Más perdida que nunca

41 3 0
                                    

Después de algunas semanas, David y yo seguimos quedando todos los días, hablando y comiéndonos a ratos. Me he hecho muy buena amiga de su grupo, y me ayudan bastante a despejarme cuando lo necesito. Aunque Hugo de vez en cuando aparece, ya que también son sus amigos, y a mí me descoloca. Todo lo que había avanzado sin pensar en él se desmorona solo con verlo. Algunos días ni me mira, otros no para de vacilarme. Sin embargo he intentado por todos los medios que no se note lo mal que lo paso cada vez que lo veo, porque irremediablemente, me sigue gustando. Y no quiero.

Un fin de semana me lo encuentro en la urbanización de David ya que había decidido ir a su casa a pasar la tarde. Iba con unas 4 personas más, y sorprendentemente  se dirige a mí y me habla:

-Hola Eva, ¿qué haces por aquí?- Me pregunta en un tono un poco burlón. Él sabe qué hago aquí y todos los que le rodean también. Me da dos besos, mi cara se enciende. Mi cuerpo reacciona a él.

-Pues nada, a despejarme un rato después de toda la semana estudiando. ¿Y vosotros qué?- Intento parecer que no me importa, pero al ver que le coge la mano a la chica que tiene a su lado, mi cara es otra.

-Vamos a cenar todos.- Asiento e intento sonreír forzadamente.

-Muy bien, que os aproveche entonces.- Paso entre todos para dirigirme rápidamente a la puerta del bloque de David. Estoy a punto de llorar. Así de frágil soy. Le importo una mierda, y aunque lo sabía de sobra, duele más verlo con mis propios ojos. Antes de que cierre la puerta puedo oír como me grita:

-Y tú también, porque no creo que pierdas el tiempo.- Escucho como todos se ríen y se marchan mientras espero el ascensor. Y como es habitual en mí, David me recibe con mi cara llena de lágrimas.

-¿Qué coño ha pasado ahora?- Me pregunta David algo enfadado. No entiendo por qué me habla así, pero puedo entenderlo. A lo más mínimo estoy llorando, y estará harto. No lo culpo. Yo también lo estaría.

-Me he encontrado con Hugo y... ya te puedes imaginar el resto.- Me tira hacia él y me abraza, mientras yo lloro desconsoladamente.

-Mi vida, esto va a seguir así durante mucho tiempo; una lucha constante con él y tus sentimientos. Sé que es difícil, por experiencia; pero por tu bien debes hacerte fuerte, y sobretodo olvidarte de él. No sé lo que ha pasado, pero sigue siendo un inmaduro, no le tomes importancia.- Gracias a las palabras de David, a su abrazo y sus caricias, consigo cesar mis lágrimas poco a poco. No puedo seguir llorando. Me niego a derramar más lágrimas. No tiene ningún sentido.

-Lo siento mucho de verdad, siempre te toca consolarme.- Pero él no me dice nada y me da un dulce beso en los labios que me calma por completo. Nos sentamos en el sofá, nos arropamos y ponemos una película.

Lo nuestro es algo diferente, inusual, pero es con lo que me siento más cómoda hoy día. Nos damos explicaciones porque queremos, y sino ninguno las pide. Hacemos lo que sentimos, y no queremos una relación ni de lejos, simplemente hay atracción y tensión, y eso es lo que hace que sea divertido. 

Está claro que lo quiero, y él a mí. Nos queremos tanto, que no se nos pasa por la cabeza ni un segundo estar juntos, porque solo queremos ser felices con nuestra soledad (aunque a ratos nos necesitemos). No quisiera que esto se acabara por nada del mundo. Me da todo lo que necesito en este momento, y es lo más importante. Lo considero algo así como mi salvavidas.

Estamos a mediados de noviembre y tengo que empaquetar las cosas de mi cuarto porque nos mudamos. 

Sí, fue una sorpresa para mí también; unos días después de la gran noche con David y Jairo, mi padre y su mujer quisieron hablar con Alexandra y conmigo. La gran noticia de que nos mudábamos me alegró bastante. Necesitaba un cambio de aires, y seguro que me viene muy bien, o eso espero.

Así que aquí estoy, desmontando muebles con mi padre, metiendo la ropa en maletas y cajas, tirando todo lo que no necesito y así durante un par de días. 

La mudanzas son agotadoras, y más cuando vives en un octavo y te toca bajarlo todo, y luego cuando te mudas a un segundo y tienes que volver a subir lo mismo. En lo que llevo de año ya van como 4 mudanzas; la primera fue cuando mi padre y yo nos mudamos al octavo solos, después de un par de meses, la segunda fue cuando su mujer y Alex se vinieron a vivir con nosotros, otra de ellas; la del hermano de Alexandra (que está independizado pero teníamos que ayudarlo), y por último esta.

Todos los cambios vienen con nuevos miedos, nuevas experiencias, inseguridades, personas, necesidades, nuevas risas, nuevos momentos. Los cambios vienen cargados para dar un giro a tu vida, y aunque no sea de 180 grados, algo se modifica quieras o no.

Así que aquí estoy yo de nuevo, un 13 de noviembre, buscando la parada de autobús, con todo el sueño encima, y sin ganas de volver a empezar la semana. 

Estoy demasiado cansada, a penas he podido descansar. Ayer nos mudamos definitivamente a nuestro nuevo piso, y acabé de ordenar por encima algunas cosas de mi cuarto sobre las dos de la madrugada, por lo que estoy agotadísima.

En el camino, voy sumergida en mis pensamientos, y de repente veo a un chico con una mochila colgada junto a la parada de autobús que estaba buscando. Intuyo que va al instituto así que me acerco y le pregunto:

-Hola, ¿tú también coges el autobús de los institutos?.- Se quita los cascos para oírme mejor y asiente. Vuelvo a preguntarle.- ¿Y sabes por casualidad a qué hora pasa?

-Sobre las 7:36 am o 7:38 am. - Me responde sin mucho entusiasmo. 

-¿Pero aquí no pone un 34?- Le señalo la hora que pone el cartel que tenemos al lado. 

-Suele tardar un poco más siempre.- Asiento, le doy las gracias y miro el reloj; las 7:30 am. Resoplo, busco mis cascos en la mochila, y me pongo a escuchar a Beret. 

Noto como el chico me observa todo el rato, pero no dice nada. Tiene unos ojazos, pero intento evitar mirarlo. Me intimida y me pone nerviosa.

Cuando llega el autobús nos montamos, y como era de esperar todos los sitios están ocupados menos uno. Me quedo de pie y me apoyo en un respaldar de un asiento, mientras que él se sienta en el asiento libre. Noto como todas las miradas están puestas sobre mí. Soy nueva aquí, y supongo que después de 2 meses de curso se conocen todos. Cuando el autobús se pone en marcha, el chico me habla, me quito el caso derecho y escucho que dice;

-¿Quieres sentarte?- Le sonrío, pero le digo que no se preocupe, vuelve a insistir, pero de nuevo declino su oferta, así que desiste pero me sonríe amablemente, y su sonrisa, madre mía, es aún mejor que esos ojos azulados verdosos. 

Al llegar a mi parada le sonrío y me bajo. No separa su mirada de la mía hasta que el autobús se marcha, y suspiro. Es demasiado guapo, pero ahora mismo no estoy para pensar en esas cosas ¿no?. Primero debería aclara mi cabeza.

En la clase le comento a mis amigas que he conocido a un nuevo dios griego en la paraba de autobús. Todas saben lo enamoradiza que soy, así que no les sorprende que al mudarme ya tenga un nuevo fichaje a la vista.

En estas semanas Sam y yo hemos conectado increíblemente bien, pero más o menos como siempre, cada vez más confianza, más cariño. Es con la que más a gusto me siento de todas las chicas del grupo, nos contamos todo y parece que me conozca de toda la vida. Incluso una de mis amigas me ha confesado que de vez en cuando parecemos novias, aunque yo le quito esa idea de la cabeza, ¿cómo iba a fijarse Sam en mí?. Por lo que me dice, no le gustan las chicas, aunque yo creo que sí, pero eso se queda para mí.

Mi cabeza sigue envuelta en amores y sentimientos no correspondidos, mi corazón cada vez está un poquito más roto, yo aún más perdida que nunca, y necesito encontrarme. Aunque no hay nada mejor para despejarse que estar con Mérida y intentar aclarar con ella mi cabeza loca. Por lo que ese día me voy a su casa a comer, y tras pasar la tarde estudiando, tenemos un ratito para hablar antes de irme.

-Venga, desahógate porque sé que estás mal. Solo hay que verte.- La miro y me conoce, me conoce muy bien. Sabe lo que pienso, lo que siento, y nunca tengo secretos con ella. Es la que más me aguanta, la que me anima y la que me quiere por encima de todos mis defectos. Así que me explayo. Le explico como me siento, todas las novedades con David y con Hugo, y aunque con las miles de cosas que le cuento, algunas no las entiende, y otras me quiere matar, pero ella solo sabe escucharme y sonreírme. Jamás me juzgaría, lo sé.

La vida de EvaWhere stories live. Discover now