Cᴀᴘíᴛᴜʟᴏ 1: Eʟ ʀᴇғʟᴇᴊᴏ

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Dejó caer la bicicleta en medio de la calle y se puso de pie frente al imponente centro comercial. Era monstruosamente gigante, nada había quedado indiferente ante los embastes de la naturaleza. Al principio, se sintió desorientada. Entrecerró los ojos e intentó leer el letrero de la entrada, pero fracasó en el intento; no podía entenderlo. Atravesó el gran agujero en la puerta de cristal e ingresó ya examinando meticulosamente su entorno. Era su primera vez en el lugar, la infraestructura le podía jugar una mala pasada si se derrumbaba con ella dentro; debía tener mucho cuidado.

Se despojó del paño que cubría su rostro y lo guardó en el bolsillo. El aire en aquel lugar era fresco, brindándole una extraña sensación de comodidad. Caminó, explorando los rincones más seguros para moverse. No se detuvo en exceso frente a la ropa exhibida en las vitrinas, pues era una moda ajena a su espíritu, una corriente que Natasha jamás abrazaría. Sin embargo, lo que más abundaba eran los accesorios, bolsos y joyas en profusión, destinados a satisfacer sus deseos. Pero en un instante fugaz, olvidó la promesa que se había hecho, la tentación que había jurado no sucumbir. Y, sin percatarse, volvió a adentrarse en el pasillo de las tiendas de ropa. Había concluido sus compras, había asegurado su sustento, solo restaba partir... Pero no pudo.

Se encontró a sí misma. Se vio reflejada en el espejo. Por un instante, se engañó creyendo que no estaba sola. Pensó que había alguien más, alguien que la buscaba. Su corazón se aceleró, sus ojos se abrieron de par en par y su mente quedó velada por la ilusión.

Pero su sonrisa se desvaneció tan rápidamente como surgió. Cerró los ojos, sabiendo que en la oscuridad se resolvería la cuestión, como en las historias que solía leer. Simplemente no debió dejarse engañar tan fácilmente por su propio reflejo.

Aunque estuviera sola en el mundo, algunas cosas no cambiarían jamás. La soledad en su plenitud era cruel, y Natasha lo sabía y lo sintió en lo más profundo de su ser. En ese momento y en cada día de su miserable vida.

Recogió las latas de atún, arrastrando consigo la ilusión efímera. Abandonó el centro comercial con su bicicleta en mano, y comenzó a pedalear en dirección a la avenida, con el corazón cargado de melancolía y su mente atascándola de reproches.

La tierra está vacía ©Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz