La flor favorita

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Este abarca el durante y después de la historia.

La flor favorita

Para Pansy Parkinson, el amor es como una plantita.

No basta con sembrar su semilla.

—¿...esas son las mandrágoras bebés con las que vamos a trabajar en clase?

Neville, agachado junto a las macetas, estuvo a punto de caer hacia adelante cuando escuchó la voz a su espalda. Pansy se inclinaba por detrás de él, observando lo que hacía. Contuvo una sonrisita cuando lo vio enrojecer y balbucear, al sostener uno de los materos para que no se cayese y el llanto de la mandrágora les lastimase los oídos.

—Sí- sí —contestó, en voz baja, pasando la mirada de los materos a ella.

—Es peligroso si no usas cubreoídos —señaló Pansy, balanceándose sobre los pies. En el Vivero no había muchas mandrágoras; en teoría, era fácil para cualquier mago cosecharlas. Pero las conocía, y notaba que aquellas estaban bien cuidadas, hecho que no tenía explicación, si ellos todavía no las usaban en clases—. Neville, ¿cierto? —inquirió, volviendo a fijarse en él.

El Gryffindor asintió, echándole un poco más de tierra a la futura maceta de una de las mandrágoras. No la veía al hacerlo.

—¿Tú las cuidas?

Emitió un vago sonido afirmativo. Desde su posición, Pansy se percató de que el rubor le llegaba a las orejas.

—Bueno, entonces voy a trabajar contigo hoy —dictó, sosteniéndose la falda del uniforme con cuidado para agacharse también. Neville giró la cabeza tan rápido que casi perdió el equilibrio.

—¿Qué?

Pansy soltó una risita, ofreciéndole el cubreoídos que tenía consigo.

—Las voy a calmar para que no lloren —explicó, encogiéndose de hombros. Se arremangó la camisa, y agradeció a Merlín que Draco estuviese muy ocupado con Harry, porque sabía que se quejaría de verla hincada en la tierra del invernadero—. Sprout me lo pidió. Así las puedes trasplantar más fácilmente, y las preparamos para la clase.

Cuando el Gryffindor no hizo más que boquear, ella se estiró, agarró la parte superior de una y jaló. Neville gritó para detenerla, pero fue el único sonido que se escuchó. No hubo ningún llanto desesperado de una planta bebé. El anillo Parkinson de Pansy resplandecía de forma débil, mientras ella acunaba a la planta entre los brazos, medio dormida. Observó de reojo al chico, luego a su alrededor, y de nuevo a la mandrágora bebé.

—¿Puedes levitar hacia acá la otra maceta?

Neville estuvo a punto de tropezar al levantarse para ejecutar el hechizo a una distancia segura. Trasladó la maceta más larga hacia ella y esperó que Pansy colocase la mandrágora dentro. Empezó a cubrirla con tierra de inmediato, al tiempo que ella jugueteaba con una de sus hojas, para que la magia no perdiese el efecto y se despertase.

Aunque era obvio que se preocupaba cada vez que la veía sacar una de las mandrágoras con las manos, sin hechizos ni cubreoídos, Pansy pensó que hacían un buen equipo.

Las plantas necesitan luz, agua, y nutrientes, para crecer sanas y fuertes.

Pansy leyó rápidamente los nombres de los tomos en los estantes más altos, extendió el brazo y atrajo un libro hacia ella, sin usar la varita. A mitad del trayecto, se percató de que el ejemplar se desviaba un poco, y frunció el ceño. Otro hechizo intervenía con el suyo.

Tuvo que doblar en la esquina del estante para notar que Neville observaba el libro flotante, como si se preguntase qué andaba mal con su leviosa, que no lo llevaba hacia él. El libro terminó en la mano de Pansy, que lo sacudió en su dirección.

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