II. Primeros chapuzones

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Regina y Amanda son sus mejores amigas de toda la vida, ¿y es que cómo no amarlas?

Regina tiene un estilo impecable de la moda y Amanda es una sabelotodo amante de los libros. Que sí, a veces no congeniaban tan bien por ser todas tan diferentes pero por alguna razón siempre lograban estar todas juntas y pasársela bomba.

Diana sentía que del grupo era la más alocada y ocurrente, y con razón pues la vida es medio aburrida, ¡y es mejor ponerle al mundo un poco de color!

Un ejemplo puede ser el azul, ella ama el azul. Ese es color del cielo y Diana ama el cielo, en verdad ama todos los colores pero el azul un poco más que a los demás.

Excepto los lunes, que ese día ama el color amarillo. No pregunten que Diana no les dirá por qué.

Pero bueno, ya por fin Diana está más contenta de lo normal porque ha sobrevivido un mes estando en clases de natación, y eso es algo de lo cual celebrar.

Sus amigas y ella decidieron ir a una piscina pública y pasar aquel jueves de verano cualquiera jugando en el agua. Y todo fue diversión y felicidad hasta que Diana cruza miradas con Paola, una chica que se había mudado no hace mucho al pueblo del que vivían.

Era morena y de cabello rizado, un poco rellenita y de ojos avellana preciosos. No estaba dentro del agua, sino estaba simplemente sentada dejando a remojar sus pies, Diana se imaginó que no le apetecía mojarse o algo así.

Sus amigas insistieron a qué ella le hablara, y entre murmullos y berrinches decidió hacerles caso. Se acercó lentamente y nadando hasta donde estaba, o más bien intento de nadar porque lo que sea que estaba haciendo era de todo menos nadar pero poco le importaba.

Diana sube su mirada hasta su rostro, y fue así que por un rato se le había olvidado cómo respirar.

—¿Hola? —su voz había sido dulce, callada y tímida. La estaba mirando con una ceja alzada y una mueca rara en su rostro, Diana parpadea.

—¡Hola! Soy Diana —se presenta con una sonrisa, queriendo ignorar que hace menos de un mini segundo se había embobado con Paola—. Eres nueva, ¿no?

Paola parece sorprenderse, y ahora con una sonrisa asiente un poco apenada.

—Sí, soy Paola. Un gusto.

—Sí, lo sé —dice—. Todo el pueblo no para de hablar de tu familia.

Paola parece sorprendida por tal declaración, Diana se pregunta por qué no sabía aquello si era la noticia del momento.

—Oh —se sonroja, mordiéndose el labio inferior—. Ya veo.

—¿Y por qué no nadas? —hizo la pregunta que tenía en la cabeza desde hace rato, es decir, medio podía adivinar la respuesta pero quería escucharla de sus labios.

—No creo que a la gente le guste verme —dice medio apenada, mirando su camisa blanca demasiado grande como para ser de ella. ¿Será de su papá? ¿Hermano? ¿Por qué tendría una camisa más grande que ella?

—¿Por? —Diana no entiende tales palabras, Paola era muy bonita.

—No sé —arruga su naríz, empieza a mover sus pies que estaban debajo del agua—. Soy gorda, como puedes ver. Dudo que les agradaría verme nadando.

—No estás gorda —musita indignada, mirándola atentamente. Quizá podría ser rellenita pero no era gorda, porque gorda era su profesora de artes visuales, que la pobre de tanto peso le hizo tener diabetes.

—Solo lo dices para que me sienta mejor —se acomoda parte de su cabello de un lado a otro.

Diana bufa, no le gustaba que la gente pensara tan poco de si misma. Decide hundirse toda bajo el agua para pensar un poco mejor las cosas, contó cinco segundos y volvió hacia la superficie donde una chica la miraba con ojos curiosos.

—No te conozco, así que no veo por qué te mentiría —logra recobrar el aire que había soltado segundos después de salir del agua—. Total, mentir no me va, soy terrible mintiendo. Creo que podría hacer de todo menos mentir.

—Todos han mentido alguna vez.

Diana agarra su cabello que estaba en su rostro y lo acomoda hacia atrás, ahora por fin mirándola al rostro.

—Yo no soy "todos", soy Diana.

Y Paola solo comienza a reír a carcajadas.

La chica que soñaba ser un pezWhere stories live. Discover now