que las de Casio, quien notó su incomodidad y dispersó el grupo. Luego, se disculpó con él y prometió tener más cuidado.

La comida le hizo olvidar el mal trago. Había de todo lo que pudiera imaginar, dulce y salado, organizado en torres de madera colocadas sobre una larga mesa. Dion probó un poco de cada cosa, sin querer perderse de ninguna, mientras que Alhelí se bajó de su oreja para volar directo hacia una crema con almíbar.

Más tarde, Casio condujo a Dion hacia un rincón más silencioso, apartado del bullicio.

—Espero que no te parezca demasiado —le dijo.

—Al principio —respondió Dion, ahora más aclimatado—. Pero es muy interesante.

—¿En serio? No quiero que estés incómodo.

Casio estaba rígido de preocupación, de pies a cabeza. Dion pasó un dedo por las líneas de inquietud que habían aparecido en su rostro, y consiguió disiparlas con su caricia para hacerlo sonreír de nuevo. Luego se elevó un poco en el aire, lo suficiente para plantar un beso en su frente.

—Gracias por invitarme —murmuró.

De vuelta en la fiesta, Casio lo presentó ante su hermano Rufus, que estaba acomodado en un sillón en el exterior, con un brazo alrededor de una hermosa mujer de largos cabellos castaños que llevaba puesto un vestido violeta oscuro similar al de Nora, con la misma insignia floral bordada sobre el lado izquierdo del pecho. Rufus la presentó como Dalia, su hechicera.

La actitud segura de Dalia contrastaba con la de Nora. No pareció impresionada por Dion, pero le dedicó una sonrisa cortés.

—¿Me permitirías un baile? —preguntó Rufus, haciendo un ademán hacia el sector de los músicos.

El príncipe de las hadas (completa)Where stories live. Discover now