Dos

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Klaus llegó al café para iniciar su turno ese jueves por la tarde y al ver a todos sus hermanos juntos en la cocina esperando por él en la puerta trasera creyó que tenían una sorpresa para él como que ya no tenía que trabajar nunca más porque ahora era extremadamente rico. Aunque, lamentablemente para su mente soñadora, las caras serias de sus familiares y la repentina aparición de Luther por la entrada de la cocina echando su libreta de apuntes a la mesa con fuerza dio a conocer que no estaban especialmente alegres como para darle tan buenas noticias.

—¿Qué hiciste? —Preguntó enojado hacia su hermano, poniéndose las manos en la cintura ante su impaciencia.

—¿Le dijiste algo? —También preguntó Vanya con una voz y actitud más calmada a diferencia de los demás.

—¿Qué? —Cuestionó un confundido Klaus que ni siquiera había dado dos pasos dentro y ya estaba siendo interrogado por algo que no sabía.

—No podemos usar la fuerza, nos cerrarían—Comentó Luther como si no se tratase de nada.

—¡Y es un niño! —Recalcó Allison recordándole a su hermano la cuestión más importante.

—¡Oh, sí! Y es un niño...—Corrigió ante el regaño de su hermana.

—¿Qué? —Volvió a preguntar el atarantado recién llegado, sí la resaca de la noche anterior no le dificultaba de por si saber lo que pasaba a su alrededor, sus hermanos preguntándole cosas que no entendía lo hacía sentir mucho más perdido.

Número Cinco volvió y no está hablando con nadie—Contestó la más pequeña de su familia finalmente dándole respuesta a todas las piezas de conversación que sus hermanos habían estado haciendo. —, quisimos tomarle la orden, pero hace como que no escucha. Pidió verte.

—Creí que lo habías puesto en su lugar—Volvió a comentar el más gruñón de sus hermanos.

Klaus había olvidado por completo todo lo del día anterior gracias a su ya insinuada noche alocada, pero sus hermanos volvieron a mencionar el nombre de quién pensó ya jamás iba volver a ver y todo había regresado a su cabeza. ¡Vaya que estaba equivocado! justo ahora esa persona estaba armando un berrinche y estaba pidiendo verle.

—Ten—Avisó Diego antes de arrojarle la misma libreta que habían estampado contra la mesa de la cocina.

—¿Qué quieren que haga?

—Tu trabajo, tomar ordenes, servir mesas, y encargarte de los problemas—Y con unas palmadas en el hombro, y tal y como hicieron el día anterior, sus hermanos lo empujaron fuera para que realizara el trabajo que nadie quería hacer.

Sentado, efectivamente en la misma mesa gracias a que el café siempre se encontraba solo miraba como usualmente sin distracción a su cuaderno y sólo desvió la mirada cuando Klaus ya se encontraba en su mesa con muchas ganas de haber entrado en un coma etílico la noche pasada.

—¿Qué vas a querer? —Preguntó el mayor esperando que diera el nombre de algo comestible y no de lo que anteriormente le fue negado.

Antes de responderle, el chico le miró de arriba hacia bajo detenidamente y sólo pudo pensar en decir una cosa.

—Te ves como la mierda.

—Oh—Expresó el otro—, gracias. ¿eso es todo lo que querías decir? ¿te vas?

—No—Contestó y con un movimiento de su mano le invitó a sentarse frente a él en la mesa.

El contrario curvó las cejas y negó lentamente. No tenía intenciones de darle esperanzas a un adolescente que probablemente estaba pasando por una etapa hormonal.

—sólo quiero hablar—Añadió ante el silencio del otro que puso los ojos en blanco antes de aceptar su invitación y empezar a hablar primero.

—Bien, mira—Apoyó los codos sobre la mesa y quiso sonar lo más serio posible. —No puedo darte mi número porque seguramente va a terminar en la pared de un baño público con un texto sobre trabajos sucios y además, no estoy interesado en niños de tu edad, ¿de acuerdo?

—Considero bastante bajo hacer eso—Respondió con ligero enojo hacia el primer comentario—, y no soy un niño, casi soy un adulto.

Klaus exhaló pesadamente y se dejó caer hacia atrás como reflejo de incompetencia ante las incoherentes palabras del chico.

—Oh, Dios mío.

—Sí te incomoda tanto, puedes esperar—Prosiguió, y mientras le miraba le volvió a acercar una hoja de su cuaderno como hizo el día anterior para pedir su número. —. Para eso sirven las conversaciones, para hacer amistades y luego viene el noviazgo.

—¡Oh, Dios mío! — Y se llevó las manos al rostro para evitarse gritar más fuerte. Estaba incrédulo ante las palabras dichas, ¡iba totalmente en serio! Era la primera vez que le pasaba esto y no sabía cómo manejarlo más que yéndose del lugar como debió hacer desde un principio.

—¡Espera! —Exclamó el chico al verle levantarse, y gracias a que no estaba tan lejos todavía pudo decir lo que probablemente le generaría muchos problemas más adelante. —¡Sé que estás familiarizado con... Frank!

Y fue todo lo que bastó para hacerle detener su paso y darse la vuelta para volver a él.

—¿Cómo...?

Había muchas cosas que decir sobre Klaus Hargrevees una vez que lo conocías, que lucía como la mierda, como bien dijo Cinco, que sus hermosos ojos Hazel enamoraban a cualquiera y lo hacían ver como que no rompía ni un sólo plato, y que nadie tan bueno, divertido y carismático podía ser tan perfecto y que probablemente tenía una vida oculta, lo cual era cierto. Los hermanos no vivían juntos y fuera del café ya nadie sabía nada de ninguno a menos que fueran como Allison, Luther y Vanya que tenían una mejor relación como hermanos y de vez en cuando se les unía Diego. Pero de Klaus no había nada, sabían que tenía una vida extravagante y varias veces sus llegadas al trabajo en un estado lamentable confirmaban que era mucho más de lo que ellos mismos soportaban.

Jamás se les atravesaría por la cabeza que su querido hermano estaba metido en cosas más ilícitas y auto destructivas.

Este hombre llamado Frank fue un amante del pasado que lo metió en un terrible abismo del que jamás se recuperaría ni a día de hoy. Tenía esa costumbre de acoger personas que caían en la desgracia y hacerlas tan dependientes de él que terminaban perteneciendole y debiéndole un gran monto de dinero imposible de terminar de pagar y menos cuando tenían una continua necesidad de saciar el vacío en ellos.

Y ahora probablemente ese niño era, curiosa, pero no sorpresivamente, una de esas pobres almas en desgracia que había terminado ahí por culpa de ese hombre y estaba siendo obligado a seguir a Klaus para conseguir ese dato de él por sus "problemas no saldados".

Tomó la hoja que le dio, y con preocupación en su rostro anotó el numero deteniéndose por momentos al no recordarlo completamente, y cuando estuvo casi seguro lo dobló lo más que pudo y se lo volvió a regresar lo más discretamente que pudo.

—... Gracias—Dijo el menor sorprendido de que las cosas le hubiesen salido tan bien.

Ni siquiera esperó a que el otro le dijese algo cuando se levantó de la mesa por la emoción y recogió sus cosas para salir del café sintiéndose como todo un ganador mientras que Klaus se quedó pensando en cómo fue su primera vez, probablemente a esa misma edad, cayendo en algo tan bajo que hasta día de hoy le atormentaba tanto y le era tan difícil salir.

Café Umbrella; «Klive»Where stories live. Discover now