Despertar.

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Sisyphus temía que hubieran dañado al espectro de cabello negro y esos hermosos ojos morados, no quería perderlo, que la diosa Athena o alguno de los guerreros que fueron leales a ella quisieran asesinarlo.

Y podía ver que aun estaba demasiado lastimado por la pérdida de esa alfa, una horrible muerte que pensaba le dio lo que siempre busco en un compañero, un hermoso omega, que se tenso inmediatamente al sentir sus brazos alrededor de su cuerpo.

-Estaba tan preocupado por ti…

Aiacos se tenso inmediatamente, sosteniendo las muñecas de Sisyphus, que suspiro de tan solo estar a su lado, recargando su barbilla en su hombro, ya que era un poco más alto y un poco más fuerte.

-Pero he vuelto y te prometo que no volveré a dejarte solo.

Aiacos al escuchar esas palabras se soltó usando su fuerza física, su cosmos, sin comprender las palabras de ese alfa, que lo había seguido desde que llegara a ese sitio, el que actuaba como si fuera su alfa, como si cuidar de él fuera su deber, como si él mismo le correspondiera.

-¿Dejarme solo? ¿De que estas hablando?

Sisyphus suspiro, controlando sus emociones, su temor por que le hicieran daño, comprendiendo algo que Aiacos no, era su alfa, Aiacos era su omega, la misma diosa Athena lo sabía, ellos estaban destinados a estar juntos.

-Tu no eres nada mio, solo un alfa enloquecido que me sigue a todas partes, que no me deja llorar a mi dama en paz.

No era solo eso y aunque sabía que amo demasiado a esa alfa de la que hablaba todo el tiempo, que le dolía su muerte, también sabía, que ella no era su alfa, que ella no era su destinada, sino que era el, el era su compañero elegido, su alma gemela, pero en su dolor, ese pobre chico no podía comprenderlo.

Aiacos tendría unos veinte años, él ya estaba por cumplir los treinta, había una década de diferencia entre ellos, tal vez por eso, por el dolor, por la sorpresa que sentía, era que no reconocía a su alfa.

-Yo reconozco tu aroma, yo siento lo que tu sientes, así que… estoy seguro de que yo soy tu alfa…

La expresión de Aioros era una de completo desagrado, de incredulidad, especialmente cuando le decían que su dama, que Violate, con quien había pasado casi toda su vida, todas sus vidas, no era su alfa destinado, sino un alfa desconocido que decía extrañarlo, que lo atosigaba, por quien decían, la diosa Athena deseaba matarlo, tal vez, por celos.

-Estas loco… eres un demente… un lobo… o un cazador…

Aiacos retrocedió, pensando que por culpa de ese demente la diosa de la sabiduría quería cortarle la cabeza, quería matarlo, porque un alfa, un solo alfa se había encaprichado con él, a pesar de que apenas había perdido a su compañera, a su Violate.

-No soy nada de eso…

Sisyphus quiso acercarse a Aiacos, pero este no lo permitio, aun seguía retrocediendo, hasta que se topó contra una de las paredes, que no le permitian llegar más lejos, no le permitían alejarse un poco más.

-Yo soy tu alfa…

Aiacos negó eso, porque no era cierto, no era verdad, no podía serlo y se daba cuenta que por culpa suya, uno de los dioses lo deseaba muerto, así que, se preguntaba porque matarlo a él, porque castigarlos a ellos, porque siempre eran los omegas quienes pagaban por los actos de los alfas.

-No eres nada mio… tu… tu deberías…

Sisyphus lo acorralo, sosteniendo sus muñecas, evitando que volviera a lastimarse con ellas, se veía que su piel estaba demasiado lastimada, con varias marcas rojas, con algunos moretones, el mismo se estaba haciendo daño, todo debido a ese vínculo roto con un alfa equivocado, que si bien le amo con sinceridad, no era su destinado.

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