Seis

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Para la mañana siguiente de su noche resguardándolo el chico no despertó por más que lo movía y sólo pudo asegurarse de que estaba vivo porque empezó a pellizcarle la cara hasta que reaccionó y le dio un bofetón en la mano como señal de vida para volverse a dormir. ¡Qué bueno! Pero no pudo elegir mejor hora para hacerlo que cuando al mayor le faltaban sólo diez minutos para irse al trabajo ya que oportunamente a sus hermanos les dio por mandarle un taxi. Quería seguir hablando con el chico sobre lo que le contó en la noche para darle una solución y que pudiera volver a casa para ya no tener que deambular por ahí, pero, debido a que este parecía estar a penas a la mitad de unas continuas quince horas de sueño, no le quedó más que hablarle desde la orilla de la cama esperando ser escuchado; diciéndole que cuando llegara le daría dinero para que se consiguiera un hotel donde dormir ya que no tenía idea de cómo cuidar un adolescente y su sueldo no daba para dos personas.

Por una cosa u por otra, la noche que llegó no le preguntó sí quiera sí lo había escuchado por la mañana, y, cuando vio la casa ordenada y que le tenía lista la cena, decidió dejarle quedarse otra noche, prometiéndose que para la siguiente mañana sí se desharía de él.

Pero para cuando recordaba, el chico prácticamente ya llevaba un par de semanas viviendo junto a él.

El viejo departamento estaba casi solitario y, con sólo él viviendo ahí, se sentía enorme y deprimente. Con Cinco no fue más así, los primeros días, cuando Klaus iba a trabajar al café, él se quedaba todo el día recogiendo y moviendo las cosas de un lado a otro para ver donde quedaban mejor para hacerlo parecer un lugar habitable, y de vez en cuando se ganaba un dólar para juntar para pintura que el chiquillo aseguraba que urgía para que las paredes dejaran de verse tan tristes.

Klaus no lo vio necesario en un principio porque no le veía el caso, sin embargo, cuando todo a su alrededor cambió a como lo conocía, participó un poco en la remodelación y después le agradó tanto la idea como para comprar más cosas que quería que las que realmente necesitaba.

—¿En serio necesitamos un dispensador de agua de Hello Kitty?

—¡Por supuesto que sí!

Y Cinco sonreía ante su boba e infantil acción.

El lugar ya no fue más su hogar, empezó a ser de ambos desde que como pudieron organizaron la casa viéndose la clara diferencia de que lo que hacía el chico estaba casi organizado alfabéticamente y por colores formales, mientras que Klaus utilizaba colores extravagantes y adornaba con cosas dignas de una adolescente hormonal con una obsesión por muñecos horribles al parecer del otro. Y, pese a la diferencia de gustos entre ambos, lograron adaptarse y finalmente el hogar se ganó el nombre.

Incluso sus hermanos habían notado un enorme cambio en Klaus, pues, llegaba más alegre y descansado a trabajar. Semanas atrás se la pasaba quejándose de lo mucho que odiaba llegar a casa, y ahora, no había mencionado esa palabra en semanas y en cambio siempre decía lo mucho que le urgía llegar. Su humor era tan bueno que ni siquiera Cinco, siendo el mismo mocoso exigente de siempre que sólo se presentaba para pelear con él—por lo que aparentaba—, parecía poder arruinarlo. Por supuesto, los hermanos no tenían ni la menor idea ni se les atravesaba por la cabeza que ese niño que les causaba canas y un envejecimiento prematuro ahora vivía junto a su hermano y de alguna manera era la razón de porque parecía parrandear menos.

Esto último, porque gracias al menor ya no fue capaz de asistir más al único lugar donde le proveían sustancias que los últimos días se estaba volviendo difícil ocultar la necesidad tan grande que tenía por consumir.

No todo era color pastel como lo era la pared de su lado de la habitación. Había veces en las que Klaus ni siquiera dormía en la misma cama que se acostumbró a compartir con el chico porque, cuando llegaba del trabajo más tarde de su hora normal, iba directamente al baño a drogarse luego de pasar días sin hacerlo. Siquiera, todavía tenía la decencia de sentir vergüenza de ser visto en semejante estado, pero en otras ocasiones, cuando realmente pasaba por el estresante síndrome de abstinencia del que eventualmente se rendía, ni le importaba y se ponía en un estado en que llevaba al otro a salir de la casa hasta la madrugada.

Café Umbrella; «Klive»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora