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CAPÍTULO DOS┊❝𝗘𝗦𝗖𝗔𝗣𝗘 𝗘𝗡 𝗘𝗟 𝗧𝗥𝗘𝗡❞
—¿A dónde vamos? —preguntó Tewkesbury mientras caminaban a paso rápido por los pasillos del tren.
—No sé, déjame pensar —Enola iba tan rápido que a Lía se le dificultaba seguirle el paso, y todo por culpa de aquel vestido que le habían obligado a usar.
—¡Lo siento mucho! —se disculpó la muchacha cuando los otros dos asomaron la cabeza por un vagon en el cual habían personas y luego se fueron como si nada.
Con rapidez abrieron la puerta del final del pasillo dejando ver como el tren corría a gran velocidad por los rieles.
—Santo cielo —susurró para si misma al ver la altura y la velocidad que podía alcanzar aquella máquina —. Le tengo miedo a las alturas.
Tewkesbury le dio una rápida mirada a la chica para luego posar su temblorosa mano a causa del miedo en su hombro.
—Yo también —susurró tratando de sonreír pero en lugar de eso logró poner cara de preocupación —. ¿Esta es la única opción que tenemos?
—¿Se les ocurre alguna otra idea? —al no recibir respuesta, Enola pasó hacia el otro extremo del tren con cuidado de no caerse.
—Imposible —dijo Lía mirando como Tewkesbury trataba de pasar al igual que la castaña —. No lo haré, moriremos de todas formas.
—¡Toma mi mano! — Enola estiró su mano mientras que con la otra se sujetaba para no caerse —. No mires abajo. Mírame a mi, no voy a soltarte.
Lía la miró con desconfianza, cerró los ojos y tomó la mano de la chica para luego pasar al otro lado con prisa.
—¿Confían en mi?
—¡No! —le respondió Tewkesbury mirándola como si estuviera loca.
Enola miró hacia el prado que estaba a su derecha y pensó en un plan que probablemente podría funcionar.
—¡Si lo calculamos bien podríamos huir de él!
Eso era lo que más se temía Lía, había entendido a la perfección lo que Enola estaba tramando y ese plan no le parecía muy bueno.
—¿Calcular bien qué? —volvió a preguntar el chico con angustia.
—¡Entiendo lo que estas tratando de decir! —dijo Lía mirando a la castaña —. ¡Si muero y alguno de los dos sobrevive...! ¿podrían llevar mi cuerpo a un campo de flores blancas? Dicen que es de buena suerte.
—¿¡Es en serio!? —cuestionó el muchacho.
—¡Escuchame Tewkesbury! —gritó Lía aferrándose a el tren con más fuerza por miedo a caerse —. ¡Solo tenemos dos opciones!
Ahora Tewkesbury las miro a ambas como si estuvieran locas.
