De cómo Draco conoció a su rayo de sol

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De cómo Draco conoció a su rayo de sol

—...las profecías fueron dichas un par de milenios atrás.

Harry contuvo la risa, lo que causó que su esposo le dirigiese una mirada de reprimenda, que fue secundada de forma idéntica por la de Orión. Antares se limitó a formar pucheros para que lo dejase seguir.

—¿Vas a contar la historia tú o lo haré yo, Potter?

Potter. Ni los años de matrimonio le quitaron esa costumbre; más bien, agregaron la manía de no decirle "Potter Malfoy" si pretendía regañarlo. Harry rodó los ojos, pero sonrió y le pidió que continuase con un gesto.

Orión y Antares querían oír el comienzo de la historia de sus padres. Draco, por supuesto, era incapaz de decirles "nos conocimos de niños en el cumpleaños de Pansy y nos hicimos amigos". No, él tenía que contar una de sus historias.

Harry se reacomodó, con el brazo doblado a manera de almohada, y aguardó. Se encontraban en el interior de una tienda de mantas y almohadas. Sus dos hijos rodeaban a Draco. Una lámpara proyectaba la luz amarilla que daba vida a las sombras que su esposo creaba con las manos; el hechizo que utilizó antes contorneaba las figuras en el techo de la "fortaleza", haciéndolas más reales, más claras.

—Como les decía —siguió Draco, creando la sombra de un niño en el techo, con el índice—, las profecías fueron dichas un par de milenios atrás, cuando ninguno tenía idea de qué era todo esto. Serían seis de ellos. Pero esa es una historia para otro día. Nos centraremos en los primeros tres.

La primera vivía en un castillo, donde las flores crecían inmensas y en todas partes. Huyó de allí por culpa de las acciones de una bruja buena, pero loca —Draco dibujó en la proyección una figura enorme que perseguía a otra más pequeña. Sus hijos ahogaron jadeos de sorpresa—. El segundo tenía un monstruo.

—¿Qué monstruo? —susurró Antares, abrazando una almohada. Sus ojitos estaban grises y fijos en el techo.

—Uno horrible —Draco proyectó una silueta deforme, extraña, que parecía dispuesta a comerse toda la luz de la tienda. Orión se pegó un poco más a Harry—. No se podía ver, ni se podía tocar —aclaró, chasqueando los dedos. La figura monstruosa se desvaneció, dejando en su lugar a otro niño de sombras—. No lo dejaba dormir, ni jugar como un niño normal.

—¿Y el tercero? —musitó Orión, mirando de reojo a su papá.

—El tercero era testarudo —Draco se rio del débil sonido de protesta de Harry—. Terriblemente necio, insistente, despistado, torpe...

—¡Draco!

Su esposo se echó a reír y los niños con él.

—Ese era papá Harry —Orión asintió. Sonaba más a afirmación que a pregunta, y Harry, fingiendo indignación, empezó a hacerle cosquillas.

—¿Qué se supone que significa eso, Orión? ¿Eh, eh?

Draco carraspeó para que se detuviesen. Intentó contener una sonrisa y se fijó de nuevo en el techo de la improvisada tienda.

—El tercero era, sin embargo, el mejor de todos —concretó Draco, en voz más baja, más suave. Harry quiso reírse de la absurda sensación de derretirse por dentro, a causa del afecto que se mezclaba con esas palabras—. Tenía brillantes ojos honestos que veían a los monstruos horribles, y quería salvar a los otros dos más que nada en el mundo. El alma más noble que he conocido. Era un rayo de sol.

Los rayos de sol salvan personas; eso es lo que hacen. Es para lo que fueron creados. No sólo porque sean héroes, aunque muchos lo son. No sólo porque ayuden, aunque muchos lo hacen. Es porque, por encima de todo de lo que son capaces —Draco le tocó la punta de la nariz a un concentrado Antares, arrancándole una risita, y dibujó un sol con líneas onduladas en el techo—, saben querer a alguien.

Rayo de solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora