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Nubes grises inundaban el cielo.

Juli se había olvidado la campera en el salón de clases, y yo la acompañé a buscarla, por lo que salimos algunos minutos más tarde que los demás. Era algo positivo, ya que nos salteamos el quilombo de la salida, con todos los alumnos apretujados tratando de salir como si estuvieran huyendo de la profesora de matemáticas cuando está enojada.

— ¿Te vas caminando? — Pregunté a mi amiga, cruzando la puerta de la escuela. — Te llevamos, si querés.

Juli esbozó una pequeña sonrisa, agradecida. — ¡Bueno dale!

Devolví la sonrisa, y procedimos a sentarnos en el pequeño escalón frente a la entrada, esperando a que mi mamá llegara para recogernos. Ella nunca tenía problema con llevarla a Juli, o a algún amigo mío; siempre fue una persona muy servicial y bondadosa con los demás, era algo que admiraba mucho de ella.

Mi mirada se posó en aquel cielo nublado que soltaba pequeñas gotas débiles encima de nosotras, y mis ojos se cerraron inconcientemente. Tenía sueño, mucho sueño. De no ser porque Juliana estaba ahí, hablándome, hubiese tirado mi mochila para usarla de almohada y descansar esos 5 minutos de espera.

— Eve... — La voz de mi mejor amiga me distrajo, y abrí los ojos para verla. Tenía una cara de preocupación que llegó a asustarme.

— ¿Que pasó? — Fruncí el ceño, tomándola del hombro.

Noté como su mirada se desviaba hacia mis espaldas, y tragó grueso con un gesto desesperante.

Yo giré inmediatamente para seguir su vista, y abrí mí boca con impresión al ver como un grupo de pibes estaba peleándose a puñetazos en la esquina.

— ¿E-Ese no es Valentín? — Oí a mis espaldas la voz entrecortada de Juliana. — ¡Y Tadeo!

Sin pensarlo dos veces, me levanté con rapidez para empezar a correr hacia ellos. — ¡Vamos, Juli!

Mis ojos comenzaron a arder y sentí un gran pánico dentro del cuerpo. Quizá, la desesperación del momento.

A medida que nos fuimos acercando, reconocí el rostro de uno de los pibes con los que se estaban peleando. Él, era quien nos había robado en la peatonal.

— ¡Paren! — Gritó Juliana al borde del llanto, mientras llegábamos a ellos, pero la ignoraron.

Una bocina de auto se oyó con fuerza apenas logramos llegar. Era mi mamá.

En ese instante, el grupo enemigo vió el auto estacionar a su frente, y comenzó a huir, dejando a cuatro chicos en el suelo.

Valentín, Tadeo, Tobo y Martín. Tirados en el piso, con golpes en los brazos y el rostro.

— ¿Están bien? — Juli se arrodilló junto a ellos, sin poder evitar soltar algunas lágrimas.

Los chicos nos miraron, débiles y extrañados. Martín y Valentín se encontraban acostados en el suelo, tocándose la cara sintiendo el dolor de las heridas, mientras que Tobías y Tadeo estaban sentados casi levantados, como si estuvieran ignorando los moretones y sintiéndose fuertes.

— ¿Cómo nos vieron? — Preguntó Tobo, frunciendo apenas el ceño.

— Nuestra escuela está a media cuadra, capaz por eso. — Le dije irónicamente y me sonrió con sarcasmo.

Mi mamá bajó del auto rápidamente y se acercó a los pibes lastimados, muy preocupada.

— ¿Están bien, chicos? — Les dijo arrodillándose junto a Juliana, mientras su mirada con miedo apuntaba a sus rostros. — ¿Quieren que llame a sus casas?

• c u p i d o ; wos •Where stories live. Discover now