CAPÍTULO #3: ÁNGEL CAÍDO (I)

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Hace más de dos semanas de mi aventura con el dios griego, prácticamente ya lo he olvidado, al igual que la culpa con mi marido. Mi vida continua igual de normal que antes de mi "desliz", que es como me limito a llamarlo en mi mente.

Estoy sentada frente al portátil de mi oficina revisando los planos del complejo de hoteles de Borja, el único vínculo que tengo con él desde entonces. Por suerte no hemos tenido que coincidir otra vez y espero no tener que hacerlo, y menos después de lo que me enteré.

Unos días luego de mi "desliz" escuché un rumor de oficina que más tarde confirmé; Borja era un Don Juan, estaba casado y tenía dos hijos, pero se dedicaba a follarse a todas las chicas guapas que se encontraba con la trola de que estaba enamorado de ellas y que quería volver a verlas. Luego de ese descubrimiento me sentí un poco tonta porque, aunque no esperaba mucho de él, sucumbí a sus encantos cual quinceañera.

Mi celular suena, veo en la pantalla una llamada de un número privado y contesto:

― Dígame.

― Buenas tardes, ¿es la señora Macarena Casafont?

― Si.

― La llamo del colegio de su hijo.

― ¿Pasa algo con Caleb? ―dije preocupada.

― No, no se preocupe señora, solo me gustaría hablar con usted esta tarde.

― Está bien, ¿a qué hora nos vemos? ―Estaba realmente preocupada, mi hijo nunca me daba problemas, jamás tenía que ir al cole, de hecho, no conocía ni a los profesores. Cuando Caleb era pequeño las nanas se encargaban de eso y al crecer y no necesitar las nanas Marcelo hacia el trabajo sucio y yo me limitaba a pagar los caprichos de ambos.

― ¿A las 5pm le viene bien?

― Si claro, emm... ¿Con quién hablo?

― Jonathan.

― Vale, a las 5pm estoy ahí.

En cuanto cuelgo llamo a Marcelo, quien a los dos timbres me contesta con voz dulce:

― ¿Dime amor?

― ¿Estás muy ocupado bebé?

― Un poco, ¿qué pasa?

― Es que me han llamado del colegio de Caleb, que necesitan hablar conmigo, pero tengo demasiado trabajo. ―dije intentado escaquearme de mis responsabilidades como madre.

― Maca, por favor, haz un esfuerzo, es que estoy realmente ocupado.

― Vale. ―Era raro que no hubiera hecho un berrinche y logrado convencer a Marcelo de que fuera en mi lugar, quizás estaba madurando.

El día avanzó rápidamente hasta llegar las 5pm.

Llegué al colegio y caminé desorientada por las instalaciones, pregunté en recepción por el tal Jonathan y me condujeron hacia un despacho al fondo de un largo pasillo. Abrí la puerta y me quedé petrificada, lo que veían mis ojos no era un dios griego sino un puto ángel caído. Tenía el pelo rubio y ondeado, ojos azul cielo, sonrisa perfecta e increíblemente blanca, mejillas rosadas y pestañas largas. Madre mía, era increíblemente hermoso y estaba ahí, detrás del despacho, mirándome con una amplia sonrisa. Llevaba un jersey rosa de lana, no estaba tan fuerte como el dios del olimpo, pero tenía los brazos ejercitados y seguramente muy bien marcados.

― ¿Macarena Casafont? ―me dijo mirándome directo a los ojos.

― ¿Jonathan del colegio? ―contesté con una sonrisa.

― Hernández. ―me dijo sin quitar esa encantadora sonrisa de niño bueno.

Me senté y me le quedé mirando unos segundos, escrutando su perfecto rostro. Debía tener unos 25 años a lo sumo, parecía recién salido de la universidad así que debía ser un profesor nuevo o algo por el estilo.

― ¿Entonces qué pasa con mi hijo? ―dije al ver que el chico se limitaba a mirarme.

― La llamé porque estuve revisando las notas de su hijo, Caleb es un excelente alumno, pero tiene algunas dificultades con mi asignatura, y he pensado que podría necesitar un tutor que lo ayude.

― O sea, que debo buscar un profesor particular para que le dé en casa lo que debe dar en clases.

― Exactamente ―dijo sonriendo. Joder, su sonrisa era encantadora, no podía parar de mirarla―. Pero como veo que usted es una mujer muy ocupada no quiero echarle trabajo encima, así que me ofrezco como el tutor de su hijo.

― ¿En serio? ―dije en tono agradecido.

― Claro... ¿Le parece bien que vaya tres veces a la semana?

― Por supuesto, ve las veces que quieras ―dije levantándome de golpe―, es más, si te quieres albergar en mi casa hazlo, pero ya esos temas trátalos tú con mi hijo. ―dije con una sonrisa mientras me disponía a abrir la puerta. Empujé y jalé un poco, pero esta estaba reacia a abrirse, al verme frustrada el chico se paró y pude ver que era un poco más alto que yo, quizás 1.80, o 1.85 a lo sumo.

― Es que se atasca. ―dijo dándole un empujón.

― Con lo que cobráis no debería atascarse. ―dije riendo y caminando por el pasillo hasta la salida.

Entre las sábanas de una princesa ✔️Where stories live. Discover now