Uno

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Este cliente era extraño.

Hacia un mes y pico un chico de curiosa apariencia apareció por la puerta del Café Umbrella; cuya historia del lugar resumida en pocas palabras es que era dirigido por cinco hermanos, Luther, Diego, Allison, Klaus y Vanya Hargreeves, quienes habían tenido la desgracia de atender a este cliente a diario, a la misma hora, en la misma mesa y con la misma orden de siempre.

Aunque, de hecho, por azares del destino o por pura suerte, a Klaus jamás le había tocado atenderlo. O porque su turno terminaba, estaba ocupado con otros clientes, o porque simplemente le daba demasiada flojera y terminaba mandando a la pobre Vanya a realizar el trabajo, quien terminaba mandando a Allison, y quien al final mandaba a Diego y así hasta que cualquiera se cansaba y terminaban por atenderlo, pero, aun así, nunca le tocaba a Klaus.

«Es la persona más grosera que he conocido» Decía Vanya.

«Alguien debería buscar quienes son sus padres y traerlos para que sepan que criaron un monstruo.» Le seguía Luther.

«¿Qué tan ilegal es golpear a un menor?» Y finalizaba Diego con una amenaza que probablemente viniendo de él no era de broma.

Este cliente tenía una rutina y era que llegaba en la tarde a sentarse en la mesa número cinco, pedía café y se sentaba a escribir sin parar en su cuaderno por el que una vez había armado un escándalo porque Vanya había echado un vistazo y éste se percató de su crimen.

Gracias a esto ganó su apodo de Número Cinco.

Finalmente los hermanos terminaron cansándose y bendito fue el día que le tocó a Klaus atenderlo por primera vez, aunque sin muchas ganas debido a los comentarios que había escuchado anteriormente de sus hermanos quienes consideraban un infierno personal el ir y hacer algo tan simple como tomarle la orden.

Pero por suerte, él no era de los que se tomaba los comentarios tan a pecho a diferencia de sus sensibles hermanos, simplemente no le importaba lo que un niño probablemente menor de dieciocho años le haría, no provocaría en él un daño psicológico irreparable, y, conociéndose probablemente el caso sería al revés si lograba provocarlo demasiado.

Cuando le vieron llegar ese día la tensión en el ambiente se incrementó y como si fuese una bestia que acababa de despertar los hermanos empujaron a Klaus como sacrificio para que hiciera el trabajo mientras ellos observaban muy poco disimuladamente el nuevo escenario.

—Bienvenido—Saludó cuando llegó a él y puso la pluma sobre la hoja de su pequeño cuaderno para hacer como que anotaba la orden que obviamente ya se sabía. —, ¿qué va ser para ti?

El chico le miró directamente por unos segundos, tal vez buscando intimidarlo siendo que era la primera vez que se veían.

—Tu número.

Klaus hizo como que iba a escribir hasta que las palabras se procesaron en su cabeza y entonces abrió los ojos tanto como pudo. La primera experiencia de sus hermanos con este chico siempre era relatada como lo peor, les pedía un café y les pedía que se apresuraran de forma grosera. O, les hacía comentarios sobre lo mal que preparaban sus hermanos su orden y les exigía que lo hicieran mejor.

Pero nunca escuchó que le pidiera su número a alguien.

Miró incrédulo hacia el chico sobre la mesa y quiso carcajearse lo más fuerte que soportaran sus pulmones ¡sus hermanos le estaban haciendo una broma que tomó más de un mes en aplicarse! Debía ser eso, pensó eso, hasta que se dio cuenta que el menor le miraba con la expresión más seria que había visto en un adolescente, y sus hermanos detrás suya no se estaban riendo.

La punta de su pluma negra ya había dejado un enorme circulo en la hoja al haber sido colocada por tanto tiempo sobre ésta sin ser movida, y no fue hasta que vio sus dedos manchados de tinta que la retiró y se cruzó de brazos para preguntar hacia su cliente:

—¿Disculpa?

—Tu número, ya te lo dije, lo quiero—Contestó este, curvando las cejas y moviendo con su mano izquierda un papel que había ocupado de su libreta.

Dios, este chico iba en serio.

—Okay—Dijo Klaus queriendo reír ante la incómoda situación, deshizo su posición y luego volvió a la misma. Estaba demasiado confundido. —, ¿quién te envió a hacerlo?

No quería presumirlo, pero sí, una de las principales razones por las que el café era tan famoso era gracias a él que tenía un buen atractivo según sus hermanos y los muchos clientes y clientas que también habían hecho la misma jugada de pedirle su número al ir yendo a diario como sí eso fuese a hacer que Klaus se interesara en ello. No le molestaba, pero mandar a un adolescente por un mes entero ya era algo demasiado extremo.

—Nadie me mandó a hacerlo—Respondió.

—¡Es por eso que eres tan bastardo, no quieres estar aquí! —Ignoró por completo la respuesta del contrario y sacó su propia conclusión lógica. —, mira, chico. Lo siento, ¿qué te prometieron? ¿dinero?

—No me prometieron nada porque nadie me mandó—volvió a responder mostrando su claro enojo. —, y no soy un bastardo, ¡sólo estoy pidiendo una buena taza de café!

—¡Café! —Gritó Klaus esperando que sus hermanos no empezaran a sospechar de lo que pasaba realmente en la mesa número cinco para no terminar siendo motivo de burlas— en seguida.

La situación fue extraña para el mayor que jamás creyó verse a sí mismo intimidado por alguien muchísimo menor que él, pero era también por esa misma razón que no quería armar un escándalo, porque en el más mínimo inconveniente ante los oídos de un cliente que inoportunamente estuviese cerca se vería terriblemente afectado y no podía perder el trabajo aún sí se trataba de uno donde toda su familia estaba a cargo. Por eso su consciencia le dijo que lo mejor era huir de la manera más cobarde de esa situación; alejándose rápidamente de la mesa y repitiendo una y otra vez la orden en voz alta como sí la estuviese memorizando, aunque en realidad quería evadir cualquier otra cosa que le dijese el chiquillo desconocido.

Cuando entró a la cocina se encontró a sus desconcertados hermanos esperando por él como si no tuviesen mesas que atender y sus miradas eran interrogadoras. Era demasiado dramatismo por un simple niño.

—¿Entonces? —Preguntaron todos a la vez.

—Entonces nada, sólo quiere pedir café y ya se va.

—Mentiras—Dijo Diego queriendo reírse porque la actitud sospechosa de su hermano indicaba que definitivamente estaba nervioso por algo. —, pudo contigo, ¿cierto? ¿qué te dijo?

—¡Nada! —Replicó el incriminado mientras servía el café y evadía las miradas de sus hermanos. Si todos lo miraban a la vez entonces se rendiría inmediatamente y contaría todo.

—¡Klaus! — Llamaron todos a la vez para presionar a su supuesto "incapaz de quebrar" hermano y fue así que cedió rápidamente.

—¡Okay! —Se rindió sin esfuerzo en contenerse. — pero traten de ser discretos...

Iba a contar la verdad, después de todo no era como que hubiese hecho algo malo. Sólo sintió que no era correcto decirlo con la persona involucrada del otro lado de la cocina y menos con sus hermanos que bien podían usar el dato como venganza por todos los reclamos. Más, cuando estuvo a punto de abrir la boca todos dieron un salto en su lugar del susto al escuchar la puerta de la entrada ser azotada con fuerza y la ausencia de la persona de la que justamente estaban hablando fue una sorpresa para todos menos para Klaus, que sabía que se había marchado tal vez por la vergüenza o porque era un chico que no tomaba demasiado bien los "No".

Y claro, con su petición negada, era muy probable, y pensó, que no lo volvería a ver. Aunque no se daba ni idea.

Café Umbrella; «Klive»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora