CAPÍTULO #10: ESTAFA

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Son las 10am, la escalera de salida está abarrotada, todos desean salir primero. Yo espero pacientemente a que la multitud se disipe, quizás así vea a Jairo. Al parecer, los chicos también intentan evadirme, porque todos me observan desde lejos, pero en cuanto nuestras miradas conectan cambian el enfoque.

Estoy en cubierta viendo a las personas salir apresuradamente, montarse en autos lujosos y largarse a continuar con sus vidas después de echar una canita al aire, miro hacia la izquierda y veo a Alex a unos 5 metros de mí, nos miramos fijamente por unos instantes hasta que lo veo acercarse, pasa por mi lado y con sutileza me toma la mano dejando una nota entre mis dedos, me dedica una cálida sonrisa y se aleja como si nada.

Yo desdoblo el papel y leo en la hermosa caligrafía la frase:

"A las 8pm paso por usted a su casa"

¿Cómo puede saber mi dirección? ¿Por qué tanta obsesión conmigo si puede tener a la mujer que quiera? ¿Qué intenciones tiene Alex?... Demasiadas preguntas y muy pocas respuestas, que solo podrían responderse cenando con ese hombre, y quizás, saldando una cuenta que dejamos pendiente hace menos de 24 horas.

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Regreso a casa. El silencio y la soledad son abrumadores, me siento tentada a llamar a Jairo, pero me obligo a mí misma a aprender a convivir con la soledad. Corro al baño, me preparo la bañera con sales de flores y aceites esenciales y paso más de una hora sumergida en el agua caliente, pensando en que aburrido será incorporarme a mi antigua y monótona vida después de los tres días anteriores; donde lo menos raro que pasó fue el trío entre Cayetana, James y yo.

Luego de las horas de reflexión me dispongo a vestirme, opto por un vestido blanco a media pierna, ceñido al cuerpo y de mangas largas, lo combino con unos tacones del mismo tono y una cadenita de plata. A las 8pm estoy lista y esperando a Alex en la puerta, pero con la duda de como sabe mi dirección latente. El claxon de un coche suena y yo de un respingo salgo de mis ensimismamientos. Un Ferrari F70 negro está plantado frente al portón de mi casa, yo sonrío, y antes de que mi compañero pueda hacer alarde de que es un caballero yo abro la puerta y me monto al auto, le estampo un beso en la boca y digo:

― ¿Cómo sabes mi dirección?

― Te lo digo mientras comemos el mejor solomillo de la ciudad. ―Yo sonrío, más por la gracia que me hace lo que me va a llevar a comer que por la forma tan descarada en la que evade mi pregunta.

Este hombre tiene dinero, o al menos lo aparenta, pero no tiene una pizca de clase, y lo mejor, o peor de todo, es que no intenta conquistarme aparentando algo que no es.

Lo veo conducir, es un gañán de pueblo y eso se nota, aunque manejes un Ferrari y ocupes ropa de marca, algo que influye en los negocios. Ningún millonario aceptaría a este hombre en su círculo de amigos, y por ende no harían negocios con él, así que me intriga saber cómo pudo hacerse con su fortuna, y digo fortuna porque hay que tener de eso para comprarse este auto.

Llegamos a un restaurante bastante de moda, donde más de un millonario aburrido y nuevo rico va alardear y gastar una buena pasta. El sitio es hermoso, la atención increíble y todo carísimo, nosotros pasamos y nos sentamos en una mesa de dos sillas junto a la ventana, tomamos las cartas, y sin siquiera mirarla Alex pide un solomillo con verduras y Ensalada César.

― Un turnedó Rossini está bien. ―Y le sonrío al camarero con dulzura.

― ¿Para tomar que van a pedir los señores?

― Una botella de vino blanco. ―Se apresuró a decir Alex.

― Entonces ―dije cruzándome de brazos cuando el camarero se fue―... ¿Cómo sabes mi dirección?

― Ya te lo dije, eres una persona muy conocida...

― Pero no para que mi dirección la sepa cualquiera.

― Estás en lo cierto, pero yo soy un hombre de contactos ―Me sonríe y agrega―. Espero que no te moleste. ―Otra dulce sonrisa, yo no me creo nada, pero igual sonrío.

Continuamos la cena con normalidad, intercambiando miradas furtivas y diálogos superficiales. La charla es amena, pero debo reconocer que este hombre no me inspira nada más que un buen polvo.

Hay personas como Jairo y Marcelo que hacen de las conversaciones una fiesta, y luego está Alex, con quien las conversaciones son monótonas, pero las ganas de follar son más grandes que el aburrimiento.

Y otra vez la cena del cobarde. Estamos a punto de pedir los postres cuando yo le tomo la mano y digo:

― ¿En tu casa o en la mía?

― En la tuya. ―me dice haciendo señas al camarero.

― ¿La carta de postres? ―dice el muchacho.

― La cuenta. ―dice Alex dedicándome una sonrisa pícara.

La cena le cuesta a mi futuro amante la friolera de 650 euros, los cuales paga sin problemas, además de dejar una jugosa propina para el chico que tan bien nos atendió.

Vamos conduciendo en silencio, pero con velocidad, mis mejillas están coloradas porque se lo que se viene.

Entre las sábanas de una princesa ✔️Where stories live. Discover now