22. Encantamiento de glamour

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Se detuvieron cerca de un curso de agua, ya bien entrada la noche, cuando los caballos se negaron a seguir andando

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Se detuvieron cerca de un curso de agua, ya bien entrada la noche, cuando los caballos se negaron a seguir andando. Casio entendía el silencio tenso que se venía arrastrando desde que había mencionado volver a su reino, pero no veía otra alternativa.

—No estoy pidiendo que nadie venga conmigo —dijo Casio, cuando se bajaron de los caballos.

—Majestad —respondió Nora—, no sé si volver al reino sea lo mejor en estos momentos. Dalia va a estar en alerta, seguro va a probar nuevas formas de encontrarnos. No podemos precipitarnos.

—¿Qué sugieres, que nos escondamos en el bosque para siempre?

—¡No sé, no quiero seguir perdiendo gente! —exclamó Nora, dejando de lado todo intento de compostura—. Y lo de ir a esa taberna es una locura. Con todo respeto —agregó con una pequeña reverencia.

Casio asintió. Por la mañana lo hablarían, ¿sí? Ese no era el mejor momento para discutir, y esa noche ya no quedaba más por hacer. Dion encontró una cueva cercana donde esperar por el día y allí se dirigieron, aunque Casio estaba convencido de que nadie conseguiría dormir.

Se acomodaron alrededor de una pequeña fogata que Nora inició. Este no era el mismo fuego oscuro del futuro del que habían escapado, ni el fuego desesperado que Nora y Angus habían usado contra los sirvientes de Dalia. Era un fuego alegre y cálido, controlado.

Entre las llamas, a Casio le pareció ver seres que bailaban, una más de las peculiaridades que estaba experimentando desde su salida del reino de las hadas. Le hubiera preguntado a Dion al respecto, de no haber sido porque él sí estaba dormitando, con la cabeza apoyada en sus piernas. Y a su vez, enroscada entre los pliegues de la oreja de Dion, dormía Alhelí.

Miró la luna llena que brillaba en el cielo y pensó en Dalia, que debía haber perdido su rastro en el bosque de un momento a otro. ¿Habría sospechado algo? ¿Habría encontrado la cabaña de Angus, ahora vacía? ¿Seguiría buscándolos? Y pensó también en los reanimados a los que había tenido que enfrentarse, y con los que quizás volvería a encontrarse en el futuro, en especial en el hombre de los ojos saltones al que ya había matado dos veces. ¿Tendría una familia?

Casio hubiera jurado que pasaría la noche en vela, pero se equivocaba. En algún momento se quedó dormido, y entonces soñó que volvía a la capital de su reino y avanzaba por sus calles buscando la taberna de Bruna, para investigar si tenía conexión con los rebeldes. No llegaba a encontrarla; alguien lo reconocía.

—¡Ahí está! —decía la persona—. El rey asesino.

Junto con el dedo acusador del extraño llegaba una ráfaga de viento.

Despertó con las palabras resonando en sus oídos y la piel de gallina. Era de día ya; la fogata de la noche anterior estaba apagada y él estaba recostado contra una bolsa blanda, que supuso contenía ropa que Nora había traído de la cabaña. No recordaba haberse acomodado de esa manera; imaginó que debía haber sido obra de Dion, en algún momento de la noche. Le sorprendió haber dormido tan profundamente como para no recordarlo.

El príncipe de las hadas (completa)On viuen les histories. Descobreix ara