XXIII

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"¿Por qué, en los ríos profundos, en estos abismos de rocas, de arbustos y sol, el tono de las canciones era dulce, siendo bravío el torrente poderoso de las aguas, teniendo los precipicios ese semblante aterrador? Quizá porque en esas rocas, flores pequeñas, tiernísimas, juegan con el aire, y porque la corriente atronadora del gran río va entre flores y enredaderas donde los pájaros son alegres y dichosos, más que en ninguna otra región del mundo" —José María Arguedas.

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Era asombroso lo mucho que él podía cambiarle la vida, solo bastaba con una buena y pequeña interacción para que todo fuese de pronto maravilloso y perfecto, aunque también aplicaba para mal. A veces todo el rumbo nuevo de su vida lo sentía tan intenso y desenfrenado que cuando recordaba su vida antes de ser reina parecía un pasado empañado. Ahora todo era tan vertiginoso, todo era de vida o de muerte, felicidad o tristeza. A su cargo aún estaba el destino de esa gran nación pero a veces se sentía tan abstraída por todo lo que estaba sintiendo que cuando todo se asentaba notaba que le hacía falta más. Ahora había aprendido a leer para acceder a toda la información sobre el reino disponible, había leído en el viaje un poco sobre la historia, quizá ahora que todo estaba en perfecto orden con su esposo podría acercarse a él y saber un par de cosas, estaba ansiosa por tener una sólida confianza e intimidad con él, ¿cuándo podría retirar con sus manos el cabello negro que le caía con rebeldía por la frente y los ojos? Siempre tenía que reprimir el impulso de acercarse a él y hacerlo para sentirlo, le encantaba su rostro angulado, sus ojos siempre afilados y profundos, solo había tenido la oportunidad de verlos con detalle el día que se casaron, cuando se ponían las argollas, pero en ese momento y en los demás se sentía intimidada y confundida. Deseaba poder hacerlo con tranquilidad, quizá en una mañana, los dos recién despiertos, ser lo primero que veía. Quería que lo que fuese que lo mantenía nervioso desapareciera, mostrarle lo mucho que podía confiar en ella.

—Tengo una idea, Sasuke — dijo esa noche que fue a su oficina a visitarlo, ya era bastante tarde. Ah, ¿cuándo podría decirle un apodo amoroso en vez de solo su nombre? Pese a ser tan abierta, aún sentía timidez estando cerca de él, su atractivo masculino era intimidante, no importaba si él estaba hostil o tranquilo, tenía una presencia demasiado fuerte. Siempre que se movía lo hacía como si supiera que su cuerpo era un don divino, y siempre que se quedaba quieto lucía como una pesada efigie cincelada. El sigilo en sus orbes la retaba, paradójicamente se sentía como presa y depredador al mismo tiempo. Una poderosa fuerza interna la quemaba y la incitaba a actuar, era tan desbordante que temía sofocarlo a él sin querer, él por su lado tenía un ritmo tan cadencioso que no hacía más que avivarla y torturarla. Llegaría un punto en donde sería demasiado irresistible y solo actuaría sin pensar, a menos que él lo hiciese primero.

—¿Qué es? —Él estiraba los segundos antes de contestarle, ¿acaso sabía que escuchar esa voz profunda y recóndita causaba estragos muy dentro de ella, que la recorría por cada poro? ¿Hacía eso para torturarla de anticipación?

—Am... —Intentó recordar lo que tenía que decirle. Últimamente se sentía tan fuera de sí, ya que por alguna razón las damas de la Corte no se habían aparecido en esos días, ella tenía largos ratos para pensar, iba a la biblioteca e intentaba leer; no lo lograba porque dos cosas la sacaban de sí: la presencia de un nuevo guardia que no había visto antes y los pensamientos recurrentes sobre Sasuke. A veces era lo que se habían dicho, otras veces lo que aún no se decían, y otras las veces en las que hubiese hecho algo diferente. Deseaba más de él, mucho más, quería que la tocara pero no por casualidad como en otras ocasiones, quería sentir el peso de sus argollas frías contra su piel. Quería un beso, pero ya no simplemente eso. ¿Estaba mal de su parte tener todo ese tipo de cosas en la cabeza? A veces en una tarde entera solo pasaba de una página leída, luego recordaba lo mucho que desaprovechó esas veces que lo cuidó porque ciertamente tuvo que verlo sin camisa y tocarlo, ¿pero no estaría mal de su parte ser una pervertida mientras él estaba convaleciente? Estaba enloqueciendo.

El hielo también quema [SasuSaku]Where stories live. Discover now